
En muchos países, sobre todo los desarrollados de habla inglesa, ha surgido una línea de investigación muy potente en relación a la evaluación y gestión de las amenazas (Threat Assessment). Esta metodología la suelen aplicar los cuerpos policiales y empresas de seguridad privada para gestionar la seguridad de personas célebres que suelen recibir distintas amenazas. Tradicionalmente, los profesionales de la seguridad se fiaban de su instinto y experiencia, a la hora de dar mayor o menor credibilidad a una amenaza. Y últimamente se ha ido tecnificando esta metodología, basada cada vez más en estudios empíricos. Ya hay revistas científicas y libros de texto que tratan la cuestión. A continuación expongo un modelo sacado de un texto de dos autores clásicos de esta interesante área (Frederick S. Calhoun, y Stephen W. Weston. Threat Assessment and Management Strategies: Identifying the Howlers and Hunters, Second Edition. CRC Press, 2017).
Este modelo parte de la premisa de que hay dos tipos de personas que profieren amenazas, y Calhoun y Weston los comparan con una conducta animal: la de los perros. Los autores opinan que en los seres humanos ocurre lo mismo que con los perros. Unos amenazan pero no atacan, serían como los perros que aullan; y otros terminan atacando, y antes desarrollan conductas propias de la caza, preparando la agresión para el momento y lugar adecuado.
El problema está en cómo discernir si ante una amenaza estamos ante un “aullador” o un “cazador”. Y para resolver este problema Calhoun y Weston han desarrollado una metodología que resumo a continuación.
La evaluación de amenazas es un proceso fundamental, no solo para la seguridad, sino también para la gestión efectiva de cualquier organización o institución. No se trata meramente de identificar posibles crímenes, sino de comprender y abordar las dinámicas de comportamiento de individuos que, por diversas razones, presentan conductas inapropiadas y que podrían escalar a la violencia. Este proceso requiere un enfoque metódico, con una recopilación exhaustiva de información, un análisis profundo del contexto y la implementación de estrategias de gestión adecuadas. Esencialmente, se trata de un esfuerzo multidisciplinario para prevenir actos de violencia mediante la identificación y gestión proactiva de situaciones de riesgo.
El proceso de evaluación de amenazas, para ser efectivo, debe ser sistemático, y consta de los siguientes pasos:
Identificación: Este es el punto de partida de cualquier evaluación de amenazas. Se trata de reconocer señales de alerta, comportamientos inusuales o comunicaciones que sugieran un potencial riesgo. No se limita solo a la detección de amenazas directas, sino que abarca un espectro más amplio de conductas que pueden ser precursoras de violencia. Este proceso implica establecer canales de comunicación efectivos, tanto dentro como fuera de la organización, para asegurar que la información relevante llegue a las personas adecuadas. Los pasos clave en esta fase incluyen:
Reconocimiento de comportamientos inapropiados: Estos comportamientos pueden variar significativamente, desde acciones sutiles como el aislamiento social o cambios drásticos en el comportamiento, hasta comunicaciones directas y amenazantes. Es crucial capacitar al personal para reconocer estas señales. Algunos ejemplos incluyen:
Comunicaciones verbales: Amenazas directas, comentarios intimidantes, o lenguaje que sugiera intenciones violentas.
Comunicaciones escritas: Cartas, correos electrónicos, mensajes en redes sociales que contengan amenazas o lenguaje perturbador.
Actividades sospechosas: Merodeo, vigilancia, o adquisición de armas, por ejemplo.
Cambios de comportamiento: Aislamiento social, irritabilidad, o expresiones de desesperación.
Recopilación de información: Una vez identificado un comportamiento inapropiado, es esencial recopilar la mayor cantidad de información posible. Esto implica establecer canales de comunicación bidireccionales, donde se puede obtener y compartir información de manera eficiente. Esta información puede incluir:
Detalles de la situación: ¿Qué ocurrió?, ¿dónde?, ¿cuándo?, y ¿quiénes estuvieron involucrados?.
Historial del sujeto: Antecedentes personales, laborales o penales, así como su historial de comportamiento.
Condición mental y física: Cualquier problema de salud mental o física, así como el uso de sustancias que puedan influir en su comportamiento.
Contexto social: Relaciones personales, profesionales y cualquier factor que pueda influir en su comportamiento.
Método de comunicación: Cómo se realizó la aproximación: verbal, telefónica, escrita o a través de terceros.
Contenido: ¿Fue una amenaza explícita o implícita?, ¿directa o velada?, ¿inmediata o diferida?
Datos demográficos: Edad, sexo, raza, números de identificación, etc., tanto del sujeto como de su objetivo
Evaluación: Una vez que se ha reunido la información necesaria, el siguiente paso es evaluar el nivel de riesgo. Esta fase implica un análisis profundo de la información recopilada y la aplicación de herramientas de evaluación para determinar la probabilidad de que la persona lleve a cabo un acto de violencia. No se trata de predecir el futuro, sino de comprender la dinámica de la situación y el potencial de riesgo.
Análisis del contexto: Es crucial entender las circunstancias que rodean la situación. Esto incluye:
El uso de "Necesidades de Saber" (Need to Knows): Una herramienta que ayuda a organizar la información en círculos concéntricos, desde el evento que precipitó la investigación, hasta el sujeto, su pasado y su situación actual.
Aplicación sistemática de 4 preguntas: ¿Cuál es la situación general?, ¿Qué está buscando el sujeto?, ¿Está actuando como un cazador? ¿O como un aullador?
Consideración de la motivación del sujeto: Se trata de entender qué impulsa al sujeto, sus metas y su estado emocional. Esto puede incluir:
Grievances: Qué agravio o injusticia siente el sujeto.
Ideación de la violencia: Si el sujeto está considerando la violencia como solución.
Estado emocional: ¿Está el sujeto en un estado de desesperación, ira o frustración?.
Distinción entre cazadores y aulladores: Es fundamental identificar si el sujeto se comporta como un cazador o un aullador, ya que esto determinará las estrategias de gestión más adecuadas:
Cazador: El sujeto se involucra en acciones relacionadas con un ataque. El objetivo es causar daño y las acciones siguen un camino definido.
Aullador: El sujeto se limita a realizar comunicaciones inapropiadas, ya sean amenazantes o emocionales, sin llevar a cabo un ataque. El objetivo es llamar la atención o causar miedo.
Evaluación del efecto de la intimidad: La relación entre el sujeto y su objetivo influye en la credibilidad de las amenazas. Cuanto más íntima sea la relación, mayor será la probabilidad de que la amenaza se convierta en violencia.
Evaluación continua: La situación puede cambiar rápidamente, por lo que es necesario evaluar el riesgo de manera continua y ajustar las estrategias de gestión según sea necesario.
Gestión: Una vez que se ha evaluado el riesgo, el siguiente paso es implementar estrategias para mitigar la amenaza. Esta fase implica la selección de estrategias adecuadas para cada situación y un seguimiento constante para asegurar su efectividad. Es importante tener en cuenta que no existe una fórmula única y que las estrategias deben ser personalizadas y flexibles.
Estrategias de gestión: Estas estrategias pueden variar desde la observación pasiva hasta la intervención activa. Algunas de estas estrategias son:
No tomar ninguna acción por el momento: Esta estrategia se utiliza cuando el riesgo es muy bajo y se evalúa la situación como sin peligro.
Observar y esperar: Se utiliza para monitorear situaciones de bajo riesgo.
Control a través de terceros: Se utiliza para intervenir a través de un sistema de control establecido.
Entrevistas con el sujeto: Se usan para entender su perspectiva y tratar de redirigir su atención.
Intervención directa: Advertencia al sujeto, órdenes de restricción o arrestos, si la situación lo requiere.
Protección al objetivo: Implementación de medidas de seguridad para proteger al objetivo y a su personal, que van desde sesiones de información hasta la reubicación y escolta de seguridad.
Flexibilidad y adaptabilidad: Las estrategias deben adaptarse a las circunstancias y a la evolución de la situación.
Comunicación con el objetivo: Mantener al objetivo y a su personal informados del proceso, ya que esto reduce su ansiedad y mejora su confianza en el equipo de gestión.
Seguimiento: Continuar monitoreando la situación y ajustando las estrategias según sea necesario. La gestión de amenazas es un proceso continuo y no tiene un final definido.
Tipos de Personas Detrás de las Amenazas:
Es esencial comprender las diferentes motivaciones y comportamientos de las personas que realizan amenazas para poder gestionarlas de forma efectiva:
Cazadores (Hunters): Estos individuos se caracterizan por su intención de cometer actos de violencia letal. A diferencia de los aulladores, los cazadores no buscan llamar la atención con sus comunicaciones, sino que actúan de manera sigilosa y organizada para llevar a cabo sus planes. El proceso de violencia planeada de un cazador implica una serie de etapas definidas:
Desarrollo de una queja o agravio: El cazador ha sido víctima de algún tipo de injusticia real o percibida.
Ideación de la violencia: El cazador empieza a considerar la violencia como una solución a su agravio.
Investigación y planificación: El cazador investiga a su objetivo y planifica el ataque, que puede variar desde algo muy simple hasta algo muy elaborado.
Preparación: El cazador se prepara para llevar a cabo el ataque, reuniendo armas y otros recursos necesarios.
Brecha de seguridad: El cazador supera las barreras de seguridad para acceder a su objetivo.
Ataque: El cazador lleva a cabo el ataque de manera intencional, con el objetivo de causar daño grave o la muerte.
Los cazadores pueden ocultar sus motivaciones y quejas para evitar ser detectados o gestionados. Algunos, tras haber expresado su queja en el pasado, optan por el silencio absoluto una vez que comienzan la preparación del ataque.
Los cazadores cambian sus conductas, pasando por ejemplo de escribir a llamar por teléfono, y luego buscar el encuentro cara a cara. Buscan algo más allá de la reacción que su comunicación causa.
Aulladores (Howlers): Estos individuos utilizan las comunicaciones inapropiadas, como amenazas o mensajes emocionales, como una forma de llamar la atención, causar miedo o buscar una conexión con su objetivo, pero sin la intención real de llevar a cabo un acto de violencia. Los aulladores se definen por la relación con su objetivo y lo que buscan lograr a través de sus comunicaciones. Existen dos categorías principales de aulladores:
Aulladores personales: Conocen personalmente a sus objetivos y se dividen en:
Sinistros: Buscan controlar, intimidar o hacer daño emocional a su objetivo:
Controladores: Usan amenazas y la intimidación para dominar a su objetivo, especialmente en contextos domésticos.
Intimidadores: Buscan asustar a su objetivo.
Bromistas sucios: Buscan causar problemas o vergüenza a su objetivo.
Vinculantes: Buscan una conexión emocional o interpersonal con su objetivo:
Buscadores: Intentan iniciar una relación íntima con su objetivo a pesar del rechazo.
Mantenedores: Insisten en retomar una relación que su objetivo quiere terminar.
Delirantes: Creen tener una relación con su objetivo basándose en una fantasía.
Aulladores impersonales: No conocen personalmente a sus objetivos, que suelen ser figuras públicas o celebridades, y se dividen en:
Sinistros: Buscan asustar a su objetivo o a la sociedad en general:
Autodefensores: Sienten que están defendiéndose a sí mismos o a otros y se consideran justicieros.
Buscadores de celebridades: Buscan notoriedad o fama a través de sus amenazas.
Habituales: Hacen amenazas frecuentes y repetitivas a múltiples objetivos, a menudo sin una motivación personal.
Cruzados: Luchan por una causa y amenazan a quienes perciben como sus enemigos.
Imitadores: Intentan imitar acciones violentas o amenazantes que han sido ampliamente publicitadas.
Vinculantes: Buscan una conexión emocional o interpersonal con su objetivo:
De relación: Buscan establecer una relación de tipo amoroso o familiar con su objetivo, aunque sea de forma virtual.
Ilusorios: Se obsesionan con la figura pública y se ven envueltos en una fantasía romántica.
Frívolos: Simplemente buscan llamar la atención.
Los aulladores se definen por su relación con sus objetivos, no por su tendencia a la violencia. Para los aulladores, la comunicación es un fin en sí misma, no un medio para lograr otro objetivo.
La transformación de aullador a cazador: Aunque es raro entre extraños, los aulladores, especialmente los personales, pueden transformarse en cazadores cuando las amenazas ya no surten efecto. El llamado "síndrome de la última gota" puede llevar a un aullador a cruzar la línea hacia la violencia.
La evaluación de amenazas es un proceso complejo y dinámico que requiere una comprensión profunda de las motivaciones y comportamientos de las personas involucradas. Es fundamental no solo identificar las señales de peligro, sino también gestionar las situaciones de manera efectiva para prevenir actos de violencia. La clave está en la recopilación exhaustiva de información, un análisis riguroso del contexto, la distinción entre cazadores y aulladores, la consideración del efecto de la intimidad y la aplicación de estrategias de gestión personalizadas y flexibles.
Bibliografía
Frederick S. Calhoun, y Stephen W. Weston. Threat Assessment and Management Strategies: Identifying the Howlers and Hunters, Second Edition. CRC Press, 2017