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Heiddeger y la inteligencia artificial

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Introducción

Martin Heidegger, uno de los filósofos más influyentes del siglo XX, dedicó una profunda reflexión a la esencia de la técnica en su célebre conferencia Die Frage nach der Technik (1953), conocida en español como La pregunta por la técnica. En este post examinaremos detalladamente los conceptos clave que Heidegger elabora en esa obra —especialmente la esencia de la técnica, el Gestell (traducción aproximada: "armazón" o "estructura de emplazamiento"), la diferencia entre la técnica antigua y la técnica moderna, y su visión del peligro y la posible salvación vinculados a la técnica—. Asimismo, analizaremos cómo dichos conceptos pueden aplicarse a una comprensión crítica de la inteligencia artificial en nuestro contexto contemporáneo.


Heidegger comienza La pregunta por la técnica planteando la necesidad de preguntar por la técnica misma, más allá de las definiciones instrumentales o antropológicas habituales (Heidegger, 1994, p. 9). Para Heidegger, la técnica no es meramente un conjunto de artefactos o un medio neutral al servicio de fines humanos, sino que encierra un sentido más profundo: posee una esencia que debe ser pensada. Entender esa esencia es crucial, ya que “la esencia de la técnica no es nada técnico” (Heidegger, 1994, p. 33). Este enunciado paradójico resume la aproximación heideggeriana: la técnica, en su núcleo, no se reduce a dispositivos, máquinas o procedimientos calculables, sino que consiste en un modo de desocultamiento del Ser, una forma en que la realidad se revela a nosotros. En consecuencia, Heidegger propone que solo mediante una reflexión filosófica esencial —y no meramente instrumental o científica— podremos comprender nuestro verdadero relacionamiento con la técnica (Heidegger, 1994, p. 33).


La actualidad de estas ideas es notable en la era de la alta tecnología y, particularmente, de la inteligencia artificial. La pregunta que guiará nuestro análisis es: ¿cómo iluminan los conceptos de Heidegger nuestra comprensión de la inteligencia artificial hoy? Muchos teóricos contemporáneos de la IA han recurrido, de forma explícita o implícita, al marco heideggeriano para criticar supuestos tecnocéntricos y para enfatizar aspectos como la corporalidad, el contexto y el significado, usualmente olvidados en la visión calculadora de la IA (Dreyfus, 1992, p. xxv-xxxi; Masís, 2009, p. 1). En las secciones que siguen, primero expondremos los conceptos fundamentales de La pregunta por la técnica y luego pasaremos a analizar críticamente la inteligencia artificial desde esa perspectiva.


La esencia de la técnica según Heidegger

Heidegger nos advierte desde el inicio que aproximarnos a la técnica requiere pensar más allá de lo meramente técnico. Habitualmente, definimos la técnica como un medio para fines o un conjunto de herramientas y procesos útiles. Heidegger reconoce estas definiciones instrumentales, pero señala que no penetran en lo esencial de la técnica, sino que se quedan en lo fenoménico. La “esencia” (Wesen) de la técnica, argumenta, no es algo técnico (Heidegger, 1994, p. 33), es decir, no reside en las máquinas, ni en la actividad manufacturera en sí, ni en una invención particular. En sus propias palabras, “la esencia de la técnica no es nada técnico” (Heidegger, 1994, p. 33). Esta afirmación invita a no confundir la técnica con sus manifestaciones instrumentales; más bien hay que indagar qué modo de revelar o desocultar subyace a todas las realizaciones técnicas.


En la filosofía heideggeriana, revelar (o desocultar, del alemán Entbergen, vinculado al concepto griego de alétheia, verdad como desvelamiento) es la manera en que algo se manifiesta como ente, es decir, cómo la realidad se muestra a nosotros. Cada época histórica tiene formas predominantes de desocultar el ser. La técnica, según Heidegger, es precisamente una de esas formas de desocultamiento. Pero ¿qué caracteriza al desocultar propio de la técnica moderna? Para responder, Heidegger distingue entre la técnica en sentido amplio (que incluiría, por ejemplo, el techné griego, el oficio artesanal o el arte) y la técnica moderna dominada por la ciencia y la maquinaria industrial. Ambas son modos de revelar, pero de tipo muy distinto.


Heidegger identifica la esencia de la técnica moderna con un proceso activo de “puesta-en-descubrimiento” (Entbergung) de la realidad, distinto del traer-forth (Her-vor-bringen) propio del techné antiguo (Heidegger, 1994, pp. 13-15). Mientras la techné clásica, como la del artesano o el artista, implicaba colaborar con la naturaleza para que algo llegue a la presencia (por ejemplo, la escultura permite “aparecer” a la figura en la piedra, el agricultor deja que la planta crezca revelando su fruto), la técnica moderna tiene un carácter imperativo y explotador. Heidegger la describe como un provocar (Herausfordern) a la naturaleza, una exigencia de rendición incondicional de energía y recursos. La naturaleza deja de presentarse como un conjunto de seres con sus propios modos de aparecer, y se convierte en un fondo de reserva utilizable (Bestand).


Esta idea se ilustra claramente en el contraste que Heidegger traza entre un antiguo molino de viento y una central eléctrica moderna. El molino de viento tradicional, movido por la brisa, “queda confiado de modo inmediato al soplar del viento” y no intenta controlar ni almacenar la energía del aire. En palabras de Heidegger: “Sus aspas se mueven al viento..., pero el molino de viento no alumbra energías del aire en movimiento para almacenarlas” (Heidegger, 1994, p. 6). Es decir, el molino aprovecha el viento respetando su intermitencia natural; no lo somete a una explotación total. En cambio, la técnica moderna —ejemplificada en una planta hidroeléctrica en el río Rin, o en la minería a cielo abierto— desafía a la naturaleza: “a una región de tierra se la provoca para que entregue carbón y minerales; el campo es ahora una fábrica de alimentos motorizada” (Heidegger, 1994, pp. 6-7, 20). La tierra deviene puro depósito de materias primas; el río es reducido a un recurso hidráulico. Nada se deja tal cual es; todo debe estar disponible, calculado de antemano y dispuesto para su uso.


Vemos así la diferencia entre la técnica antigua y la moderna: la antigua techné pertenecía al ámbito de la poiesis (poética en sentido amplio), un “hacer salir a lo presente” en cooperación con los procesos naturales, mientras que la técnica moderna es un hacer salir por desafío, un arrancar y poner la realidad en estado de disponibilidad constante. Heidegger resume esta diferencia afirmando que la técnica moderna es un modo de desocultar regido por la provocación calculadora. Por eso puede decir que la esencia de la técnica moderna es un “poner” que desafía a la naturaleza (Heidegger, 1994, p. 14). Este rasgo desafiante está intrínsecamente ligado al surgimiento de la ciencia moderna, pues solo cuando la naturaleza es conceptualizada como un objeto matemático, cuantificable y controlable, puede ser también explotada técnicamente de esa manera (Heidegger, 1994, pp. 12-13). La ciencia moderna, con sus leyes físico-matemáticas, es “puesta al servicio” de esta voluntad técnica de control, formando parte del mismo proceso de revelación tecnológica. En suma, la técnica moderna y la ciencia moderna se co-pertenecen, puesto que ambas responden a la misma forma de ver el mundo: convertir al ente en objeto disponible y manipurable.


Gestell: el “armazón” que lo encuadra todo

El concepto central con el que Heidegger designa la esencia de la técnica moderna es Gestell, término alemán que ha sido traducido al español como “estructura de emplazamiento” (Barjau), “armazón” o incluso referido como “lo dispuesto”. Gestell literalmente puede significar un armazón, andamiaje o marco (enframing en la traducción inglesa); Heidegger lo usa de modo metafórico para indicar la configuración o dispositivo que re-une y encuadra todo el ámbito de lo existente bajo la modalidad de la disponibilidad técnica. En La pregunta por la técnica, afirma: “Llamamos ahora Gestell (lo dispuesto) a aquella interpelación provocante que reúne al hombre a desocultar lo real como constante”. En otras palabras, Gestell es el nombre que se le da al poder que convoca al ser humano a entender y tratar todo lo que existe únicamente en función de su utilidad, de su posibilidad de ser calculado y usado. Es el paradigma de revelación de la era técnica.


Heidegger aclara que emplea la palabra Gestell en un sentido inusual, filosófico, apartándose de sus significados cotidianos (como estante, esqueleto, montura). Lo hace para capturar ese proceso activo de “poner” (stellen) que subyace a la técnica moderna. El Ge-stell (literalmente “colocación conjunta”) sería esa fuerza reunidora que obliga a todo ente a presentarse como recurso. Nada escapa a este “encuadre”: la naturaleza entera deviene almacén de energía, los animales se vuelven materia prima (ganado, biomasa), y el ser humano mismo es reclutado como recurso humano. Como señala un comentarista contemporáneo, en el Gestell “el mundo [se transforma] en un conjunto de objetos delimitados... todo queda disponible para ser explotado y controlado” (Morandín-Ahuerma, 2023, p. 193). Esta “estructura de emplazamiento” no es algo visible físicamente, pero se manifiesta en la actitud y la organización de nuestra civilización técnica: redes eléctricas, sistemas de producción, cadenas logísticas globales, todo interconectado para asegurar que cualquier cosa esté disponible al instante y al menor costo.


Importa subrayar que Gestell no es obra deliberada de un sujeto individual; más bien es “un destino del desocultamiento” (Heidegger, 1994, p. 25), un proceso histórico en el que estamos inmersos. Heidegger incluso lo llama “el envío del Ser” – es decir, una configuración que el Ser (la realidad misma) adopta en nuestra era. Los seres humanos nos encontramos ya emplazados en el Gestell apenas nacemos a este mundo técnico, y tendemos a ver todo a través de ese prisma utilitario. En consecuencia, también nos vemos a nosotros mismos como recursos. Por ejemplo, en el lenguaje empresarial contemporáneo se habla de “capital humano” o de “recursos humanos”, lo cual refleja exactamente esta cosificación del hombre en términos de utilidad dentro de un sistema productivo. Heidegger advirtió este fenómeno: “El hombre queda emplazado en el ordenamiento de lo técnico”, convertido en el operador del armazón pero también en su pieza. Gestell no deja, como dice un comentarista, “a ningún sujeto en pie: solo existen objetos... fácilmente re-colocables, re-puestos, agotables 'hasta fin de existencias'” (López, 2022, cit. en Filco). Esta frase captura vívidamente cómo, bajo el imperio del Gestell, las personas pueden llegar a considerarse meros engranajes sustituibles en la megamáquina social.


Desde la perspectiva de Heidegger, entonces, la esencia de la técnica moderna (Gestell) es profundamente deshumanizante y reductora. Ella tiende a ocultar otras formas de relación con el ser. En épocas anteriores, el mundo podía aparecer también como sagrado, poético o misterioso; bajo el Gestell, predomina una sola tonalidad: lo calculable y útil. “Todo está subordinado a la técnica” (López, 2022). Esto conduce al peligro al que Heidegger quiere alertarnos. Pero antes de tratar explícitamente del peligro, es importante notar que Heidegger no demoniza la técnica por sus artefactos en sí mismos, sino por esta esencia totalizadora que puede eclipsar otras experiencias del Ser. Él mismo afirma que Gestell, siendo un destino histórico, no es algo que podamos simplemente eliminar por decreto; se trata más bien de comprenderlo para relacionarnos libremente con él (Heidegger, 1994, p. 28). En palabras del filósofo: “Mientras permanezcamos abandonados a la esencia de la técnica, considerando que todo lo existente solo es aquello que es técnicamente disponible, estaremos cegados frente a lo esencial” (Heidegger, 1994, pp. 28-29, parafr.). Solo una reflexión que vaya más allá de lo técnico podrá abrirnos a esa dimensión esencial.


El peligro de la técnica y la posibilidad de lo salvador

Heidegger destaca que el predominio del Gestell conlleva un gran peligro para la existencia humana y, más ampliamente, para nuestra relación con el Ser. ¿En qué consiste exactamente el peligro? No se trata simplemente de los riesgos técnicos inmediatos (por ejemplo, accidentes industriales, contaminación o incluso armas destructivas), sino de algo más fundamental y silencioso: el peligro de que la técnica, en su esencia, nos haga perder de vista todo otro modo de revelar y experimentar el mundo. Cuando todo se interpreta exclusivamente en clave técnica, corremos el riesgo de que se oscurezca la pregunta por el Ser y de que el ser humano se olvide de su propia esencia más allá de su función operacional. Heidegger advierte que Gestell es “el peligro extremo”, porque amenaza con “arrasar” nuestro asombro ante el ser, convirtiendo el mundo en un simple stock de recursos y al hombre en su administrador (Heidegger, 1994, p. 30). En ese estado, podemos llegar a creer que no hay verdad ni valor fuera de lo utilitario, cayendo en una suerte de “encantamiento” tecnificado donde lo que no es calculable no cuenta.


Un ejemplo concreto de este peligro es la creciente tendencia a cuantificar y estandarizar todos los aspectos de la vida: desde los algoritmos que enmarcan qué información vemos, hasta la “industria” de las relaciones humanas mediadas por redes sociales (donde incluso la amistad o el reconocimiento se vuelven métricas, “likes”, datos explotables). Todo ello refleja el triunfo de la visión técnica. En la década de 1960, Heidegger ya señalaba que la cibernética representaba la culminación de esta metafísica técnica: un orden donde “cualquier situación puede reducirse a un sistema que hay que optimizar, donde el individuo mismo se reduce a los datos que lo componen y no es más que un recurso explotable, donde solo reina el pensamiento lógico (la logística), con el único objetivo de optimizar estos sistemas” (Lecerf, 2023, párr. 3). Esta descripción, que podría aplicarse perfectamente a ciertos discursos contemporáneos sobre inteligencia artificial y big data, proviene de la lectura heideggeriana de nuestra época: es el peligro de un mundo totalmente enmarcado por la técnica.


Sin embargo, Heidegger no es un determinista tecnológico absoluto ni un pesimista sin matices. Junto con la noción de peligro, introduce una contraparte esperanzadora mediante una famosa cita del poeta alemán Friedrich Hölderlin: “Pero donde hay peligro, crece también lo salvador”. Heidegger retoma este verso en La pregunta por la técnica para sugerir que, en el corazón del extremo peligro, surge también la posibilidad de la salvación. ¿Qué significa “lo salvador” en este contexto? No se refiere a una intervención divina ex machina ni a una negación romántica de la técnica, sino más bien a la idea de que el propio proceso que nos amenaza puede hacer nacer en nosotros una toma de conciencia y una abertura hacia alternativas. A medida que el Gestell revela sus consecuencias deshumanizantes, también puede impulsarnos a buscar activamente una relación más libre y auténtica con la técnica.


Heidegger insinúa que lo que puede salvarnos del dominio absoluto de la técnica es un “giro” en nuestra forma de pensar: pasar del pensamiento meramente calculador (reducido a medios-fines) a un pensamiento meditativo o reflexivo que recupere nuestro vínculo con el Ser (Heidegger, 1994, pp. 32-37). En el texto, sugiere que el ámbito del arte puede ofrecer una pista, ya que el arte es otro modo de desocultamiento, muy distinto al técnico. El arte verdadero (por ejemplo, la poesía) permite que las cosas aparezcan de forma no utilitaria, iluminando significados y verdades que el Gestell deja en la sombra. Por ello, afirma que “el ámbito que más emparentado está con la esencia de la técnica y a la vez más distante de ella es el arte” (Heidegger, 1994, p. 36). No es casual que recurra a Hölderlin, un poeta, para encontrar palabras sobre la salvación.


El “peligro extremo” de la técnica consiste en que nos encerremos en una única manera de experimentar el mundo; pero, paradójicamente, ese mismo encierro puede volverse tan sofocante que incite a una búsqueda de aire. Mientras más nos acercamos al peligro, más comienza a iluminarnos el camino de lo salvador, dice Heidegger. Ese camino implicaría resistir el embrujo de la disponibilidad total, cultivar la serenidad frente a la técnica (Gelassenheit, término que Heidegger empleó en otros escritos) y mantenernos abiertos al misterio: a que exista un sentido del ser más allá de nuestro control técnico. En La pregunta por la técnica, concluye reivindicando el valor de preguntar —de no dar por sentada la técnica—, diciendo que “preguntar es la piedad del pensar”. Esta actitud interrogativa y humilde ante el Ser es, en sí misma, parte de “lo salvador” que puede brotar en la era técnica.


Resumiendo las ideas expuestas hasta aquí: Heidegger nos ofrece un diagnóstico profundo de la técnica moderna como Gestell, un “armazón” que amenaza con encerrar la realidad en el mero cálculo y utilidad. Este estado conlleva el peligro de un empobrecimiento espiritual: la pérdida de significado, de asombro y de libertad esencial. Pero a la vez, en ese peligro anida la salvación en la medida en que podemos llegar a darnos cuenta de la situación límite en que estamos y reaccionar despertando formas de pensar y revelar diferentes (por ejemplo, a través del arte, la filosofía, o una nueva humildad tecnológica). Con este marco filosófico en mente, pasemos a examinar cómo se aplica a un fenómeno particular de nuestra época: la inteligencia artificial.


La técnica moderna y la inteligencia artificial: una lectura heideggeriana

La inteligencia artificial (IA) se ha convertido en uno de los desarrollos técnicos más destacados del siglo XXI. Se trata de sistemas informáticos capaces de realizar tareas que, hasta hace poco, solo podían ser hechas por seres humanos, desde reconocer patrones y traducir idiomas hasta conducir vehículos o entablar conversaciones complejas. A primera vista, podría parecer que la IA es simplemente una tecnología más, una herramienta avanzada que ampliará nuestra eficiencia y comodidad. Sin embargo, a la luz de la filosofía de Heidegger, la IA no es neutra ni inofensiva en cuanto a su esencia: representa una intensificación del fenómeno del Gestell, llevándolo quizás a un nuevo nivel. Varios filósofos y teóricos contemporáneos han señalado esta afinidad, analizando la IA en términos heideggerianos para comprender sus implicaciones (Masís, 2009; Morandín-Ahuerma, 2023; Lecerf, 2023).


En primer lugar, la IA ejemplifica la tendencia a tratar la realidad –y en especial al ser humano– como datos y patrones explotables, que es justamente lo que Heidegger describió con el advenimiento de la cibernética. Un sistema de IA, especialmente los algoritmos de aprendizaje automático (machine learning), funciona tomando grandes cantidades de datos (por ejemplo, millones de imágenes, textos o registros de comportamiento humano) y extrayendo regularidades matemáticas para luego predecir o producir resultados. En esencia, la IA convierte dimensiones enteras de la experiencia humana (como el lenguaje, la visión, la toma de decisiones) en reservorios de información manipulable. Esta transformación es análoga a lo que hace el Gestell: el mundo –incluyendo nuestras propias expresiones y rutinas– es reconfigurado como un stock de datos disponibles. La persona que navega por internet se convierte en un perfil cuantificado para motores de recomendación; el hablante se convierte en un patrón estadístico para un modelo de lenguaje; el conductor se reduce a parámetros que un coche autónomo puede predecir; incluso la creatividad artística es imitada por IA generativas que tratan las obras de arte como insumos de un algoritmo. Todo esto encaja en la visión de Heidegger de la realidad convertida en Bestand, fondo utilizable.


Un aspecto crucial es que la IA no solo responde al Gestell, sino que lo potencia. Por ejemplo, en la búsqueda constante de optimización, las empresas y gobiernos emplean IA para maximizar la eficiencia en producción, logística, marketing y vigilancia. Esto realimenta el paradigma técnico: se recolectan aún más datos, se automatizan decisiones, se acelera el ciclo de control. Heidegger había anticipado que la mentalidad tecnificada buscaría “el máximo rendimiento con el mínimo esfuerzo” en todo ámbito, y la IA es precisamente esa promesa: hacer más calculando más rápido. La noción de “optimización global” de sistemas complejos mediante IA refleja lo que Lecerf (2023) señala como la aspiración cibernética de un orden totalmente racionalizado y autorregulado. En tal orden, la subjetividad humana corre el riesgo de verse desplazada: si las decisiones las toma un algoritmo porque “estadísticamente es lo más conveniente”, ¿qué lugar queda para la deliberación humana, la ética o el encuentro con lo imprevisible? Este es exactamente el tipo de pregunta que un enfoque heideggeriano nos invita a plantear. El peligro no es solo que la IA falle o nos reemplace en ciertos trabajos, sino más profundamente que nos acostumbremos a concebirnos a nosotros mismos según la imagen de la IA – es decir, como sistemas de información, predecibles y optimizables. En ese sentido, la IA lleva al extremo la autoconcesión del ser humano como recurso: si antes el trabajador industrial era visto como pieza de la maquinaria, ahora el individuo en la era de la información puede verse a sí mismo como un procesador entre procesadores, un nodo en la red algorítmica general.


No es casual que algunos pioneros de la IA, como Marvin Minsky, definieran la mente humana como “una máquina de carne” y sostuvieran que no hay razón para que las máquinas no puedan replicar (y superar) todas nuestras facultades mentales (Minsky, 1986, p. 17). Esta visión encarna la metafísica que Heidegger atribuiría al Gestell: todo ser (incluyendo la mente) es calculable y construible técnicamente. Frente a ello, críticos inspirados en Heidegger han argumentado que la IA, tal como fue concebida originalmente, pasó por alto dimensiones esenciales de la existencia humana. Hubert Dreyfus, por ejemplo, famoso filósofo que aplicó ideas heideggerianas, criticó desde los años 1960 la IA simbólica por suponer que toda la inteligencia era cuestión de manipular símbolos explícitos conforme a reglas (Dreyfus, 1992). Dreyfus señaló que gran parte de nuestra comprensión del mundo es tácita, corporal y situada, algo que no puede ser capturado por meros algoritmos formales. En otras palabras, siguiendo a Heidegger, para un ser “arrojado” en el mundo (In-der-Welt-sein, ser-en-el-mundo), la inteligencia es inseparable de un contexto de significados culturales y de una praxis cotidiana, cosas que la IA temprana no podía simular. No es coincidencia que Dreyfus subtituló la edición de 1992 de su obra What Computers Still Can’t Do como “Una crítica de la razón artificial”, aludiendo a Kant pero también indicando que la pretensión de la IA fuerte era una extensión del proyecto metafísico occidental que Heidegger tanto cuestionó.


Con el tiempo la propia disciplina de IA incorporó algunas de estas críticas. En las décadas de 1980 y 1990 surgieron corrientes de “IA encarnada” y “robótica situada” (por ejemplo, con Rodney Brooks) que reconocían que un agente artificial debía interactuar con el mundo real para mostrar inteligencia, no solo procesar símbolos abstractos. Investigadores como Terry Winograd y Fernando Flores, inspirados explícitamente por Heidegger, propusieron enfoques de diseño computacional centrados en las prácticas humanas y el lenguaje como acción, en contraposición a la idea de representar toda la realidad en una base de datos formal (Winograd & Flores, 1986, pp. 78-85). De hecho, el MIT AI Lab –símbolo de la IA clásica– “se volvió heideggeriano”, como apunta J. Masís, en el sentido de que adoptó muchas ideas provenientes de la fenomenología para reformular sus proyectos (Masís, 2009, p. 1). Esta “irrupción de Heidegger” en el campo de la IA significó reconocer los límites de concebir la inteligencia en términos puramente técnicos. Podríamos decir que es un ejemplo de cómo “donde estuvo el peligro, creció algo salvador”: el fracaso de ciertos proyectos de IA fuerte en los 60-70 (el llamado AI winter) llevó a reflexionar sobre qué es comprender, y allí las ideas de Heidegger y otros filósofos (Merleau-Ponty, Wittgenstein) ofrecieron una salida más humilde y situada.


No obstante, en la actualidad vemos un resurgir de ambiciones de IA muy poderosas (redes neuronales profundas, modelos de lenguaje gigantes como GPT-4, etc.), que en muchos sentidos retoman la visión de la inteligencia como cálculo masivo de patrones. Si bien estas nuevas IA aprenden de manera estadística situándose en enormes corpora de datos producidos por humanos en contextos reales, siguen operando bajo la lógica del Gestell: cuantos más datos y más procesamiento, mejor rendimiento. La pregunta filosófica que cabe es si estas IA realmente “entienden” o simplemente simulan entendimiento. John Searle, con su famoso experimento mental de la Habitación China, argumentó que un programa puede manipular símbolos (por ejemplo, responder en chino) sin ninguna comprensión semántica –solo siguiendo reglas sintácticas (Searle, 1980). Desde la óptica heideggeriana, podríamos reformular: la IA carece de Ser-en-el-mundo, de apertura a un horizonte de significado. Por muy sofisticada que sea su conducta, sigue estando “encerrada” en un armazón de cómputo que no tiene vivencia. Varios autores contemporáneos coinciden en que aunque una IA imite rasgos de conciencia o lenguaje, eso no garantiza que posea la comprensión o la vivencia que los humanos tenemos (Morandín-Ahuerma, 2023, p. 195; Searle, 2004, p. 53). Esta línea de crítica continúa subrayando la diferencia cualitativa entre la inteligencia encuadrada de las máquinas y la inteligencia viva de los humanos.


Ahora bien, desde una perspectiva heideggeriana crítica no se trata únicamente de demostrar que las máquinas no son como humanos, sino de observar cómo la generalización de la IA puede afectar nuestra propia forma de ser. Heidegger nos invitaría a reflexionar: ¿La proliferación de IA y la creciente confianza en sus “decisiones” podría llevarnos a ceder nuestra capacidad de pensar y decidir de manera auténtica? Por ejemplo, si en el futuro gran parte de las decisiones médicas, legales o personales las sugiere una IA basada en big data, ¿desarrollará la humanidad una actitud de pasividad, confiando en “lo que la máquina diga” como criterio supremo? Esto evocaría el peligro heideggeriano de quedar encerrados en el armazón técnico, perdiendo la libertad interior para cuestionar. De hecho, ya hoy se discute que los algoritmos opacos (cajas negras) que evalúan nuestro crédito, nuestras probabilidades de reincidencia delictiva o nuestra productividad laboral, tienden a ser aceptados acriticamente, confiriéndoles una autoridad cuasi objetiva. Heidegger alertaría que en esa sumisión a lo técnicamente eficiente podríamos estar sacrificando nuestra esencia humana, que implica comprender significados y no solo procesar informaciones.


Llegados a este punto, cabe preguntar: ¿Dónde podría hallarse “lo salvador” respecto de la IA? Siguiendo el hilo de Heidegger, una respuesta posible es: en tomar conciencia del peligro y mantener abierta la pregunta. Si la sociedad toma nota de que la IA no es un simple artefacto neutral, sino que conlleva una cosmovisión (la de la tecnificación total), tal conciencia podría engendrar movimientos para humanizar la tecnología. Vemos ya destellos de ello en la ética de la IA y en llamados a la transparencia, la responsabilidad y la centración en el ser humano (human-in-the-loop). Estas iniciativas podrían interpretarse como intentos de re-encuadrar la IA dentro de valores más amplios que la mera eficiencia. Por ejemplo, filósofos de la tecnología como Andrew Feenberg (1999) sostienen que la tecnología debe democratizarse y reorientarse según fines humanos más allá del lucro o el poder, lo que implica abrir deliberadamente espacios de decisión sobre cómo y para qué utilizamos las técnicas. En términos heideggerianos, sería un modo de romper parcialmente el hechizo del Gestell, reintroduciendo una pluralidad de voces y de finalidades en el mundo tecnológico.


Otro aspecto “salvador” es que la emergencia de la IA nos ha obligado a replantear preguntas básicas: ¿qué es la inteligencia? ¿qué nos hace humanos? Estas preguntas, hoy discutidas no solo en filosofía sino en ciencia cognitiva, neurociencia e incluso en la cultura popular, son en sí una oportunidad para alejarnos de la visión estrecha del ser humano como un autómata. Por ejemplo, la dificultad de las máquinas para alcanzar comprensión genuina destaca, por contraste, la riqueza de la conciencia humana encarnada. Algunos teóricos, como el filósofo japonés Yuk Hui, argumentan que la confrontación con la tecnología digital global debe llevarnos a buscar otros modos de existencia técnica, inspirados en diferentes tradiciones culturales, para no caer en un monocultivo tecnológico (Hui, 2016). Esto resuena con la idea de Heidegger de que quizá en el arte, en la poesía o en modos alternativos de pensar la técnica (lo que él llama “pensamiento meditativo”) hallemos el contrapeso al Gestell. Es revelador que incluso dentro del desarrollo de IA se estén explorando enfoques inspirados en la biología, la psicología del desarrollo o la fenomenología, que tratan de dotar a las máquinas de algo parecido a experiencia situada en el mundo (Varela et al., 1991; Winograd & Flores, 1986). Tales esfuerzos reconocen, de forma implícita, que sin “mundo” no hay significado, y sin significado no hay inteligencia plena.


En suma, aplicar la filosofía de la técnica de Heidegger a la inteligencia artificial nos proporciona un marco crítico valioso. Nos ayuda a ver que la IA no es solo un logro científico, sino la expresión de una cierta relación con el Ser: la relación que busca encuadrarlo todo en términos de información y control. Nos alerta sobre el peligro de extender ese encuadre a nuestra propia auto-comprensión, y al mismo tiempo nos inspira a buscar vías de liberación. Estas vías podrían incluir: desarrollar una actitud más reflexiva ante la tecnología (no adoptar cada novedad ciegamente por eficacia), reivindicar espacios donde lo humano no sea medido por parámetros de máquina (por ejemplo, en educación, artes, cuidados), y recordar constantemente que los seres humanos habitamos un mundo de significados compartidos que ninguna máquina, por perfecta que sea, puede agotar. En palabras del propio Heidegger: “Cuanto más nos aproximamos al peligro, más claramente brilla lo que salva… porque preguntar —mantener el asombro y la reflexión— es la devoción del pensar” (Heidegger, 1994, pp. 36-37). Hoy, preguntar por la IA en este sentido profundo es un acto de devoción de pensar que puede salvarnos de caer totalmente en la enfrente fría de la técnica.


Conclusión

A lo largo de este ensayo hemos explorado la filosofía de la técnica de Martin Heidegger tal como aparece en La pregunta por la técnica, y la hemos puesto en diálogo con el fenómeno contemporáneo de la inteligencia artificial. En primer lugar, desentrañamos los conceptos clave de Heidegger: la afirmación de que la esencia de la técnica no es algo meramente técnico nos llevó a entender la técnica moderna como un modo de revelación caracterizado por el desafío y la explotación de lo real. Vimos cómo Heidegger introduce el término Gestell para nombrar ese “armazón” que todo lo encuadra y convierte en recurso disponible, y cómo contrasta la techné antigua (poética, colaborativa con la physis) con la técnica moderna (agresiva, calculadora). Identificamos en el Gestell el origen de un peligro singular: la cosificación universal, la pérdida de sentido y de libertad bajo el imperativo de la utilidad. Sin embargo, también identificamos la contracara de ese peligro en la idea de la salvación que crece junto a él: Heidegger sugiere que reconociendo el peligro podemos dar un “giro” hacia un pensar más originario, abrirnos a otros ámbitos como el arte, y así encontrar una relación libre con la técnica en lugar de ser dominados por ella.


Al aplicar estos conceptos a la realidad de la inteligencia artificial, pudimos apreciar que la IA es, por así decir, un capítulo nuevo en la historia del Gestell. La IA expande la lógica de la disposición técnica al ámbito de la mente y la toma de decisiones, potenciando la tendencia a ver el mundo (y a nosotros mismos) como información manipulable. Utilizando ideas de teóricos contemporáneos, argumentamos que la IA hereda la visión metafísica de la técnica moderna —la creencia de que todo fenómeno es reducible a cálculos y datos—, pero a la vez sus propias limitaciones han evidenciado la importancia de aspectos preteridos por esa visión (como el cuerpo, el contexto, la intencionalidad). La crítica heideggeriana nos ayudó a problematizar la aparente neutralidad de la IA: más que una simple herramienta, es portadora de una forma de entender el ser que puede resultar empobrecedora si se absolutiza.


También destacamos desarrollos recientes donde la influencia heideggeriana ha sido explícita: desde las críticas de Hubert Dreyfus a la IA simbólica hasta enfoques de IA situada que reconocen la primacía del estar-en-el-mundo. Esto muestra que el pensamiento de Heidegger no es un ejercicio académico alejado, sino que ha penetrado en debates concretos de la ciencia y la tecnología, ofreciendo correcciones y nuevas perspectivas. La filosofía de Heidegger, con su profundidad ontológica, nos permite ver la inteligencia artificial no solo en términos de funcionalidad o riesgo práctico, sino en términos de cómo afecta nuestra comprensión de nosotros mismos y de lo que consideramos verdadero o valioso. En este sentido, la pregunta por la técnica deviene hoy también pregunta por la IA: ¿Qué revela y qué oculta la inteligencia artificial acerca del ser? ¿De qué manera nos enmarca en una cierta concepción del mundo, y cómo podríamos relacionarnos con ella de forma más libre y auténtica?


Finalmente, reiteremos la enseñanza que subyace a todo el pensamiento heideggeriano de la técnica: la importancia de mantener una actitud de cuestionamiento y apertura. En lugar de caer en el entusiasmo ciego por la última innovación o en el rechazo temeroso, Heidegger nos pide un camino medio de reflexión: ni tecnofilia ingenua ni tecnofobia estéril, sino una comprensión profunda de qué es la técnica en nuestra existencia. Solo así podremos, usando sus propios términos, habitar poéticamente en la época de la técnica. Esto implica que incluso en medio de redes neuronales y algoritmos omnipresentes, conservemos ese espacio interior donde el ser humano sigue siendo más que un número, más que un input-output. La filosofía nos recuerda que, aunque Gestell parezca dominar, nunca agota la riqueza del Ser; siempre queda un resquicio por el cual puede brillar una verdad no calculable, un sentido nuevo, un acto libre. Tal vez, en última instancia, la “salvación” de la que hablaba Hölderlin y retomaba Heidegger consista precisamente en eso: en nuestra capacidad de preguntar, de pensar y de reencontrar lo humano incluso frente a las creaciones más asombrosas de nuestra técnica.


Bibliografía

  • Dreyfus, H. L. (1992). What Computers Still Can't Do: A Critique of Artificial Reason. Cambridge, MA: MIT Press. (Obra original publicada en 1972 como What Computers Can't Do).

  • Heidegger, M. (1994). La pregunta por la técnica. En Conferencias y artículos (E. Barjau, Trad., pp. 7-37). Barcelona: Ediciones del Serbal. (Trabajo original publicado en 1954).

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Este texto ha sido desarrollado con ayuda de Inteligencia Artificial


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