Las creencias extremas sobrevaloradas y la radicalización
- Alfredo Calcedo
- 26 ago
- 35 Min. de lectura
Actualizado: 6 sept

El término radicalización se está utilizando cada vez más en nuestro entorno. Muchas veces se usa como si se explicara que una persona ha sido contagiada por una enfermedad y puede ser peligrosa. Las personas radicalizadas pueden desarrollar conductas de violencia extrema y en estos casos se plantea si existe un trastorno mental. En la mayoría de los casos no hay tal trastorno mental, sino un proceso psicológico en el intervienen múltiples factores. Interesa tener claro el concepto de "ideas sobrevaloradas extremas" que presentan las personas radicalizadas que cometen delitos graves. También analizo más adelante el concepto de idea sobrevalorada e idea delirante.
Introducción: la tiranía de la certeza
La historia del pensamiento humano es, en gran medida, la historia de sus convicciones. Son las ideas firmemente sostenidas las que impulsan la construcción de civilizaciones, la creación de arte sublime y la búsqueda incesante del conocimiento. Sin embargo, en el corazón de esta fuerza motriz yace una paradoja peligrosa: cuando la convicción se despoja de la duda, cuando se vuelve inmune a la evidencia y sorda al diálogo, se transforma en una tiranía. Este ensayo se adentra en el análisis de un fenómeno central de la modernidad y la posmodernidad: las "ideas sobrevaloradas extremas". Este término describe aquellas creencias que, tanto a nivel individual como colectivo, adquieren una carga afectiva y un valor desproporcionados con respecto a su mérito objetivo, cristalizando en dogmas rígidos que moldean la percepción, justifican la acción y, en sus manifestaciones más virulentas, conducen a la catástrofe.
El argumento central de este trabajo es que las ideas sobrevaloradas extremas no son meros errores de juicio, sino complejos constructos psico-sociales que emergen de la confluencia de vulnerabilidades cognitivas inherentes a la mente humana y dinámicas de refuerzo social que son masivamente amplificadas por la arquitectura tecnológica de nuestra era. Sostenemos que, si bien la convicción es un prerrequisito para la acción humana significativa, su forma extrema y dogmática representa una de las mayores amenazas para el pensamiento libre, la cohesión social y el progreso genuino. Estas ideas, que van desde paradigmas económicos y utopías tecnológicas hasta imperativos culturales y lógicas políticas totalitarias, comparten una función subyacente: ofrecer una certeza totalizante en un mundo percibido como incierto y complejo, una "solución" que pretende hacer innecesaria la ardua tarea de la deliberación política y el juicio ético.
Para desentrañar la anatomía de esta convicción inflexible, este ensayo adopta un enfoque decididamente multidisciplinario. Se entrelazarán conceptos de la filosofía, que nos proporciona el lenguaje para entender el dogma y la ideología; de la psicopatología, que traza la delicada línea entre la creencia intensa y el delirio patológico; de la psicología cognitiva, que revela los sesgos sistemáticos que nos hacen presa de la certeza injustificada; y de la sociología crítica y los estudios de medios, que examinan cómo estas ideas se contagian, se industrializan y se convierten en la base de identidades colectivas. Este marco teórico integrado nos permitirá construir un modelo comprensivo del fenómeno, capaz de explicar tanto su persistencia a lo largo de la historia como su particular virulencia en el presente.
La estructura del ensayo seguirá una progresión lógica, desde la definición hasta el diagnóstico y la propuesta de antídotos. La Sección I se dedicará a una "Cartografía de la Idea Fija", estableciendo un léxico preciso que diferencia el dogma filosófico de la idea sobrevalorada en su acepción clínica, distinguiéndola a su vez del delirio. La Sección II, "La Arquitectura de la Mente Cautiva", explorará los mecanismos psicológicos subyacentes, analizando cómo los sesgos cognitivos y, en particular, el efecto Dunning-Kruger, construyen una fortaleza de certeza alrededor de la creencia. La Sección III, "El Contagio de la Creencia", examinará las dinámicas sociales y tecnológicas de propagación, desde las teorías clásicas de la psicología de masas hasta la función de las cámaras de eco y las burbujas de filtro en la era digital. Armados con este aparato conceptual, la Sección IV se adentrará en el análisis de cuatro "Grandes Dogmas de la Modernidad Tardía": el mito del crecimiento económico infinito, el solucionismo tecnológico, la mercantilización del yo a través del imperativo de la felicidad, y la lógica totalitaria como la apoteosis de la idea hecha realidad. Finalmente, la Sección V, "Hacia una Epistemología de la Incertidumbre", explorará los posibles antídotos intelectuales y sociales, proponiendo una tríada de estrategias de resistencia: el fomento del pensamiento crítico, el cultivo de la humildad intelectual y el diseño de entornos que promuevan la diversidad cognitiva. El ensayo concluirá con una reflexión sobre la necesidad de aprender a "pensar sin barandillas", aceptando la incertidumbre como condición fundamental para una vida intelectual y política verdaderamente libre.
Sección I: cartografía de la idea fija - del dogma a la psicopatología
Para analizar un fenómeno tan complejo como las ideas sobrevaloradas extremas, es imperativo establecer primero un marco conceptual riguroso. Este léxico debe ser capaz de diferenciar las creencias normativas, incluso las más intensas, de las patológicas, situando nuestro objeto de estudio en un espectro que va desde la opinión firmemente sostenida hasta la ruptura psicótica con la realidad. Esta sección traza dicha cartografía, partiendo del concepto filosófico de dogma para llegar a la distinción clínica fundamental entre la idea sobrevalorada y la idea delirante.
1.1 El concepto filosófico de dogma
En su acepción más fundamental, un dogma es una proposición tenida por cierta y como principio innegable. Derivado del griego dógma (δóγμα), que originalmente se refería a una opinión o creencia, y más tarde a decretos públicos o doctrinas filosóficas, el término ha llegado a significar un conjunto de creencias de carácter indiscutible y obligado para los seguidores de una religión, sistema o ideología. Un dogma no es una mera opinión; es un axioma, un postulado que sirve como fundamento capital de un sistema de pensamiento. Su función principal es proporcionar cohesión y un sentido de pertenencia a una comunidad, estableciendo las verdades fundamentales que deben ser aceptadas sin cuestionamiento por sus miembros. Cualquier manifestación opuesta a estos dogmas es a menudo considerada una herejía, lo que subraya su papel como guardián de la ortodoxia del grupo.
Si bien esta función de cohesión puede ser socialmente útil, el dogmatismo inherente al concepto ha sido objeto de una profunda crítica filosófica. Friedrich Nietzsche veía el dogma como una forma de pensamiento rígido que impedía el cuestionamiento y la exploración de nuevas ideas, representándolo como una "esclavitud intelectual" que limitaba el crecimiento y la libertad del individuo. Para Karl Marx, el dogma era una herramienta más cínica, un instrumento utilizado por las clases dominantes para mantener su poder y control. Desde una perspectiva marxista, el dogma funciona como una ideología o "falsa conciencia" que oculta las verdaderas relaciones de poder y explotación en la sociedad, presentando un orden social contingente y reaccionario como natural e inmutable. El Diccionario filosófico marxista de 1946 define el dogmatismo como lo característico de "todos los sistemas teóricos que defienden lo caduco, lo viejo y lo reaccionario, y que luchan contra lo nuevo".
Históricamente, el término encontró su aplicación más potente en el ámbito religioso. A partir del Concilio de Trento en 1545, la Iglesia Católica comenzó a usar la palabra "dogma" para referirse a toda verdad reconocida como revelada por Dios, transmitida a través de las escrituras o la tradición apostólica, y que debe ser aceptada como palabra divina. En el Islam, los dogmas se encuentran en el Aqidah, el credo que establece los artículos de fe, como la creencia en un solo Dios y en que Mahoma es su último profeta. En el judaísmo, los dogmas se inscriben en la Torá, con la creencia en un único Dios que ha elegido al pueblo de Israel. La modificación o el rechazo de estos dogmas ha sido una causa fundamental de cismas y la creación de nuevas denominaciones y sectas a lo largo de la historia.
Es crucial señalar que el dogmatismo no se limita a la religión. Puede encontrarse en cualquier ámbito, incluyendo la política, la ciencia y el derecho. En el derecho, por ejemplo, ciertos principios formulados como axiomas en latín, como Nullum crimen, nulla poena sine praevia lege, funcionan como dogmas fundacionales del sistema legal. Incluso en la ciencia, un campo supuestamente antidogmático, el término ha sido utilizado, aunque a menudo de forma controvertida. Francis Crick llamó a su famosa conjetura sobre el flujo de información genética el "Dogma Central de la Biología Molecular", no porque fuera incuestionable, sino para sugerir su importancia central. Más tarde admitió que el uso de la palabra "dogma" —que él entendía como "una idea que carecía de evidencia razonable"— causó más problemas de los que valía, dada su fuerte connotación de creencia inamovible. Esta anécdota ilustra perfectamente la potencia cultural del término: un dogma es, por encima de todo, una idea que se resiste al cuestionamiento.
1.2 La perspectiva clínica: idea sobrevalorada vs. delirio
Mientras que la filosofía y la sociología analizan el dogma a nivel colectivo, la psicopatología ofrece herramientas para entender cómo estas creencias inflexibles se manifiestan en la mente individual. Aquí, la distinción entre una "idea sobrevalorada" y una "idea delirante" es de vital importancia para nuestro análisis.
Una idea sobrevalorada se define como una creencia solitaria, sostenida con una carga afectiva de gran intensidad, que llega a predominar sobre el resto de las ideas y a dirigir una parte significativa del comportamiento del individuo. Estas ideas suelen formarse en relación con las pasiones, las convicciones políticas o religiosas del sujeto, y los acontecimientos biográficos vividos. La persona puede presentar argumentos en apoyo de su idea, y aunque esta es muy resistente a la evidencia contraria, no es completamente inmune a la lógica. Crucialmente, una idea sobrevalorada, por extrema que sea, es psicológicamente comprensible dentro del contexto cultural y personal del individuo. Por ejemplo, la creencia fanática de un activista político en la superioridad de su ideología, que le lleva a dedicar su vida a la causa, es una idea sobrevalorada. Es exagerada y domina su vida, pero no está desconectada de la realidad compartida; de hecho, se nutre de ella.
En el extremo patológico del espectro se encuentra la idea delirante (o delirio). Según la definición clásica de Karl Jaspers, el delirio presenta cuatro características fundamentales: 1) una certeza subjetiva incomparable y absoluta; 2) una total incorregibilidad, no siendo influenciable por la experiencia ni por la argumentación lógica; 3) un contenido imposible, irreal o bizarro; y 4) un origen incomprensible psicológicamente, representando una ruptura con la biografía y la realidad del sujeto. Un hombre que cree firmemente que es una figura histórica resucitada o que está siendo controlado por organizaciones internacionales a través de implantes invisibles, a pesar de la ausencia total de evidencia, tiene una idea delirante. El delirio se convierte en el eje de la vida del individuo, alterando profundamente su relación con el mundo y siendo completamente inmodificable.
La frontera entre ambas puede ser porosa. Cuando una idea sobrevalorada se vuelve completamente inmodificable ante la experiencia que la contradice, se transforma en una idea deliroide. Estas ideas, a diferencia de los delirios primarios de la esquizofrenia, surgen a menudo como interpretaciones de un estado afectivo intenso o como explicaciones a otras experiencias anómalas.
Este ensayo se centra en las ideas sobrevaloradas extremas: aquellas que, sin llegar a ser delirios bizarros, alcanzan un grado de convicción y de influencia sobre el comportamiento que las acerca a la inflexibilidad del dogma. Son estas ideas las que forman la base psicológica del fanatismo, la radicalización y la adhesión a ideologías totalizantes. No son formalmente una psicosis, pero a nivel social, funcionan con la misma fuerza aglutinante e impermeable a la crítica que un dogma religioso.
La siguiente tabla sintetiza estas distinciones, proporcionando un marco de referencia que será utilizado a lo largo del análisis de los estudios de caso.
Criterio | Opinión Fuerte | Idea Sobrevalorada | Idea Delirante |
Conexión con la Realidad | Basada en la realidad, interpretable. | Basada en la realidad pero exagerada o con un enfoque desproporcionado. | Totalmente desconectada de la realidad compartida; contenido a menudo imposible o bizarro. |
Corregibilidad | Abierta al debate y potencialmente modificable con nueva evidencia. | Resistente a la evidencia contraria, pero no completamente inmune a la lógica o al diálogo. | Totalmente inmodificable e incorregible frente a cualquier evidencia o argumento lógico. |
Carga Afectiva | Puede ser alta, pero no domina la totalidad de la vida psíquica. | Carga afectiva muy elevada; la idea se convierte en un pilar central de la identidad y la vida. | Certeza subjetiva absoluta y apodíctica; se convierte en el eje organizador de la vida. |
Aceptación Cultural/Social | Generalmente compartida o comprensible dentro de un grupo social. | Puede no ser común, pero es comprensible dentro de un contexto biográfico, cultural o ideológico. | No es compartida ni aceptada en el contexto cultural del individuo (idiosincrática). |
Impacto Funcional | Influye en decisiones y comportamientos, pero no suele causar un deterioro grave. | Impacto significativo en el comportamiento, pudiendo llevar a acciones extremas pero contextualmente comprensibles. | Causa un deterioro marcado en el funcionamiento social y personal; conduce a comportamientos irracionales. |
Al observar esta cartografía, emerge una conexión fundamental que unifica los niveles de análisis sociológico y psicológico. El concepto de "dogma" y el de "idea sobrevalorada" describen fenómenos análogos que operan en diferentes planos. Un dogma, tal como se ha definido, es una creencia colectiva, un principio obligatorio para los miembros de una doctrina o ideología, cuya función es mantener la cohesión del grupo. La pregunta clave es: ¿cómo experimenta un individuo este dogma colectivo? No lo vive como una imposición puramente externa, sino que lo internaliza, lo hace suyo. Esta creencia internalizada encaja de manera precisa en la descripción clínica de una idea sobrevalorada. Es central para la vida del individuo, está cargada de una enorme energía emocional, es altamente resistente al cambio y, lo más importante, no es bizarra ni está desconectada de su realidad social; de hecho, es su realidad social. Esta convergencia conceptual es poderosa, pues permite utilizar el riguroso marco de la psicopatología para analizar fenómenos políticos y culturales. Nos faculta para examinar cómo las ideologías "reclutan" psicológicamente a los individuos, no induciendo una psicosis, sino fomentando la formación de ideas sobrevaloradas que se alinean perfectamente con el dogma del grupo, convirtiendo al creyente en un devoto soldado de la certeza.
Sección II: la arquitectura de la mente cautiva - mecanismos psicológicos
Una vez establecido el qué —la naturaleza de la idea sobrevalorada extrema—, es necesario investigar el cómo: ¿qué procesos mentales hacen al individuo vulnerable a adoptar y defender estas creencias con una convicción tan férrea? La respuesta no reside en una falla moral o en una simple falta de inteligencia, sino en la arquitectura misma de la cognición humana. Nuestra mente ha evolucionado para tomar decisiones rápidas y eficientes, utilizando atajos mentales que, si bien son útiles en la mayoría de las situaciones, nos dejan sistemáticamente expuestos a ciertos tipos de errores. Esta sección deconstruye los procesos cognitivos que subyacen a la formación del pensamiento dogmático, centrándose en la interacción fatal entre los sesgos cognitivos y la sobreconfianza patológica.
2.1 Atajos mentales y trampas de la razón
El término "sesgo cognitivo" se refiere a un patrón sistemático de desviación de la norma o la racionalidad en el juicio. Son efectos psicológicos que producen una distorsión en el procesamiento de la información, llevándonos a juicios inexactos. Estos sesgos no son fallos ocasionales, sino tendencias inherentes a la forma en que nuestro cerebro procesa el mundo, a menudo operando a un nivel inconsciente. Algunos investigadores los consideran atajos heurísticos, empleados para tomar decisiones rápidas, especialmente cuando la información es limitada o el tiempo apremia. Sin embargo, estos mismos atajos que nos permitieron sobrevivir en entornos ancestrales pueden convertirse en trampas en el complejo mundo moderno, sentando las bases para la adopción de creencias rígidas.
Es fundamental distinguir los sesgos cognitivos de las falacias lógicas. Una falacia lógica es un error en la estructura de un argumento, un fallo en el razonamiento formal. Un sesgo cognitivo, en cambio, es un error en el proceso de pensamiento, una distorsión en cómo percibimos, recordamos y procesamos la información antes incluso de articular un argumento. Entre la vasta lista de sesgos identificados por la psicología cognitiva, varios son particularmente relevantes para la formación de ideas sobrevaloradas:
Sesgo de confirmación. Este es quizás el sesgo más pernicioso y fundamental en el mantenimiento del dogma. Se trata de la tendencia a buscar, interpretar, favorecer y recordar información de una manera que confirma o apoya las creencias preexistentes, mientras se ignora o devalúa activamente la información que las contradice. Este sesgo nos hace recordar nuestros aciertos y olvidar nuestros errores, creando una falsa sensación de que nuestras creencias están constantemente validadas por la experiencia. Funciona como un filtro selectivo de la realidad, asegurando que el mundo que percibimos siempre parezca estar de acuerdo con nosotros.
Heurística de disponibilidad. Este atajo mental nos lleva a sobrestimar la probabilidad de eventos o la importancia de la información que está más fácilmente "disponible" en nuestra memoria, es decir, aquello que es reciente, vívido o emocionalmente cargado. Por ejemplo, después de ver noticias sobre un accidente aéreo, podemos sobrestimar el riesgo de volar, a pesar de que estadísticamente es uno de los medios de transporte más seguros. En el contexto de las ideas sobrevaloradas, este sesgo puede hacer que anécdotas o ejemplos aislados que apoyan la creencia parezcan mucho más significativos y representativos de la realidad de lo que realmente son.
Efecto de Encuadre (Framing). Este sesgo demuestra que nuestras decisiones pueden ser alteradas drásticamente por la forma en que se presenta la misma información. La gente reacciona de manera diferente a una elección particular dependiendo de si se presenta como una pérdida o como una ganancia. Los líderes ideológicos y los demagogos son maestros del encuadre, presentando sus ideas en un marco que maximiza su atractivo emocional y minimiza sus desventajas, influyendo en la opinión pública sin cambiar los hechos subyacentes.
Estos sesgos, y muchos otros, no operan de forma aislada. Forman un ecosistema cognitivo que, una vez que una idea sobrevalorada ha echado raíces, trabaja para protegerla de cualquier amenaza externa, construyendo una fortaleza de justificaciones y percepciones selectivas a su alrededor.
2.2 El motor de la certeza: el efecto Dunning-Kruger
Si los sesgos cognitivos son los ladrillos de la fortaleza dogmática, el efecto Dunning-Kruger es el motor que alimenta la arrogante certeza de sus guardianes. Descrito por los psicólogos David Dunning y Justin Kruger, este sesgo cognitivo revela una relación paradójica entre la competencia y la autoevaluación. Su mecanismo es doble: por un lado, los individuos con baja habilidad, pericia o conocimiento en un área determinada tienen una tendencia sistemática a sobrestimar masivamente su propia habilidad o conocimiento. Por otro, los individuos altamente competentes tienden a subestimar ligeramente su competencia en relación con los demás.
La raíz de este fenómeno no es la simple ignorancia, sino un déficit metacognitivo. La metacognición es la capacidad de "pensar sobre el propio pensamiento", de evaluar con precisión las propias habilidades y conocimientos. En el caso de los incompetentes, la misma falta de habilidades que les impide tener un buen desempeño también les impide reconocer su incompetencia. Carecen de la pericia necesaria para darse cuenta de que están cometiendo errores o de que su conocimiento es superficial. Como resultado, su autoevaluación se infla, llevándolos a una sobreconfianza que no se corresponde en absoluto con su rendimiento real.
Este efecto tiene consecuencias nefastas en el discurso público y la toma de decisiones. Un estudio que analizó mensajes sobre la vacunación contra la COVID-19 en la red social LinkedIn proporciona una demostración empírica contundente de este principio. Los investigadores clasificaron a los autores de los mensajes según su nivel de conocimiento sobre el tema (desde mínimo hasta muy elevado) y analizaron el grado de certeza con que expresaban sus opiniones. Los resultados fueron reveladores: el grupo con conocimientos mínimos fue el que, porcentualmente, emitió más mensajes con certeza absoluta (41.8%). En contraste, el grupo con conocimientos muy elevados fue el más propenso a reflejar incertidumbre, comunicando solo el 15.7% de sus mensajes con certeza absoluta y un 37.1% con certeza nula (expresando dudas o la necesidad de más estudios). La conclusión es clara e inquietante: a menor conocimiento, mayor asertividad.
El efecto Dunning-Kruger se manifiesta en innumerables campos. En el ámbito laboral, puede llevar a un trabajador sin preparación a tomar decisiones arriesgadas, saltarse procedimientos de seguridad y desestimar las recomendaciones de expertos, creyendo que "ya lo sabe todo". En el mundo de las inversiones financieras, puede inducir a los principiantes a creer que entienden los mercados mejor de lo que realmente lo hacen, llevándolos a tomar riesgos excesivos y a resistirse a la educación financiera. En las redes sociales, el efecto se exacerba, ya que la plataforma proporciona validación social instantánea (a través de "me gusta" y comentarios positivos) que refuerza la creencia de una persona en su propia competencia, incluso cuando carece de fundamento.
La interacción de estos mecanismos psicológicos crea un ciclo vicioso de autoengaño. El efecto Dunning-Kruger no solo es el generador de una confianza inicial injustificada en una idea sobrevalorada, sino que funciona como un "sistema inmunitario" para proteger esa idea de la autocrítica. El proceso se desarrolla de la siguiente manera: primero, un individuo, a menudo en un área donde su competencia es escasa, adopta una idea sobrevalorada. El efecto Dunning-Kruger le proporciona inmediatamente un alto grado de confianza en esta creencia. De manera crucial, este mismo efecto degrada su capacidad metacognitiva para evaluar la validez de su propio conocimiento; en esencia, no sabe que no sabe. Cuando se enfrenta a evidencia que contradice su creencia, su sesgo de confirmación se activa para rechazarla o reinterpretarla. La razón por la que el sesgo de confirmación opera con una fuerza tan abrumadora es que la facultad metacognitiva, que podría inducir a la duda ("Quizás estoy equivocado, debería considerar esta evidencia"), está efectivamente desactivada. El individuo bajo el efecto Dunning-Kruger carece de esta capacidad fundamental de introspección crítica. Esto explica la futilidad de muchos debates con personas fanatizadas. El problema no es simplemente que ignoran la evidencia (un fallo de sesgo de confirmación), sino que carecen del mecanismo mental para reconocer que podrían estar equivocados en primer lugar (un fallo metacognitivo). El efecto Dunning-Kruger actúa como el guardián en la puerta de la mente, protegiendo a la idea sobrevalorada de su enemigo más peligroso: la duda reflexiva.
Sección III: el contagio de la creencia - dinámicas sociales y tecnológicas
Las ideas sobrevaloradas, aunque arraigadas en la psicología individual, no florecen en el vacío. Su poder reside en su capacidad para propagarse, para convertirse en creencias colectivas que definen grupos, movilizan masas y polarizan sociedades. Para comprender plenamente su fuerza, debemos pasar del análisis de la mente individual al de la red social en la que está inmersa. Esta sección analiza cómo las ideas se contagian y se refuerzan a nivel colectivo, transitando desde las teorías clásicas de la psicología de masas hasta la arquitectura digital contemporánea, que ha industrializado el proceso de formación de dogmas a una escala sin precedentes.
3.1 Psicología de masas y contagio social
El estudio de cómo las creencias y emociones se propagan a través de los grupos tiene una larga historia. Las primeras teorías de la "psicología de masas", como las de Gustave Le Bon, describían a la multitud como una entidad irracional en la que el individuo pierde su identidad, su sentido crítico y su responsabilidad, volviéndose altamente sugestionable y propenso al "contagio" de emociones y creencias simples y exageradas. Aunque estas primeras visiones han sido criticadas por su elitismo y su carácter patologizante, capturaron una intuición importante: en un contexto de grupo, las creencias pueden propagarse de forma análoga a una epidemia.
Enfoques más contemporáneos han refinado este concepto, hablando de contagio social y delineando sus mecanismos específicos. Este contagio puede ocurrir a través de varias vías:
Aprendizaje Observacional. Las personas aprenden observando a los demás y modelan su comportamiento según lo que han visto, especialmente si perciben a los otros como influyentes o similares a ellos (Teoría Cognitiva Social).
Identidad Social. Los individuos tienden a ajustarse a las normas y creencias de su grupo para mantener una identidad social positiva y un sentido de pertenencia (Teoría de la Identidad Social). La adopción de la creencia del grupo no es solo una cuestión cognitiva, sino un acto de afiliación.
Contagio Emocional. Las emociones son altamente contagiosas. La exposición a la felicidad, el miedo o la indignación de otros puede inducir estados emocionales similares en nosotros, creando un "clima emocional" compartido que puede alentar la movilización colectiva.
Cascada de Información: En situaciones de incertidumbre, los individuos pueden optar por ignorar su propio juicio y simplemente adoptar las creencias o comportamientos de otros, asumiendo que los demás están mejor informados. Esto puede crear un efecto de bola de nieve donde una creencia, incluso si es falsa, se propaga rápidamente a medida que más y más personas la adoptan basándose en las acciones de los demás.
El rumor es un ejemplo paradigmático de este proceso. Surge en contextos de ansiedad e incertidumbre, y funciona como una acción colectiva de comunicación que aglutina a individuos, creando un "nosotros colectivo". La circulación de un rumor no solo transmite supuesta información, sino que también satisface necesidades psicológicas profundas: exorciza miedos, expresa rencores sociales y, sobre todo, refuerza los lazos y la identidad del grupo frente a un "otro" o una amenaza externa. Enfoques más recientes, en contraposición a Le Bon, argumentan que la masa no necesariamente pierde su identidad, sino que puede actuar precisamente desde el reforzamiento de una identidad social común. La conducta del grupo dependerá de las creencias colectivas asociadas a esa identidad, pudiendo movilizarse tanto hacia la violencia como hacia la resistencia pacífica.
3.2 La industrialización del dogma: cámaras de eco y burbujas de filtro
Si las dinámicas de contagio social han existido siempre, la era digital ha creado un entorno que las acelera y las intensifica de forma radical. La arquitectura de las redes sociales y los motores de búsqueda ha dado lugar a dos fenómenos interrelacionados que actúan como incubadoras y amplificadoras de ideas sobrevaloradas: las cámaras de eco y las burbujas de filtro.
Una cámara de eco es un entorno informativo cerrado en el que un individuo solo encuentra creencias o informaciones que refuerzan las suyas propias. Dentro de esta cámara, las opiniones disidentes son marginadas o desaparecen por completo, lo que lleva a los participantes a sobrestimar la popularidad y la validez de sus propias posturas. Este fenómeno está directamente asociado con la polarización, el extremismo y un estado de aislamiento intelectual. Las cámaras de eco se forman por la confluencia de dos fuerzas poderosas:
Homofilia: Es la tendencia humana, profundamente arraigada, a buscar y relacionarse con personas que son similares a nosotros en términos de creencias, intereses y valores. En las redes sociales, esto se traduce en seguir a personas y unirnos a grupos que piensan como nosotros, creando comunidades ideológicamente homogéneas.
Burbujas de Filtro: Este es el componente tecnológico. Los algoritmos que gobiernan nuestras experiencias en línea (desde el feed de Facebook hasta los resultados de búsqueda de Google y las recomendaciones de YouTube) están diseñados para un objetivo principal: maximizar nuestro tiempo en la plataforma. Para ello, nos muestran contenido que creen que nos gustará, basándose en nuestro comportamiento pasado (clics, "me gusta", búsquedas). El resultado es un ecosistema de información personalizado y único para cada usuario, una "burbuja" que nos aísla de información que podría desafiar nuestras creencias o ampliar nuestras perspectivas.
Este ecosistema digital crea las condiciones perfectas para que el sesgo de confirmación opere a una escala masiva y sin fricciones. Alimenta el pensamiento grupal (groupthink), donde el deseo de consenso dentro del grupo anula la evaluación realista de alternativas, y la disidencia interna es desalentada. El resultado es una peligrosa amplificación de las divisiones sociales y una erosión de la confianza en las instituciones y el conocimiento experto, ya que cada cámara de eco desarrolla su propio conjunto de "hechos" y "expertos" validados por el grupo. La proliferación de desinformación y fake news es una consecuencia directa de esta dinámica, ya que las narrativas falsas pueden propagarse sin control dentro de una burbuja que es inmune a las verificaciones de hechos externas. Aunque algunos académicos proponen una visión más matizada, como la de las "burbujas multicolores", que reconoce que los usuarios, especialmente los más jóvenes y los activistas, pueden buscar activamente fuentes diversas, el efecto predominante para la mayoría de la población sigue siendo el de un encapsulamiento ideológico.
La interacción entre los mecanismos psicológicos individuales y esta arquitectura social y tecnológica crea una sinergia perversa. El individuo sobreconfiado, afectado por el efecto Dunning-Kruger, encuentra en la cámara de eco un entorno perfectamente diseñado para validar su incompetencia y reforzar su certeza. A su vez, el algoritmo de la cámara de eco encuentra en el usuario dogmático al cliente ideal: predecible, altamente comprometido y fácil de satisfacer con contenido afín. El proceso se retroalimenta: un individuo con una creencia sobrevalorada y una confianza inflada por su déficit metacognitivo entra en una red social. El algoritmo detecta rápidamente sus preferencias, que son fuertes y consistentes debido a su dogmatismo. Para maximizar su engagement, la plataforma le proporciona un flujo constante de contenido que confirma sus creencias, creando un paraíso para su sesgo de confirmación. La cámara de eco no solo le muestra contenido afín, sino que, a través de la homofilia, le conecta con otros individuos que piensan exactamente igual. Esta validación social es extremadamente poderosa; hace que su idea sobrevalorada parezca no solo correcta, sino la norma universal. Este refuerzo social y algorítmico constante solidifica su sobreconfianza hasta convertirla en una certeza blindada. Cualquier atisbo de duda que pudiera surgir es inmediatamente aniquilado por la abrumadora evidencia social y de contenido de que "todos" piensan como él. En este sentido, la cámara de eco digital no es un espacio pasivo; es un entorno de entrenamiento activo para el dogmatismo. Transforma la sobreconfianza individual del Dunning-Kruger en una certeza colectiva fortificada, haciendo que la polarización social no sea solo una posibilidad, sino un resultado casi inevitable.
Sección IV: grandes dogmas de la modernidad tardía - cuatro estudios de caso
Armados con el marco analítico que distingue la idea sobrevalorada del delirio y que comprende sus mecanismos de sostenimiento psicológico y de amplificación social, podemos ahora aplicarlo a fenómenos concretos. Esta sección deconstruye cuatro ideas sobrevaloradas extremas que han moldeado profundamente la modernidad tardía y continúan definiendo nuestra época. Cada uno de estos casos, aunque proveniente de ámbitos distintos —la economía, la tecnología, la cultura y la política—, ilustra el mismo patrón fundamental: la elevación de una idea a la categoría de dogma incuestionable, su defensa a través de sesgos cognitivos y su propagación mediante dinámicas de contagio social.
4.1 El mito del crecimiento infinito: la religión del PIB
En el panteón de las ideas modernas, pocas gozan de un estatus tan sagrado e incuestionable como el crecimiento económico. Se presenta no como una opción política entre otras, sino como el objetivo primordial y la medida última del éxito de una nación, una especie de ley natural de la prosperidad. Sin embargo, un análisis crítico revela que la búsqueda del crecimiento económico perpetuo, medido principalmente por el Producto Interno Bruto (PIB), funciona como un dogma central, una idea sobrevalorada extrema que domina el imaginario global.
Este dogma es sorprendentemente reciente. Durante la mayor parte de la historia humana, la vida económica estuvo estancada, y a los economistas clásicos como Adam Smith o John Stuart Mill les habría parecido inimaginable la búsqueda activa del crecimiento como una prioridad política; daban por sentada la eventualidad de un "estado estacionario". La "crecimientomanía" es una obsesión de la segunda mitad del siglo XX, nacida en gran parte de las necesidades de la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría, donde el crecimiento del PIB se convirtió en un indicador del poderío nacional y la superioridad ideológica.
El carácter dogmático de esta idea reside en su persistencia frente a una contradicción fundamental y evidente: la imposibilidad física de un crecimiento material infinito en un planeta con recursos finitos. Esta advertencia fue articulada de manera sistemática por primera vez en 1972 con la publicación del informe "Los Límites del Crecimiento", encargado por el Club de Roma a un equipo del MIT. Utilizando modelos de dinámica de sistemas, el informe proyectaba que la continuación de las tendencias de crecimiento económico y demográfico llevaría a un "exceso" (overshoot) de la capacidad de carga del planeta, seguido de un colapso sistémico en algún momento del siglo XXI. Cincuenta años después, múltiples estudios han confirmado que las tendencias globales se han alineado de manera preocupante con el escenario "Business As Usual" del informe original.
El sostenimiento de este dogma frente a décadas de evidencia contraria es un caso de estudio perfecto de los mecanismos psicológicos y sociales analizados. El sesgo de confirmación colectivo lleva a economistas, políticos y medios de comunicación a centrarse exclusivamente en los beneficios a corto plazo del crecimiento, mientras ignoran o minimizan sistemáticamente los costes ecológicos y sociales a largo plazo. La crítica al PIB como un indicador incompleto del bienestar —que no mide la destrucción medioambiental, el trabajo no remunerado o la desigualdad— es ampliamente conocida pero raramente integrada en la toma de decisiones políticas. En lugar de cuestionar el dogma, la respuesta ha sido una fe casi mística en soluciones futuras, principalmente la idea de la "desmaterialización" o el "desacoplamiento", la creencia de que el crecimiento económico puede continuar mientras el consumo de recursos y los impactos ambientales disminuyen.
Esta creencia, que hasta la fecha carece de evidencia empírica a escala global, funciona como una forma de pensamiento mágico que permite posponer indefinidamente un cambio de paradigma. Frente a este dogma, han surgido corrientes de pensamiento como la teoría del decrecimiento, que no aboga por una recesión perpetua, sino por una contracción económica intencional y controlada de los sectores más depredadores de la economía, con el objetivo de volver a alinear la actividad humana con los límites planetarios.
4.2 El solucionismo tecnológico: de la eficiencia a la singularidad
Estrechamente ligado al dogma del crecimiento, y a menudo presentado como su salvador, se encuentra el solucionismo tecnológico. Acuñado por el crítico Evgeny Morozov, este término describe la creencia sobrevalorada de que para cada problema social o político complejo existe una solución tecnológica limpia, eficiente y, sobre todo, apolítica. Esta mentalidad, exportada globalmente desde Silicon Valley, aborda problemas como la obesidad, el cambio climático o la apatía política no a través de reformas estructurales o deliberación democrática, sino a través de aplicaciones de auto-seguimiento, sensores inteligentes y plataformas de "gamificación".
El peligro de este enfoque, según Morozov, es que nos reencuadra como "consumidores" de soluciones en lugar de "ciudadanos" comprometidos con procesos políticos complejos. Desplaza la responsabilidad de las instituciones (que deberían, por ejemplo, regular la industria alimentaria) a los individuos (que ahora deben contar sus calorías con una app), preservando el statu quo y evitando cualquier cambio radical. La tecnología se presenta como neutral, pero su aplicación solucionista encarna una ideología profundamente conservadora que busca la optimización dentro de las restricciones existentes en lugar de cuestionar esas restricciones.
La apoteosis escatológica de este dogma es la idea de la Singularidad Tecnológica. Popularizada por futuristas como Ray Kurzweil, la Singularidad postula un punto futuro en el que la inteligencia artificial (IA) alcanzará un nivel sobrehumano, desencadenando un ciclo de auto-mejora recursiva y un crecimiento tecnológico tan rápido e incomprensible que representará una ruptura en la historia humana. Los defensores de esta visión utópica creen que una superinteligencia podría resolver todos los grandes problemas de la humanidad, desde las enfermedades hasta la muerte misma, inaugurando una era de abundancia y trascendencia posthumana.
Esta fe en la Singularidad funciona como una idea sobrevalorada extrema. Se sostiene mediante una extrapolación exponencial de la Ley de Moore y una confianza casi religiosa en el progreso tecnológico, mientras minimiza o ignora los inmensos riesgos existenciales. Filósofos como Nick Bostrom han advertido que la creación de una superinteligencia es un desafío sin precedentes. El principal peligro no es que la IA se vuelva malévola al estilo de la ciencia ficción, sino el "problema de la alineación de valores": ¿cómo nos aseguramos de que los objetivos de una entidad inmensamente más inteligente que nosotros estén alineados con los valores y la supervivencia de la humanidad?. Una superinteligencia podría, en la búsqueda de un objetivo aparentemente benigno (como "maximizar la producción de clips"), decidir convertir toda la materia del planeta, incluidos nosotros, en clips, no por malicia, sino por una lógica instrumental pura que carece de los valores humanos que damos por sentados. El debate sobre la Singularidad, por tanto, enfrenta una visión dogmática y solucionista con una advertencia crítica sobre la pérdida de control, la imprevisibilidad y la posibilidad de que nuestro mayor invento sea también el último.
4.3 La mercantilización del yo: el imperativo de la felicidad y la autenticidad
El tercer dogma no se encuentra en la macroeconomía o la tecnología, sino en la esfera íntima de la cultura y la psicología individual. En la sociedad contemporánea, la búsqueda de la "felicidad" y la "autenticidad" se ha transformado de una aspiración personal a un imperativo cultural, una idea sobrevalorada que dicta cómo debemos sentir y quiénes debemos ser.
La socióloga Eva Illouz, en su concepto de "capitalismo emocional", analiza cómo el capitalismo ha transformado las pautas emocionales, integrando la lógica del mercado en la vida íntima. Este proceso tiene una doble cara. Por un lado, la "mercantilización del romance" significa que las relaciones y la búsqueda de pareja se estructuran cada vez más como un mercado, donde los individuos se presentan como productos con ciertos atributos y buscan "la mejor oferta". Por otro, la "idealización de las mercancías" implica que los productos de consumo se venden no por su utilidad, sino por la promesa de experiencias emocionales: felicidad, amor, estatus, realización.
En este contexto, la felicidad deja de ser un subproducto de una vida virtuosa o significativa y se convierte en un producto en sí mismo, el bien de consumo definitivo. La "ciencia de la felicidad" y la psicología positiva, a pesar de sus intenciones encomiables, han sido cooptadas por una vasta industria de la autoayuda que vende la idea de que la felicidad es una elección personal, una cuestión de actitud y técnica que puede ser comprada y gestionada. Este discurso tiene un potente efecto ideológico: despolitiza el sufrimiento. Si la felicidad y la infelicidad son opciones individuales, entonces la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso, también lo son. Las causas estructurales de la miseria (desigualdad, precariedad, injusticia) se desvanecen, y la responsabilidad recae enteramente en el individuo, que es culpable de no ser lo suficientemente positivo o de no haber invertido lo suficiente en su "salario emocional". Las emociones negativas como la ira o el descontento, que son motores de la crítica social, se vuelven ilegítimas, patologizadas como un fracaso personal.
Paralelamente, el filósofo Gilles Lipovetsky ha analizado la "consagración de la autenticidad" como el valor supremo de la era hiperindividualista. La idea de "ser uno mismo" ha pasado de ser un ideal moral heroico (en la época de Rousseau) a un derecho universal y una obligación cotidiana. Sin embargo, esta búsqueda ansiosa de autenticidad tiene un lado oscuro: puede degenerar en narcisismo, egocentrismo, una preocupación obsesiva por la identidad personal y una "política de las identidades" que fragmenta el espacio público. La autenticidad se convierte en una marca personal que debe ser construida y exhibida, especialmente en las redes sociales, donde se muestra una versión idealizada de éxito y felicidad. Este dogma del yo, que nos insta a realizarnos y ser felices, nos encierra en un proyecto individualista, desviando la energía de los proyectos colectivos y reforzando, en última instancia, el orden social existente.
4.4 La lógica totalitaria: la idea como realidad absoluta
El estudio de caso final representa la manifestación más extrema y letal de una idea sobrevalorada: la ideología totalitaria. Utilizando el análisis pionero de Hannah Arendt en "Los orígenes del totalitarismo", podemos entender regímenes como el nazismo y el estalinismo no como simples dictaduras o tiranías, sino como un fenómeno político radicalmente nuevo, impulsado por la lógica de una idea que busca rehacer el mundo a su imagen.
Arendt argumenta que el totalitarismo se distingue de otras formas de opresión porque su esencia no es simplemente la búsqueda de poder, sino la realización de una ficción ideológica. La ideología totalitaria afirma haber descubierto una "ley" superior que gobierna la historia (la lucha de clases, en el caso del marxismo-leninismo) o la naturaleza (la lucha de razas, en el caso del nazismo). El movimiento totalitario se convierte en el instrumento para ejecutar esta ley suprahumana en la Tierra. Por lo tanto, el régimen no se ve a sí mismo como arbitrario, sino como el obediente ejecutor de una necesidad histórica o natural.
Esta idea sobrevalorada —la ideología— se vuelve más real que la propia realidad. Todo lo que la contradice (la complejidad de las relaciones sociales, la individualidad humana, los hechos inconvenientes) debe ser eliminado. El terror totalitario, según Arendt, no es principalmente un instrumento para intimidar a los oponentes políticos (aunque también lo hace), sino el medio para traducir la ideología en realidad. El terror es "la ejecución de una ley de un movimiento cuyo objetivo último no es el bienestar de los hombres (...) sino la fabricación de la humanidad". Los campos de concentración y exterminio son los "laboratorios" donde se experimenta con la premisa totalitaria de que "todo es posible", demostrando que se puede reducir a los seres humanos a una condición de absoluta superfluidad, eliminando no solo su vida, sino también su personalidad jurídica y su individualidad.
Arendt identifica los "elementos" que cristalizaron en el totalitarismo: el antisemitismo, el imperialismo y el racismo. Estos no fueron las "causas" del totalitarismo, sino ideas sobrevaloradas y prácticas políticas preexistentes que allanaron el camino. El imperialismo, con su "expansión por la expansión" y la deshumanización de los pueblos colonizados, sirvió como un "laboratorio" para la violencia administrativa a gran escala. El racismo proporcionó la justificación ideológica para definir a grupos enteros como biológicamente inferiores y prescindibles. Y el antisemitismo, en su forma política moderna, sirvió como un elemento aglutinador que permitió al nazismo movilizar a las masas y definir a un enemigo universal. La decadencia del Estado-nación tras la Primera Guerra Mundial creó masas de apátridas y refugiados, personas "superfluas" sin protección legal, para quienes el totalitarismo ofreció una "solución" final. La lógica totalitaria es, por tanto, el ejemplo definitivo de una idea que devora la realidad, la manifestación política de una convicción tan absoluta que no se detiene ante nada para demostrar su propia verdad.
Al examinar estos cuatro dogmas en conjunto, emerge un patrón unificador. Aunque aparentemente dispares, el crecimiento infinito, el solucionismo tecnológico, la mercantilización del yo y la lógica totalitaria están funcionalmente interconectados y se refuerzan mutuamente. Todos comparten una característica fundamental: son profundamente despolitizadores. Cada uno ofrece una solución totalizante —ya sea económica, tecnológica, individual o ideológica— que pretende hacer innecesaria la deliberación, el conflicto y el compromiso que son la esencia misma de la esfera política. El dogma del crecimiento infinito se presenta como una ley natural de la economía, no como una elección política con ganadores y perdedores. El solucionismo tecnológico es su principal aliado, proporcionando las herramientas supuestamente "neutrales" y "eficientes" para superar los límites, eludiendo así los debates éticos sobre su implementación. La mercantilización del yo, a su vez, desvía la atención de los fracasos sistémicos generados por el dogma del crecimiento —como la desigualdad o la crisis ecológica— y los reencuadra como fracasos individuales de actitud o de "autenticidad". Si eres infeliz, el problema no es el sistema, eres tú. Finalmente, la lógica totalitaria representa la forma política extrema de esta despolitización: reemplaza la política por la ejecución administrativa de una "ley" histórica o natural, eliminando por completo el espacio para el disenso y la pluralidad humana. En este sentido, la lucha contra las ideas sobrevaloradas extremas no es solo una cuestión de corregir errores cognitivos; es, en su esencia, una lucha por la repolitización de la vida social, una insistencia en que no existen soluciones mágicas ni leyes naturales que nos eximan de la difícil y necesaria tarea de tomar decisiones colectivas en un mundo incierto y plural.
Sección V: hacia una epistemología de la incertidumbre - antídotos y estrategias de resistencia
Si las ideas sobrevaloradas extremas son una patología del pensamiento que surge de la interacción entre la psicología individual y las estructuras sociales, entonces cualquier antídoto efectivo debe operar en ambos niveles. No basta con señalar los errores lógicos de un dogma; es necesario cultivar las herramientas, las actitudes y los entornos que fomenten una forma de pensar más resiliente, flexible y autocrítica. Esta sección final sintetiza las posibles respuestas al problema del pensamiento dogmático, proponiendo un enfoque integrado que combina prácticas individuales, reformas educativas y un rediseño de nuestras instituciones comunicativas.
5.1 La herramienta: fomentar el pensamiento crítico
La primera línea de defensa contra el dogmatismo es el pensamiento crítico. Este no es simplemente un pensamiento negativo o cínico, sino una habilidad cognitiva compleja que implica la capacidad de analizar información de manera objetiva, identificar sesgos (tanto en los demás como en uno mismo), evaluar la validez de los argumentos y las fuentes, y llegar a conclusiones bien fundamentadas. Fomentar el pensamiento crítico es esencial para desarrollar ciudadanos autónomos y participativos, capaces de navegar un entorno saturado de información y desinformación.
La educación juega un papel fundamental en este proceso. En lugar de un modelo basado en la memorización pasiva de hechos, un currículo orientado al pensamiento crítico debería centrarse en enseñar a los estudiantes cómo pensar. Esto implica una serie de estrategias pedagógicas activas:
Promover la curiosidad y la investigación: Animar a los estudiantes a hacer preguntas, a explorar temas de su interés y a buscar información en diversas fuentes.
Enseñar a evaluar la información: En la era digital, es crucial enseñar a los estudiantes a discernir entre fuentes fiables y engañosas, a identificar la desinformación y a determinar la relevancia y la credibilidad de los datos.
Utilizar el debate y el diálogo participativo: Crear espacios en el aula donde los estudiantes puedan discutir temas complejos, defender sus puntos de vista con evidencia, escuchar activamente las perspectivas de los demás y construir conocimiento de forma grupal.
Hacer preguntas socráticas: El docente debe actuar como un facilitador que, a través de preguntas estratégicas, ayuda a los estudiantes a explorar sus propios supuestos, a considerar las implicaciones de sus creencias y a analizar los problemas desde múltiples perspectivas. Preguntas como "¿Qué te hace asumir que...?", "¿Qué pasaría si...?" o "¿Cómo afecta esto a...?" son herramientas poderosas para estimular la reflexión profunda.
5.2 La actitud: cultivar la humildad intelectual
El pensamiento crítico proporciona las herramientas, pero sin la actitud correcta, estas pueden ser utilizadas simplemente para defender con más sofisticación los propios dogmas. El antídoto directo a la sobreconfianza patológica del efecto Dunning-Kruger es la humildad intelectual. Esta no debe confundirse con la falta de confianza o la cobardía intelectual; es, por el contrario, una virtud epistémica que implica un reconocimiento honesto de los límites del propio conocimiento.
La humildad intelectual se define como la capacidad de ser flexible en el ámbito del conocimiento, de estar abierto a nuevas ideas, de aceptar la posibilidad de estar equivocado y de separar el ego del intelecto. Es el punto medio entre la arrogancia intelectual de quien cree saberlo todo y la timidez de quien no se atreve a afirmar nada. Una persona intelectualmente humilde no está excesivamente preocupada por su estatus intelectual, sino que está motivada por la búsqueda de bienes epistémicos como la verdad y el entendimiento.
Cultivar esta virtud requiere una práctica consciente y deliberada:
Practicar la escucha activa: Liberar la mente de la necesidad de preparar una refutación mientras el otro habla y centrar toda la atención en comprender su perspectiva.
Cuestionar la necesidad de tener razón: Reflexionar sobre por qué sentimos la necesidad de "ganar" una discusión. A menudo, esta necesidad está más ligada a la protección del ego que a la búsqueda de la verdad.
Aceptar la falibilidad: Reconocer activamente que podemos cometer errores y que nuestras creencias más arraigadas podrían ser incorrectas. Esto implica estar dispuesto a revisar y cambiar de opinión a la luz de nueva evidencia.
Exponerse a la diversidad: Viajar, conocer otras culturas o simplemente buscar activamente interactuar con personas que tienen visiones del mundo radicalmente diferentes es una forma poderosa de entrenar al cerebro para que esté abierto a la búsqueda de alternativas y para reconocer la contingencia de las propias creencias.
5.3 El entorno: diseñar para la diversidad cognitiva
La resistencia al dogmatismo no puede ser únicamente un esfuerzo individual. Necesitamos construir entornos —en nuestras empresas, instituciones y plataformas de medios— que no solo toleren, sino que activamente valoren y promuevan la diversidad cognitiva. Este concepto se refiere a las diferencias en estilos de pensamiento, perspectivas, formación, experiencias y enfoques para la resolución de problemas entre los miembros de un grupo.
Un grupo homogéneo cognitivamente es propenso al pensamiento grupal y a los puntos ciegos. Por el contrario, la investigación demuestra consistentemente que los equipos con alta diversidad cognitiva son más innovadores, creativos y efectivos en la toma de decisiones complejas. Al reunir a personas que piensan de manera diferente, se desafían las suposiciones, se identifican riesgos que de otro modo pasarían desapercibidos y se generan soluciones más robustas y completas.
Fomentar la diversidad cognitiva implica un cambio cultural y estructural. Requiere un liderazgo que entienda que el disenso no es una señal de desunión, sino de salud organizacional. Significa crear una seguridad psicológica donde las personas puedan expresar opiniones impopulares sin miedo a represalias. En el ámbito de los medios y las redes sociales, esto supondría un desafío radical al modelo de negocio actual, que se basa en la creación de burbujas de filtro. Un ecosistema mediático diseñado para la diversidad cognitiva priorizaría la exposición a puntos de vista diferentes sobre la maximización del engagement a corto plazo, reconociendo que una ciudadanía informada y capaz de deliberar es un bien público superior.
Estos tres antídotos —pensamiento crítico, humildad intelectual y diversidad cognitiva— no son elementos aislados, sino que forman un sistema interdependiente y sinérgico. Su eficacia reside en su combinación. El pensamiento crítico proporciona las habilidades para deconstruir un argumento y evaluar la evidencia. Sin embargo, una persona puede poseer estas habilidades y usarlas de manera puramente instrumental, como un sofista, para defender su propio dogma y demoler los argumentos de los demás. Es aquí donde interviene la humildad intelectual, que proporciona la motivación y la disposición ética para aplicar esas habilidades críticas a las propias creencias. Es la virtud que abre la puerta a la autocrítica. No obstante, incluso un pensador crítico e intelectualmente humilde puede permanecer estancado si su entorno carece de perspectivas alternativas genuinas. La diversidad cognitiva proporciona el material —las ideas, los datos, las experiencias y los marcos de referencia diferentes— necesario para que el pensamiento crítico y la humildad operen eficazmente. Es la exposición a una alteridad real lo que fuerza la reevaluación y previene el estancamiento. Por lo tanto, cualquier intervención que busque combatir el dogmatismo debe ser sistémica: enseñar pensamiento crítico en las escuelas no será suficiente si no se cultiva simultáneamente una cultura de humildad intelectual y si nuestras instituciones, desde las empresas hasta los medios de comunicación, no se reestructuran para fomentar una verdadera diversidad cognitiva en lugar de las cámaras de eco que hoy prevalecen.
5.4 Una nota de precaución: evitar la parálisis del relativismo
Finalmente, es crucial abordar una posible objeción. La insistencia en la duda, la crítica y la pluralidad de perspectivas podría ser interpretada como una defensa del relativismo epistemológico o cultural, la idea de que no existen verdades objetivas y que todas las creencias son igualmente válidas dentro de su propio contexto. Esta es una conclusión peligrosa y paralizante. El objetivo de los antídotos propuestos no es abandonar la búsqueda de la verdad, sino emprenderla con una conciencia aguda de nuestra falibilidad, de la complejidad del mundo y de la influencia de nuestros propios sesgos y contextos culturales.
La crítica posmoderna a los "grandes relatos" y a las pretensiones de verdad absoluta ha sido valiosa para desenmascarar cómo el conocimiento puede estar ligado al poder. Sin embargo, un relativismo radical puede llevar al cinismo y a la incapacidad de hacer juicios morales o de criticar prácticas dañinas en otras culturas o en la propia. La falacia del presentismo —juzgar el pasado con los valores y conocimientos del presente— es un ejemplo de cómo una falta de rigor puede distorsionar la comprensión histórica. El objetivo no es la indiferencia, sino un juicio informado y contextualizado. La humildad intelectual no implica que todas las opiniones sean iguales; una opinión informada por la evidencia y el razonamiento riguroso es superior a una que no lo está. Lo que la humildad exige es el reconocimiento de que incluso nuestra opinión mejor informada puede estar equivocada. Se trata de un equilibrio delicado: mantener la convicción suficiente para actuar en el mundo, pero con la humildad suficiente para escuchar, aprender y cambiar de rumbo.
Conclusión: vivir sin barandillas
Este ensayo ha emprendido un viaje a través de la anatomía de la convicción extrema, trazando el recorrido de una idea desde su concepción en la mente individual hasta su apoteosis como dogma colectivo. Se ha argumentado que las ideas sobrevaloradas extremas, el motor de algunos de los capítulos más oscuros de la historia y de los desafíos más apremiantes del presente, no son aberraciones inexplicables. Por el contrario, surgen de una confluencia predecible, aunque peligrosa, de las vulnerabilidades inherentes a nuestra arquitectura cognitiva y las dinámicas de refuerzo de nuestro entorno social, dinámicas que la tecnología moderna ha exacerbado hasta un punto de ruptura. Hemos visto cómo los atajos mentales, coronados por la sobreconfianza del efecto Dunning-Kruger, construyen una ciudadela de certeza en la mente individual. Hemos observado cómo esta certeza se contagia y se solidifica a través del contagio social y la arquitectura de las cámaras de eco digitales, que entrenan activamente el dogmatismo.
El análisis de los cuatro estudios de caso —el crecimiento infinito, el solucionismo tecnológico, la mercantilización del yo y la lógica totalitaria— ha revelado un hilo conductor: una huida compartida de la complejidad y la contingencia de la condición humana. Cada uno de estos dogmas, a su manera, ofrece una promesa de simplicidad, una solución totalizante que aspira a eliminar la necesidad de la política, entendida como el espacio de deliberación entre seres plurales y falibles. La lucha contra estas ideas no es, por tanto, un mero ejercicio académico de corrección de errores, sino una defensa fundamental del espacio público y de la posibilidad misma de un futuro abierto y democrático.
Los antídotos propuestos —el pensamiento crítico como herramienta, la humildad intelectual como actitud y la diversidad cognitiva como entorno— no son una panacea, sino una praxis; no una solución final, sino una disciplina continua. Representan un compromiso con una epistemología de la incertidumbre, un reconocimiento de que en los asuntos humanos no hay respuestas definitivas ni verdades finales.
En su obra, Hannah Arendt habló de la aterradora pero liberadora tarea de "pensar sin barandillas". Las ideologías y los dogmas son precisamente eso: barandillas. Son sistemas prefabricados de pensamiento que nos ofrecen la ilusión de seguridad, un asidero firme al que aferrarnos mientras navegamos por el vertiginoso abismo de la existencia. La tentación de las ideas sobrevaloradas extremas es, en última instancia, la tentación de encontrar una barandilla, cualquier barandilla, que nos ahorre la angustia de pensar por nosotros mismos y de asumir la responsabilidad de nuestros juicios. La verdadera tarea intelectual, ética y política de nuestro tiempo no es, por tanto, buscar la barandilla correcta o más robusta. Es, por el contrario, aprender a vivir sin ellas. Es desarrollar la fortaleza interior y construir las comunidades de diálogo que nos permitan caminar por el precipicio, armados no con la certeza de un dogma, sino con la brújula falible del pensamiento crítico, la humildad de reconocer nuestros límites y el coraje de vivir, juntos, en la incierta y exigente libertad.



