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El pensamiento complejo de Edgar Morin como paradigma para la psiquiatría contemporánea


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Introducción: la crisis de la simplificación en el saber humano

La psiquiatría contemporánea, heredera de un "paradigma de la simplificación" que ha dominado el pensamiento occidental durante siglos, se enfrenta a una profunda crisis epistemológica y práctica. Esta crisis se manifiesta en una creciente insatisfacción con el modelo biomédico hegemónico, en la fragilidad conceptual de sus categorías diagnósticas y en una persistente dificultad para abordar la ineludible multidimensionalidad del sufrimiento humano. Ante este panorama, el pensamiento complejo del filósofo y sociólogo francés Edgar Morin no se presenta como una "palabra solución" que ofrece respuestas definitivas, sino como una "palabra problema", un método para pensar esta crisis, para navegar sus contradicciones y para religar los saberes que han sido violentamente desunidos. La tesis central de este ensayo es que una "reforma del pensamiento" es la condición necesaria e ineludible para una "reforma de la práctica" psiquiátrica; sin un cambio en la forma en que organizamos el conocimiento, las acciones que de él se derivan seguirán siendo, inevitablemente, mutilantes.


Este desafío no es exclusivo de la psiquiatría. Se enmarca en el contexto más amplio de la revolución científica del siglo XX, que presenció el desmoronamiento de las certezas del paradigma clásico. La física cuántica, con el principio de indeterminación de Heisenberg, reveló la crisis de la noción de objeto y elemento, mostrando que la partícula elemental no es una entidad aislada sino un "nudo gordiano de interacciones y de scambios". La cibernética, la teoría de sistemas y los estudios sobre la autoorganización biológica demostraron la insuficiencia de la causalidad lineal y la necesidad de pensar en términos de bucles, retroacciones y emergencia. Estos avances abrieron fisuras irreparables en la visión de un universo ordenado, predecible y susceptible de ser descompuesto en sus partes más simples. Obligaron a reintroducir al observador en la observación y a reconocer la inseparabilidad fundamental entre el objeto de estudio y su entorno. Edgar Morin emerge como el pensador que logra sintetizar estas rupturas disciplinarias en una propuesta epistemológica coherente y transdisciplinar, un método para enfrentar la complejidad.


Este ensayo se propone trazar una hoja de ruta para explorar la fecundidad de este método en el campo de la salud mental. En una primera parte, se realizará una inmersión en los fundamentos del pensamiento de Morin, contrastando el paradigma de la simplificación, que produce una "inteligencia ciega", con el paradigma de la complejidad y sus operadores conceptuales. En una segunda parte, se analizará críticamente la psiquiatría hegemónica como un campo paradigmático de la simplificación, examinando cómo los principios de reducción y disyunción se manifiestan en el modelo biomédico y en los manuales diagnósticos. Finalmente, en una tercera parte, se articularán las bases de una "psiquiatría compleja", explorando sus implicaciones para la concepción de la psicopatología, la práctica del diagnóstico, la relación terapéutica y el diálogo crítico con otros modelos como la Medicina Basada en la Evidencia. El objetivo no es ofrecer un nuevo manual, sino una brújula para pensar de otro modo, para aprender a tejer juntos los hilos de un conocimiento que ha sido sistemáticamente deshilachado.


Parte I: Fundamentos del pensamiento complejo de Edgar Morin


El Paradigma de la simplificación: una Inteligencia ciega

El pensamiento complejo de Edgar Morin no puede comprenderse sin analizar aquello a lo que se opone: el paradigma de la simplificación. Este no es un simple error metodológico, sino un principio organizador profundo que ha estructurado el conocimiento occidental desde su formulación por René Descartes y su posterior consolidación con el positivismo. Morin lo describe como el "paradigma maestro de Occidente", un conjunto de principios que, operando de manera a menudo inconsciente, mutilan la realidad para poder aprehenderla, produciendo un conocimiento que, en su búsqueda de claridad, genera ceguera. Este paradigma se sostiene sobre tres pilares interconectados que desarticulan, reducen y abstraen lo real.


El primer pilar es la Disyunción o Separabilidad. Es el principio cartesiano que separa lo que en la realidad está inextricablemente unido: el sujeto pensante (ego cogitans) de la cosa extensa (res extensa), y con ello, la filosofía de la ciencia, el espíritu de la materia, la cultura de la naturaleza, y lo humano de lo biológico. Esta operación de separar conduce inevitablemente a la fragmentación del saber en disciplinas aisladas, cada una encerrada en su propio lenguaje y su propio objeto de estudio. Se crea así una "inteligencia parcelaria, compartimental, dispersiva que rompe el conjunto". La hiperespecialización resultante nos vuelve incapaces de percibir "lo que está tejido en conjunto" (complexus), es decir, lo complejo. El cerebro es estudiado por la biología, la mente por la psicología, y la conexión entre ambos se pierde en el abismo de la disyunción.


El segundo pilar es la Reducción. Este principio dicta que el conocimiento de un todo se logra a través del conocimiento de sus partes constituyentes. La explicación reduccionista busca el "ladrillo fundamental" de la realidad, asumiendo que las propiedades del conjunto son la suma aditiva de las propiedades de sus elementos. Este enfoque ignora sistemáticamente las propiedades emergentes, aquellas cualidades que surgen de la organización y la interacción de las partes y que no existen en las partes aisladas. Como afirma Morin, la explicación reduccionista "desarticula, desorganiza, descompone y simplifica lo que constituye la realidad misma del sistema: la articulación, la organización, la unidad compleja". La vida no puede reducirse a sus componentes físico-químicos, ni la conciencia a sus correlatos neuronales, sin perder en el proceso aquello que se pretendía explicar.


El tercer pilar es la Abstracción o Generalización. Este principio opera extrayendo el objeto de estudio de su contexto y de su temporalidad para buscar leyes universales, inmutables y deterministas. El paradigma de la simplificación pone orden en el universo y persigue el desorden; el orden se reduce a una ley, a un principio, mientras que el azar, el acontecimiento, lo singular y lo irreversible son considerados como residuos o errores del pensamiento que deben ser eliminados. La realidad, en su riqueza irreductible, es sacrificada en el altar de las ideas "claras y distintas".


Lo crucial es comprender que este paradigma no es una simple elección metodológica consciente, sino un principio "supralógico" y "oculto" que "gobierna y controla" el pensamiento de los individuos y las comunidades científicas de manera implícita. Funciona como un "software" mental que predetermina las preguntas que podemos formular, los datos que consideramos relevantes y las explicaciones que aceptamos como válidas. Por ello, la crítica al reduccionismo o a la hiperespecialización resulta superficial si no se dirige al paradigma que los genera. La "reforma del pensamiento" que Morin propone no consiste en acumular nuevos conocimientos dentro del mismo marco, sino en tomar conciencia de este paradigma oculto, de sus operaciones de disyunción y reducción, para poder desafiarlo y abrir la posibilidad de pensar de otro modo.

Principio de Simplicidad

Paradigma de Complejidad

Principio reductor del conocimiento

Necesidad de unir las partes al todo

Principio de causalidad lineal exterior a los objetos

Causalidad compleja (retroactiva, recursiva) y endo-causalidad

Determinismo universal

Azar y dialógica: orden <=> desorden <=> interacción <=> organización

Aislamiento/disyunción de objeto y entorno

Distinción pero no disyunción

Disyunción absoluta sujeto/objeto

Relación indisociable entre el observador y lo observado

Eliminación del sujeto del conocimiento científico

Reintroducción del sujeto cognoscente en todo conocimiento

Eliminación del ser y la existencia por formalización

Introducción del ser y la existencia

Fiabilidad en la lógica, contradicción como error

Límites de la lógica (Gödel); asociación de nociones antagonistas

Ideas claras y netas, discurso monológico

Dialógica y macro-conceptos; complementación de nociones antagonistas

Tabla 1: Contraste entre el Paradigma de la Simplicidad y el Paradigma de la Complejidad. Adaptado de Solana Ruiz.


Los operadores de la complejidad: tejiendo la realidad de nuevo

Frente a la inteligencia ciega del paradigma de la simplificación, Edgar Morin no propone un nuevo sistema cerrado, sino un "método" en su sentido original de "camino". Este método consiste en un conjunto de principios de intelección que nos orientan para evitar las descripciones y explicaciones reduccionistas. Estos principios, que Morin denomina "operadores del pensamiento complejo", no son recetas, sino herramientas para pensar la complejidad, para mantener unida la diversidad y para concebir la unidad en lo múltiple. Los tres operadores fundamentales son el principio dialógico, el principio de recursividad y el principio hologramático.


El Principio Dialógico es el que permite mantener y pensar la dualidad en el seno de la unidad. A diferencia de la dialéctica hegeliana que resuelve la contradicción entre tesis y antítesis en una síntesis superadora, la dialógica moriniana asocia términos que son a la vez complementarios y antagónicos, sin anular su contradicción. Se trata de concebir cómo dos nociones que deberían excluirse mutuamente son, en realidad, indisociables para comprender un mismo fenómeno complejo. Los ejemplos son fundamentales: la vida y la muerte no son solo opuestos, sino que la vida se explica por la muerte y viceversa en un ciclo incesante; el universo es el juego y lo que está en juego de una dialógica entre orden y desorden; la partícula física debe ser concebida, como reconoció Niels Bohr, a la vez como onda y como corpúsculo. La dialógica nos obliga a abandonar el pensamiento disyuntivo del "o bien/o bien" y a adoptar una lógica del "y/y", del "a la vez", que nos permite manejar la paradoja y la ambigüedad inherentes a la realidad.


El Principio de Recursividad Organizacional rompe con la noción de causalidad lineal y unidireccional. Un proceso recursivo es aquel en el que los productos y los efectos son, al mismo tiempo, causas y productores de aquello que los produce. Se trata de un bucle generador en el que el final es necesario para el comienzo. El ejemplo paradigmático de Morin es la relación entre los individuos y la sociedad: los individuos, a través de sus interacciones, producen la sociedad; pero la sociedad, como un todo emergente, produce la humanidad de esos individuos al proveerles el lenguaje, la cultura y las normas. El efecto retroactúa sobre la causa en un bucle que se auto-produce y auto-organiza. Este principio es crucial para comprender los fenómenos vivos y sociales, que no son el resultado de una cadena de causas externas, sino de procesos que se generan y regeneran a sí mismos continuamente.


El Principio Hologramático se inspira en la metáfora del holograma físico, donde cada punto de la imagen contiene la casi totalidad de la información del objeto representado. Este principio nos dice que no solamente la parte está en el todo, sino que el todo está, de alguna manera, inscrito o contenido en la parte. El ejemplo biológico es elocuente: cada célula de nuestro cuerpo, siendo una parte, contiene en su núcleo la totalidad de la información genética del organismo entero. Esto subvierte la lógica reduccionista. Implica que no podemos conocer el todo sin conocer las partes, pero tampoco podemos conocer las partes sin conocer el todo. Nos obliga a un movimiento de pensamiento constante entre lo micro y lo macro, permitiendo "enriquecer el conocimiento de las partes por el todo y del todo por las partes, en un mismo movimiento productor de conocimientos". Este principio está íntimamente ligado a los otros dos: la relación dialógica entre parte y todo, y el bucle recursivo donde la parte regenera el todo que la regenera.


Estos tres principios no deben ser vistos como un nuevo sistema para alcanzar una verdad completa y definitiva. Por el contrario, su función es radicalmente distinta. Morin insiste en que el pensamiento complejo reconoce de partida la imposibilidad de la omnisciencia y la presencia ineludible de la incertidumbre. Los operadores de la complejidad no son herramientas para eliminar la incertidumbre, sino para operar con ella de manera inteligente y reflexiva. La dialógica nos enseña a habitar la contradicción sin la angustia de una certeza sintética. La recursividad nos revela que la causalidad es un bucle impredecible, no una línea recta. El principio hologramático nos recuerda que cualquier conocimiento de una parte siempre será incompleto si no se religa al todo. Juntos, estos principios no constituyen un nuevo dogma, sino una gramática para pensar en un mundo incierto. Su objetivo no es dar respuestas finales, sino enseñarnos a formular preguntas más pertinentes y a desarrollar estrategias para la acción en lo que Morin llama "un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certeza".


Parte II: la psiquiatría bajo el paradigma de la simplificación

La psiquiatría, en su esfuerzo por consolidarse como una disciplina médica y científica, se ha constituido como un campo de aplicación paradigmático de los principios de la simplificación. Su modelo hegemónico, el biomédico, encarna el principio de reducción, mientras que sus herramientas nosológicas, como el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) y la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), operan bajo la lógica de la disyunción. Este doble movimiento ha permitido a la psiquiatría alcanzar un estatus de aparente objetividad, pero a costa de mutilar la complejidad del sufrimiento psíquico.


El modelo biomédico como reduccionismo psíquico

El modelo biomédico que domina la psiquiatría contemporánea es la expresión más clara del principio de reducción aplicado al ser humano. Este modelo concibe la salud mental como la ausencia de enfermedad y se centra casi exclusivamente en los aspectos físicos y químicos del funcionamiento cerebral. La búsqueda se orienta hacia una causa biológica última para los trastornos mentales, ya sea un desequilibrio de neurotransmisores, una disfunción en un circuito neuronal o una predisposición genética. En esta visión, los factores psicológicos, sociales, biográficos y contextuales son relegados a un segundo plano, considerados como epifenómenos o, en el mejor de los casos, como meros desencadenantes de una vulnerabilidad biológica subyacente.


La crítica a este modelo es contundente y proviene de múltiples frentes. Tras décadas de intensa investigación y avances tecnológicos, los científicos no han logrado identificar un marcador biológico inequívoco para ninguno de los trastornos mentales catalogados. La popular teoría del desequilibrio químico, por ejemplo, carece de evidencia concluyente. De manera similar, la promesa de la genética psiquiátrica de desvelar las causas de la esquizofrenia o la depresión no se ha cumplido; la investigación ha mostrado que la asociación entre genes individuales y trastornos psiquiátricos es, en el mejor de los casos, débil y compleja, lejos de un modelo de causalidad simple. Al buscar una causa única y material, el modelo biomédico ignora la multicausalidad y la compleja red de interacciones que constituyen el sufrimiento humano, un fenómeno que es a la vez biológico, psicológico, social e histórico.


Sin embargo, desde la perspectiva del pensamiento complejo, la persistencia del modelo biomédico a pesar de su escasa evidencia empírica no es un mero accidente histórico o un fracaso científico. Es una consecuencia epistemológica inevitable del paradigma de la simplificación. Este paradigma, como se ha visto, exige una explicación reduccionista; su lógica interna lo impulsa a buscar la causa simple, material y medible, el "ladrillo fundamental" del trastorno. Por lo tanto, el modelo biomédico no es simplemente una hipótesis que ha resultado ser incorrecta, sino la expresión lógica de un paradigma que es estructuralmente ciego a otras formas de causalidad, como la recursiva o la dialógica. Criticar este modelo únicamente desde la falta de evidencia es necesario pero insuficiente; la crítica fundamental debe dirigirse al paradigma que lo hace parecer, a ojos de muchos, la única opción verdaderamente "científica".


La lógica de la disyunción en el diagnóstico: el DSM y la CIE

Si el modelo biomédico es la encarnación del reduccionismo, los manuales diagnósticos como el DSM y la CIE son las herramientas por excelencia de la disyunción. Estos sistemas de clasificación operan creando fronteras artificiales y nítidas donde en la realidad clínica solo existen continuos, solapamientos y complejidades. Su sistema fundamentalmente categorial establece una división tajante entre lo "normal" y lo "patológico", y a su vez fragmenta el campo de lo patológico en cientos de "trastornos" discretos y supuestamente independientes. Esta lógica ignora la evidencia de que la mayoría de los problemas de salud mental son de naturaleza dimensional y que el solapamiento de síntomas (comorbilidad) es la norma, no la excepción.


Además, estos manuales operan una disyunción radical al aislar los síntomas del contexto vital del individuo. Las listas de criterios se centran en comportamientos y experiencias observables, despojándolos de su significado biográfico y de su anclaje en la historia personal y social del paciente. La eliminación del sistema multiaxial en el DSM-5, y en particular del Eje IV que codificaba los factores psicosociales y ambientales, representa un retroceso significativo en este sentido, reforzando una visión descontextualizada del sufrimiento. Este enfoque ha conducido a una progresiva "inflación diagnóstica", donde los umbrales para definir un trastorno son cada vez más bajos. Experiencias humanas universales y normales, como el duelo por la pérdida de un ser querido, corren el riesgo de ser patologizadas y tratadas como un "trastorno depresivo mayor". El resultado es una medicalización creciente de la vida cotidiana, que expande la categoría de "enfermo mental" a un porcentaje cada vez mayor de la población.


Este proceso revela un "pacto faustiano" en el corazón de la psiquiatría moderna. La creación del DSM-III y sus sucesores fue impulsada por la necesidad de aumentar la fiabilidad diagnóstica, es decir, asegurar que diferentes clínicos, ante un mismo paciente, llegaran a la misma etiqueta diagnóstica. Este objetivo se alineaba perfectamente con la búsqueda de objetividad y consenso del paradigma científico dominante. Sin embargo, como han señalado numerosos críticos, esta fiabilidad se ha conseguido a costa de sacrificar la validez, es decir, la cuestión de si estas categorías diagnósticas se corresponden con entidades reales y significativas en la naturaleza. Este intercambio es una consecuencia directa del paradigma de la simplificación. La simplificación, desde Descartes, busca ideas "claras y distintas". Un sistema de categorías bien definidas, aunque sea artificial y no capture la realidad, cumple con este requisito de claridad. La psiquiatría, en su afán de legitimación científica, sacrificó la compleja y a menudo ambigua realidad del paciente (validez) para obtener un lenguaje común y una apariencia de objetividad (fiabilidad). Esta primacía de la fiabilidad, impulsada por la lógica simplificadora, es lo que ha llevado a la creación de lo que el exdirector del Instituto Nacional de Salud Mental de EE.UU. (NIMH) describió como un "diccionario que crea etiquetas y las define", en lugar de una verdadera nosología que abrace y articule la complejidad del sufrimiento humano.


Parte III: hacia una psiquiatría compleja: diálogos y recomposiciones

Superar el paradigma de la simplificación en psiquiatría no implica un rechazo nihilista de la disciplina, sino un esfuerzo constructivo por "religar" los conocimientos fragmentados y desarrollar un método de pensamiento y acción a la altura de la complejidad de su objeto: el ser humano en su sufrimiento. Una psiquiatría informada por el pensamiento complejo no es un nuevo modelo cerrado, sino una orientación epistemológica que transforma la manera de concebir la psicopatología, de practicar el diagnóstico y de entender la relación terapéutica.


Repensando la psicopatología como sistema complejo

Desde una perspectiva compleja, el comportamiento psicopatológico deja de ser una "cosa", una entidad estática o una enfermedad con una causa única, para ser comprendido como una propiedad emergente de un sistema complejo, dinámico, abierto y auto-organizador que es la persona en su contexto. Para ilustrar esta transformación conceptual, el caso de la depresión es paradigmático.


En lugar de ser vista como una "enfermedad del cerebro" causada por un déficit de serotonina (reduccionismo), la depresión se revela como un sistema complejo donde interactúan de forma no lineal y multidimensional múltiples factores. Estos incluyen variables biológicas (predisposición genética, procesos inflamatorios, desregulación del eje hipotálamo-hipofisario-adrenal), psicológicas (estilos cognitivos como la rumiación, sentimientos de culpa y baja autoestima, historia de trauma) y sociales (aislamiento, pobreza, falta de apoyo social, eventos vitales estresantes). Ninguno de estos factores es "la causa"; la depresión emerge de la red de interacciones entre ellos.


La dinámica de este sistema es recursiva. Los síntomas no son solo efectos pasivos, sino que se convierten en causas activas que perpetúan el sistema. Por ejemplo, la anhedonia (pérdida de placer) y la astenia (falta de energía) conducen al aislamiento social y a la inactividad; este aislamiento y esta inactividad, a su vez, refuerzan y profundizan el estado de ánimo deprimido y la sensación de inutilidad en un bucle de retroalimentación positiva que estabiliza el estado patológico. La depresión, por tanto, no es solo un efecto, sino que se convierte en causa de su propia persistencia.


Para explicar la estabilidad de este estado a pesar de su naturaleza caótica y fluctuante, se puede recurrir al concepto de "atractor extraño" de la teoría del caos. Un atractor es un estado o patrón hacia el cual un sistema tiende a evolucionar. En la depresión, el sistema persona-contexto parece "caer" en un atractor patológico, un patrón de funcionamiento rígido y de baja complejidad del que es muy difícil salir. Las experiencias traumáticas tempranas, los patrones de apego inseguros o los estresores crónicos pueden funcionar como las condiciones iniciales que configuran el sistema para que este atractor depresivo sea más probable.


Este enfoque nos lleva a una comprensión más profunda: la psicopatología puede ser concebida como una "crisis de organización". La salud mental no es un estado estático, sino la capacidad de un sistema vivo (la persona) para mantener una organización flexible, adaptativa y compleja frente a las perturbaciones internas y externas. Un trastorno como la depresión puede entenderse entonces no como una "avería" en una pieza de la máquina (el cerebro), sino como un colapso en la organización global del sistema. Ante un estrés o un sufrimiento que desborda su capacidad de regulación, el sistema, en un intento fallido de auto-organizarse, colapsa en un estado de menor complejidad y flexibilidad: el atractor depresivo. Desde esta perspectiva, la intervención terapéutica no consiste en "reparar una pieza defectuosa", sino en ayudar al sistema a encontrar una nueva forma de organización más adaptativa y compleja. Se trata de introducir nueva información, energía y relaciones (a través de la psicoterapia, el apoyo social, el ejercicio físico, y sí, a veces también los psicofármacos) para desestabilizar el atractor patológico y permitir la emergencia de nuevos y más saludables patrones de funcionamiento.


El diagnóstico dialógico y la relación terapéutica recursiva

Una psiquiatría compleja implica una transformación radical de la práctica clínica, comenzando por el acto diagnóstico. En lugar de la aplicación de una etiqueta categorial predefinida que opera por disyunción, el diagnóstico se convierte en un proceso dialógico. Se trata de construir una comprensión del problema manteniendo en tensión y en diálogo permanente las diferentes dimensiones de la experiencia humana: lo biológico y lo biográfico, el síntoma objetivable y la vivencia subjetiva, la perspectiva del clínico y la narrativa singular del paciente. El diagnóstico deja de ser una foto fija para convertirse en una hipótesis de trabajo, una construcción intersubjetiva en constante revisión, que honra el viejo aforismo clínico: "no hay enfermedades, sino enfermos".


La propia relación terapéutica debe ser entendida como un sistema complejo. No es un encuentro entre un sujeto activo (el médico) y un objeto pasivo (el paciente), sino una interacción dinámica caracterizada por la no linealidad, la historicidad y la recursividad. El clínico no es un observador externo y objetivo, como pretendía el paradigma de la simplificación; es parte integrante del sistema que co-crea en el encuentro con el paciente. La empatía, la comunicación y la alianza terapéutica dejan de ser "habilidades blandas" accesorias para revelarse como variables críticas que pueden modificar y reorganizar todo el sistema del paciente. El encuentro clínico, además, opera bajo el principio hologramático: en la singularidad de la sesión terapéutica, en la narrativa del paciente, en su lenguaje no verbal, está inscrita la totalidad de su mundo: su historia, sus relaciones, su cultura, su contexto social. El arte del clínico complejo consiste en aprender a leer en la parte la inscripción del todo.


Esta visión conduce a entender la terapia como una "ecología de la acción". Morin utiliza este concepto para describir cómo toda acción, una vez iniciada, escapa a las intenciones de su autor y entra en un juego de inter-retro-acciones en un medio que no podemos controlar, volviéndose a menudo contra su propósito inicial. La intervención psiquiátrica es un ejemplo perfecto. La prescripción de un psicofármaco no es una acción lineal (fármaco → eliminación del síntoma), sino una perturbación introducida en un sistema complejo (el paciente-en-su-mundo). El fármaco interactuará con las expectativas del paciente (generando efectos placebo o nocebo), con la dinámica de sus relaciones familiares, con su situación laboral, con sus creencias culturales, produciendo efectos emergentes e impredecibles. Un clínico que piensa en complejidad lo sabe. No actúa como un ingeniero que aplica un protocolo de manera mecánica, sino como un estratega que realiza una intervención inicial, observa atentamente las retroacciones del sistema y ajusta su estrategia en consecuencia, consciente de que el resultado final es siempre incierto y co-construido.


Navegando la incertidumbre: más allá de la Medicina Basada en la Evidencia

En este contexto, surge una tensión inevitable con el paradigma dominante en la medicina actual: la Medicina Basada en la Evidencia (MBE). Es crucial reconocer el valor de la MBE como una defensa contra prácticas clínicas arbitrarias o basadas únicamente en la autoridad, y como una herramienta para establecer la eficacia de las intervenciones a nivel poblacional. Sin embargo, cuando la MBE se aplica de forma reduccionista, puede convertirse en un "recetario" que ignora la singularidad irreductible del paciente individual.


La MBE proporciona un conocimiento probabilístico, basado en promedios de grandes poblaciones estudiadas en ensayos clínicos controlados. La práctica clínica, por el contrario, se enfrenta a individuos concretos, únicos e irrepetibles, cuyas características rara vez coinciden con las de la población idealizada de los estudios. El pensamiento complejo no descarta la evidencia, sino que la sitúa en su justo lugar. La evidencia de los ensayos clínicos es una pieza de información valiosa, un "archipiélago de certeza", pero no es la totalidad del mapa. El clínico complejo integra esta evidencia en una estrategia terapéutica, un concepto que Morin opone al de programa. Un programa es una secuencia de acciones predeterminadas que funciona bien en un entorno estable y predecible. Una estrategia, en cambio, es un escenario de acción que puede modificarse en función de la información y los acontecimientos que surjan en el camino. La práctica clínica compleja es estratégica: utiliza la evidencia como punto de partida, pero la adapta al contexto, a la incertidumbre del caso individual y, fundamentalmente, a los valores y preferencias del paciente, que se convierten en un elemento central de la toma de decisiones.


En última instancia, el pensamiento complejo no se propone como un modelo alternativo que compita con la MBE o con el modelo biopsicosocial. Más bien, ofrece un metaparadigma que permite una integración dialógica y reflexiva de los diferentes enfoques. Permite comprender la MBE como una fuente de conocimiento poderosa pero parcial (general, probabilística). Permite valorar la experiencia clínica no como una anécdota subjetiva, sino como el conocimiento tácito y estratégico necesario para navegar la incertidumbre. Y permite articular el modelo biopsicosocial no como una simple suma de factores, sino como un sistema dinámico de inter-retro-acciones. La complejidad proporciona el andamiaje epistemológico para una psiquiatría verdaderamente integradora, que no se ve forzada a elegir entre la ciencia y el arte, entre la biología y la biografía, sino que aprende a tejerlos juntos en una práctica reflexiva y profundamente humana.


Conclusión: la Reforma del pensamiento como reforma de la práctica psiquiátrica

El recorrido a través del pensamiento complejo de Edgar Morin y su aplicación al campo de la psiquiatría revela una conclusión fundamental: la crisis actual de la salud mental no es meramente técnica o farmacológica, sino, en su raíz, una crisis del pensamiento. Atrapada en el paradigma de la simplificación, la psiquiatría hegemónica produce un conocimiento y una práctica que, en su afán de orden, claridad y control, mutilan la realidad del sufrimiento humano. Al disociar la mente del cuerpo, el individuo de su contexto y el síntoma de su significado, se genera una "inteligencia ciega" que, si bien acumula datos, pierde la capacidad de comprensión.


El pensamiento complejo ofrece un camino para "religar" los saberes disjuntos —la neurobiología con la psicodinámica, la sociología con la fenomenología— y para reintroducir la subjetividad del paciente y del clínico, el contexto y la incertidumbre en el corazón de la práctica psiquiátrica. No se trata de abandonar el rigor científico, sino de ampliar la noción de ciencia para que sea capaz de dialogar con lo que no es cuantificable, con la singularidad y con la historia.


La implementación de una psiquiatría compleja enfrenta, sin duda, enormes desafíos. El propio Morin reconoce que su enfoque puede resultar abrumador, que carece de las herramientas precisas y operativas del pensamiento simplificador, y que puede ser tachado de idealista en un mundo que demanda soluciones rápidas. Las presiones de los sistemas de salud, las compañías de seguros y la industria farmacéutica favorecen los diagnósticos rápidos, los protocolos estandarizados y las soluciones farmacológicas, todos ellos productos de la lógica simplificadora. Formar profesionales capaces de pensar la complejidad requiere una profunda reforma educativa que vaya más allá de la transmisión de contenidos fragmentados.


A pesar de estas dificultades, abrazar la complejidad se presenta como una necesidad ética y científica ineludible. Es importante subrayar que esta perspectiva no es una forma de "antipsiquiatría". No niega la realidad del sufrimiento psíquico severo ni la utilidad, en muchos casos, de las intervenciones biológicas. Por el contrario, es un llamado a una psiquiatría mejor, más humilde, reflexiva y humana. Una psiquiatría que reconozca los límites de su saber, que acepte la imposibilidad de la omnisciencia y que entienda que su objetivo no es erradicar el desorden de la existencia, sino acompañar a las personas en la búsqueda de nuevas y más ricas formas de organización vital.


La meta final es la que Morin ha denominado una "ciencia con consciencia", una práctica capaz de abordar el sufrimiento sin reducirlo a una categoría, de acompañar al paciente en toda su complejidad y de reconocer siempre la incompletud de nuestro propio conocimiento. La psiquiatría, como la vida misma, es un viaje en un océano de incertidumbres. El pensamiento complejo no promete un puerto seguro y definitivo, pero ofrece la brújula indispensable para aprender a navegar.

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