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El Pensamiento de Georges Canguilhem como crítica de la razón psiquiátrica (2 de 2)

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Introducción: la relevancia de una filosofía de la vida para la psiquiatría

Este ensayo argumentará que la epistemología vitalista de Georges Canguilhem, articulada en su obra seminal Lo Normal y lo Patológico, proporciona un marco conceptual indispensable para una crítica fundamental de la razón psiquiátrica contemporánea. Al desplazar el eje de la discusión desde la norma estadística hacia la normatividad vital —la capacidad inherente a la vida de instituir sus propias normas—, Canguilhem no solo desafía el reduccionismo biomédico y cuantitativo que subyace a los manuales diagnósticos, sino que revaloriza la experiencia subjetiva del sufrimiento y redefine la naturaleza misma del objetivo terapéutico. Su pensamiento obliga a repensar la salud mental no como una adaptación pasiva a una norma externa, sino como la potencia creativa de vivir en y a través de múltiples normas. A lo largo de este análisis, se explorará cómo la filosofía de Canguilhem, en un diálogo productivo y a veces tenso con la psiquiatría fenomenológica, el análisis del poder de Michel Foucault y las críticas de la antipsiquiatría, ofrece herramientas para deconstruir los axiomas de la psiquiatría moderna y proponer una clínica más fiel a la complejidad de la vida misma. La estructura del trabajo comenzará con la ruptura epistemológica que Canguilhem establece con el positivismo médico, para luego desarrollar su concepto central de normatividad vital. Posteriormente, se aplicará este marco a la crítica de la nosología psiquiátrica, se explorarán sus profundas resonancias con la fenomenología del sufrimiento psíquico y, finalmente, se delinearán las vastas implicaciones terapéuticas y políticas que se derivan de su filosofía.


I. La ruptura epistemológica: lo patológico como otra alianza de la vida

La filosofía de la medicina de Georges Canguilhem se erige sobre la demolición de un pilar del pensamiento médico del siglo XIX: el "dogma positivista" que postulaba una identidad fundamental entre los fenómenos normales y los patológicos. Este dogma, encarnado en las influyentes figuras del filósofo Auguste Comte y el fisiólogo Claude Bernard, sostenía que la enfermedad no era más que una variación cuantitativa —un exceso o un defecto, un hiper o un hipo— de los procesos fisiológicos normales. En esta concepción, la enfermedad perdía su especificidad cualitativa; dejaba de ser una fuerza antagónica o una entidad extraña para convertirse en un simple desvío en una escala continua, un dato numérico que la ciencia podía medir, predecir y, en última instancia, corregir.


Aunque compartían el postulado de la continuidad cuantitativa, Comte y Bernard orientaban su interés en direcciones opuestas. Para Comte, el interés se dirigía de lo patológico hacia lo normal; la enfermedad era valiosa en tanto que constituía una suerte de "experimento natural" que, al magnificar ciertos procesos, permitía un conocimiento más profundo del funcionamiento normal, especialmente en el ser humano donde la experimentación directa era a menudo impracticable. La afirmación de identidad era, en su caso, primordialmente conceptual. Para Bernard, en cambio, el vector se invertía: el interés iba de lo normal a lo patológico. El conocimiento exhaustivo de la fisiología normal era la clave para comprender la enfermedad y, por tanto, para actuar racionalmente sobre ella, sentando las bases de una terapéutica científica que aspiraba a restaurar la norma fisiológica alterada. En ambos casos, la convicción de poder restaurar científicamente lo normal terminaba por anular conceptualmente lo patológico; la enfermedad dejaba de ser un objeto de angustia para el hombre para convertirse en un objeto de estudio para el teórico de la salud.


Frente a esta reducción cuantitativa, Canguilhem opone una tesis radical: la enfermedad no es una simple variación de grado, sino una diferencia cualitativa fundamental. El estado patológico no es la ausencia de normas, sino la presencia de otras normas. Es una "otra alianza de la vida", un modo de existencia con su propia coherencia interna, cualitativamente distinto del estado de salud, aunque vivido como más precario y restrictivo. La crítica de Canguilhem no es meramente metodológica, sino que alcanza un nivel ontológico. No se limita a señalar la insuficiencia de la cuantificación, sino que redefine la naturaleza misma de la enfermedad. Esta deja de ser un error o un déficit a corregir para transformarse en una forma de vida, una "innovación positiva" del ser vivo, aunque sea una innovación valorada negativamente por el propio viviente.


El punto de partida de esta reconceptualización es la irreductibilidad de la experiencia vivida del enfermo. La visión positivista ignora el dato más fundamental de la enfermedad: la sensación de ruptura, el sentimiento de ser "otro", de habitar un "universo diferente". Cuando un individuo se siente y se comporta como enfermo, ingresa en un nuevo orden existencial. Para dar cuenta de esta discontinuidad radical, Canguilhem postula que el estado patológico no es una desviación de la norma anterior, sino la instauración de una nueva norma, con sus propias reglas, constantes y límites. Un organismo enfermo es aquel que ha perdido su capacidad de vivir según múltiples normas y se ve confinado a una sola, con un margen de tolerancia muy reducido a las fluctuaciones del medio. Esta nueva y empobrecida norma es experimentada subjetivamente como una "vida contrariada" (vie contrariée), un sentimiento directo de sufrimiento e impotencia que escapa a cualquier escala numérica. Así, la afirmación de la diferencia cualitativa de lo patológico sienta las bases para una filosofía médica que devuelve la primacía a la experiencia del sujeto viviente.


II. El concepto de normatividad vital: la salud como potencia creativa

El núcleo del pensamiento de Canguilhem reside en su concepto de "normatividad vital" (normativité vitale), una redefinición de la vida misma que subvierte la relación tradicional entre la ciencia y lo viviente. Para Canguilhem, la vida no es un hecho neutro que la biología describe objetivamente; es, fundamentalmente, una actividad normativa. Lejos de ser indiferente a las condiciones en las que se desenvuelve, la vida es una "actividad polarizada" que evalúa constantemente su entorno, estableciendo una distinción espontánea entre lo favorable y lo adverso, lo que potencia su desarrollo y lo que lo obstaculiza. Vivir es, en esencia, valorar.


Esta capacidad de valoración se traduce en la característica más definitoria de lo viviente: ser "normativo". Ser normativo no significa simplemente ajustarse a normas preexistentes, como una máquina que sigue sus instrucciones. Significa, de manera mucho más radical, tener la capacidad de instituir nuevas normas para uno mismo en respuesta a las contingencias y desafíos del medio. El ser vivo, como Canguilhem afirmaba, es "prototípico" y no "arquetípico"; no es una copia de un modelo ideal, sino el origen de su propia norma. Esta capacidad de invención normativa es la normatividad vital.


A partir de esta definición de la vida, los conceptos de salud y enfermedad adquieren un significado completamente nuevo. La salud ya no puede ser definida como la ausencia de enfermedad, ni como la conformidad con una media estadística. La salud, en la perspectiva canguilhemiana, es la manifestación plena de la normatividad vital. Es la capacidad de ser "más que normal", de poseer un amplio "margen de tolerancia para las infidelidades del medio". Un organismo sano es aquel que no solo está adaptado a su entorno actual, sino que es capaz de adaptarse a nuevos entornos, de superar crisis orgánicas instaurando un nuevo orden fisiológico. La salud es, por tanto, una capacidad creativa, un estado dinámico y propulsor, la potencia de caer enfermo y poder recuperarse.


En contraposición, la enfermedad es la reducción de esta capacidad normativa. El estado patológico se define por la pérdida de la flexibilidad normativa, por el confinamiento del organismo a una única y estricta norma de vida, con un "estrecho margen de tolerancia" a las variaciones del entorno. Si la salud es una fuerza expansiva y creadora, la enfermedad es una fuerza conservadora que restringe las posibilidades de la vida. Lo patológico se caracteriza, entonces, por una doble dimensión: la restricción objetiva de las posibilidades de interacción con el mundo y la experiencia subjetiva de sufrimiento que acompaña a dicha restricción.


Este enfoque invierte por completo la lógica de la medicina positivista. Ya no es la ciencia la que, desde su pretendida objetividad, define qué es normal para luego juzgar lo patológico como una desviación. El proceso es exactamente el inverso. La distinción entre lo normal y lo patológico no nace en el laboratorio, sino en la experiencia pre-científica de la propia vida. Es el ser vivo el que, en su interacción con el medio, califica ciertos estados como negativos, como un "obstáculo a su persistencia y a su desarrollo". Este juicio de valor es biológicamente primario y es el que da origen a la necesidad de la medicina. La medicina, por tanto, no crea la distinción entre salud y enfermedad; la recibe de la vida misma y se constituye como un "arte al servicio de la normatividad vital". La objetividad científica de la medicina queda así subordinada a la subjetividad valorativa inherente a todo ser vivo. El famoso ejemplo de Napoleón, cuyo ritmo cardíaco de 40 pulsaciones por minuto era estadísticamente anómalo pero funcionalmente normal para su existencia imperial, ilustra a la perfección que la única norma relevante es la individual, la que el propio organismo instituye en su relación con su medio.


Tabla 1: Comparación de Paradigmas sobre lo Normal y lo Patológico

Característica

Paradigma Positivista/Cuantitativo (Comte, Bernard, DSM)

Paradigma Normativo (Canguilhem)

Definición de Normal

El promedio estadístico; el estado habitual de los órganos; un hecho objetivo y descriptivo.

La capacidad de ser normativo; un margen de tolerancia a las variaciones; un ideal regulador.

Definición de Patológico

Una variación cuantitativa ($hiper/hipo$) de lo normal; una desviación de la media.

Una diferencia cualitativa; una nueva norma de vida, más restringida; una reducción de la capacidad normativa.

Relación Normal-Patológico

Continuidad. Lo patológico es una extensión de lo normal.

Ruptura y Polaridad. Lo patológico es una "otra" forma de vida, cualitativamente diferente.

Primacía Epistemológica

La ciencia (fisiología) define lo normal objetivamente.

La experiencia vivida del individuo ("sentimiento de vida contrariada") define lo patológico subjetivamente.

Rol del Individuo

Un objeto de estudio, un caso que se desvía de una ley general.

Un sujeto normativo, el único referente para juzgar su propio estado de salud o enfermedad.

Objetivo Terapéutico

Restaurar la norma cuantitativa; corregir la desviación; volver al promedio.

Restaurar o expandir la capacidad normativa; ayudar al individuo a crear nuevas y más ricas normas de vida.


III. La razón nosológica a examen: crítica canguilhemiana a la psiquiatría del DSM

La crítica de Canguilhem a la primacía de la norma estadística y cuantitativa en medicina encuentra su campo de aplicación más fértil y urgente en la psiquiatría contemporánea, particularmente en la lógica que subyace a los sistemas de clasificación diagnóstica como el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM). Este influyente manual opera bajo una serie de supuestos epistemológicos que Canguilhem deconstruyó sistemáticamente. En primer lugar, define los trastornos a partir de listas de criterios conductuales y sintomáticos que se evalúan de manera predominantemente cuantitativa: se requiere un número mínimo de síntomas presentes durante un período de tiempo determinado para establecer un diagnóstico. En segundo lugar, estos criterios se aplican a "sujetos indefinidos", abstractos, ignorando casi por completo el contexto biográfico, social y relacional en el que emergen y adquieren significado dichos comportamientos. Finalmente, y como consecuencia de lo anterior, el sistema del DSM asume un parámetro de normalidad funcional que es, en gran medida, objetivo y estadístico, patologizando así toda desviación significativa de esa norma implícita.


El análisis de la conceptualización neurocientífica del autismo sirve como un caso de estudio paradigmático. La noción de "rasgos autistas", que se postula como un continuo que se extiende desde la población general hasta el diagnóstico clínico, ejemplifica esta tendencia a la patologización de la diferencia a través de la cuantificación. La idea de que "uno puede ser 'un poco autista'" revela una lógica que ve la patología como una mera cuestión de grado, diluyendo la frontera cualitativa entre una forma de ser y un estado de enfermedad. Desde una perspectiva canguilhemiana, esta aproximación es profundamente problemática. Los comportamientos considerados "anormales" o disfuncionales en el autismo —como las conductas repetitivas o la rigidez en la interacción— podrían ser reinterpretados no como déficits, sino como "normas adaptativas". Es decir, como las normas de vida que un individuo instituye para poder habitar un mundo que le resulta sensorial o socialmente abrumador, incomprensible o adverso. Lo que desde fuera se juzga como patológico, desde la perspectiva del viviente podría ser la única norma posible para mantener una cierta estabilidad.


La historia de la homosexualidad dentro del DSM ofrece una lección epistemológica crucial que valida empíricamente la crítica de Canguilhem. La decisión de la American Psychiatric Association (APA) en 1973 de eliminar la homosexualidad de su lista de trastornos mentales no fue el resultado de un descubrimiento biológico o de un nuevo dato científico irrefutable. Fue, en gran medida, la consecuencia de una intensa lucha política y social llevada a cabo por activistas, y de un debate interno en la psiquiatría catalizado por figuras como Robert Spitzer, quien argumentó que, si un trastorno mental debe causar angustia o discapacidad, y muchas personas homosexuales no experimentaban ninguna de las dos cosas por su orientación, entonces la homosexualidad en sí misma no podía ser un trastorno. Este evento histórico demuestra de manera contundente la contingencia histórica y el carácter normativo-social de las categorías psiquiátricas. La clasificación de una conducta como patológica no es un acto de descripción científica neutral, sino un juicio de valor que refleja las normas sociales dominantes de una época. La lucha por la despatologización fue, en esencia, una lucha por el reconocimiento de otras normas de vida como variantes no patológicas de la existencia humana.


La crítica de Canguilhem a la nosología psiquiátrica no se limita a señalar su falta de humanidad, sino que apunta a una profunda incoherencia epistemológica. Al intentar emular la objetividad de la medicina somática sin poseer una base fisiopatológica clara para la mayoría de sus categorías, la psiquiatría del DSM comete un error categorial fundamental: confunde una norma social con una norma vital. Mientras que la medicina somática puede, en muchos casos, correlacionar una desviación estadística (como un nivel elevado de glucosa en sangre) con una disfunción orgánica observable y con la experiencia subjetiva de una "vida contrariada", la psiquiatría del DSM define la patología principalmente a partir de desviaciones conductuales con respecto a una norma socialmente construida de "funcionamiento adecuado". Desde la perspectiva de Canguilhem, se está juzgando la normatividad vital de un individuo —su forma única y singular de ser en el mundo— con el criterio de una norma social externa. El resultado inevitable es la patologización de la diferencia. Una "anomalía" (una forma de ser distinta) es transmutada en una "anormalidad" (un estado patológico) no porque la vida del individuo la rechace intrínsecamente como un impedimento, sino porque una norma social externa la sanciona como indeseable o disfuncional. En este proceso, la psiquiatría corre el riesgo de abandonar su vocación terapéutica de servir a la normatividad vital del paciente para convertirse en un agente de normalización social.


IV. La Experiencia Vivida del Sufrimiento: El "Cuerpo Subjetivo" en la Salud Mental

Para Canguilhem, el punto de partida irreductible de toda reflexión sobre la salud y la enfermedad no es el manual diagnóstico ni la medición de laboratorio, sino la experiencia subjetiva del individuo. Introduce el concepto de "cuerpo subjetivo" para referirse a esta dimensión en primera persona de la existencia, que se manifiesta en la salud como una presencia silenciosa y no tematizada —la "vida en el silencio de los órganos", según la fórmula de René Leriche que Canguilhem hace suya— y en la enfermedad como una ruptura ruidosa y dolorosa de esa armonía. Lo patológico no es, en primera instancia, una desviación estadística, sino un "sentimiento directo y concreto de sufrimiento y de impotencia, sentimiento de vida contrariada". Es esta experiencia de la vida como obstaculizada, disminuida y doliente la que posee una primacía epistemológica; es el fenómeno original que la medicina está llamada a interpretar y aliviar.


Esta revalorización radical de la subjetividad establece un puente natural entre la filosofía de Canguilhem y la tradición de la psiquiatría fenomenológica, que desde sus inicios buscó comprender los trastornos mentales desde la descripción de la experiencia vivida (Erlebnis) del paciente, en lugar de reducirlos a explicaciones causales neurobiológicas o psicodinámicas. La convergencia es particularmente evidente en el diálogo con la obra de Eugène Minkowski. El concepto central de Minkowski, el "tiempo vivido" (temps vécu), y su análisis de la esquizofrenia como una alteración de esta estructura fundamental de la experiencia, resuenan profundamente con la concepción canguilhemiana de la enfermedad como una "otra alianza de la vida". Para Minkowski, el esquizofrénico sufre una "pérdida del contacto vital con la realidad", que se manifiesta como una desestructuración de su temporalidad: el "élan vital" bergsoniano, el impulso hacia el futuro, se congela; el porvenir se percibe como bloqueado o inexistente, y el tiempo se vive de una manera espacializada y fragmentada. Esta no es una descripción de un déficit cuantitativo, sino el análisis cualitativo de una norma de vida profundamente alterada. No es casual que Canguilhem cite con aprobación a Minkowski, reconociendo en su visión de la vida como un "poder dinámico de superación" un aliado en su lucha contra el reduccionismo.


De manera similar, la Daseinsanalyse de Ludwig Binswanger, que aplica la analítica existencial de Heidegger a la comprensión de la psicosis, ofrece descripciones estructurales de mundos vividos patológicos que pueden leerse como fenomenologías de la "normatividad reducida". El análisis que hace Binswanger de la melancolía, por ejemplo, no la describe como una simple "tristeza excesiva", sino como una transformación de la estructura misma de la temporalidad y la espacialidad del ser-en-el-mundo. El mundo del melancólico es un mundo donde el pasado culpable no cesa de presentificarse y el futuro se cierra, perdiendo toda posibilidad de novedad y proyecto. Esta descripción de una existencia estancada y sin porvenir es una forma precisa de capturar, en el lenguaje de la experiencia vivida, lo que Canguilhem denomina la restricción de la capacidad normativa.


Aunque Canguilhem parte de la epistemología de las ciencias de la vida y los fenomenólogos de la filosofía de la conciencia, ambos llegan a una conclusión sorprendentemente similar: la experiencia patológica no es la ausencia de orden o estructura, sino la manifestación de una estructura diferente del ser-en-el-mundo. La psicosis no es el caos, sino otro cosmos, con sus propias leyes y su propia lógica, aunque esta sea empobrecida y dolorosa. Canguilhem nos proporciona el marco formal para esta idea al definir lo patológico como una "nueva norma". Los fenomenólogos, por su parte, llenan este marco formal con el contenido descriptivo de la experiencia vivida, mostrándonos cómo es esa nueva norma en la melancolía o la esquizofrenia. La "pérdida del contacto vital" de Minkowski es, precisamente, la expresión fenomenológica de una normatividad vital reducida a su mínima expresión, confinada a una norma rígida e infecunda. Esta convergencia fundamental entre la epistemología de la vida y la fenomenología del sufrimiento constituye el más potente argumento contra los modelos psiquiátricos que conciben el trastorno mental como un mero agregado de síntomas deficitarios, ignorando la totalidad de la nueva forma de vida que representan.


V. De la normalización a la normatividad: implicaciones terapéuticas y políticas

El legado de Canguilhem se bifurca y se complejiza a través de la obra de su alumno más célebre, Michel Foucault. Es crucial establecer la distinción conceptual entre la normatividad de Canguilhem y la normalización de Foucault para comprender plenamente las implicaciones de su pensamiento. Para Canguilhem, la normatividad es un concepto primordialmente biológico y vitalista; describe la capacidad inmanente y creativa de la vida para instituir sus propias normas desde dentro. Es una fuente de poder que emana del propio organismo en su interacción con el medio. La normalización, en cambio, es para Foucault un concepto político y sociológico. Describe una técnica de poder externa, disciplinaria, que se ejerce sobre los individuos y las poblaciones para hacerlos conformes a una norma social preestablecida. Las instituciones como la escuela, el ejército y, de manera paradigmática, la psiquiatría, son agentes de normalización. Mientras Canguilhem tiende a otorgar una primacía ontológica a la normatividad biológica, Foucault dedica su obra a mostrar cómo los procesos de normalización social se imponen históricamente sobre la normatividad de los individuos, moldeando, clasificando y, a menudo, subyugando sus formas de vida.


Esta distinción tiene consecuencias directas para la concepción del objetivo terapéutico en salud mental. Desde una perspectiva canguilhemiana, la meta de la terapia no puede ser la "normalización" del paciente, es decir, hacerlo encajar en una media estadística o en una norma de funcionamiento social. El objetivo es, más bien, la restauración y expansión de su capacidad normativa. La terapia se convierte en un proceso destinado a ayudar al individuo a crear nuevas normas de vida, más flexibles, ricas y resilientes, que le permitan tolerar un mayor rango de experiencias y fluctuaciones ambientales. Se trata de fomentar una "adaptación" creativa y activa, en lugar de una mera "resistencia" (endurance) pasiva al sufrimiento.


En este sentido, el "Modelo de Recuperación" (Recovery Model) en salud mental, que ha ganado prominencia en las últimas décadas, puede interpretarse como una aplicación clínica del principio de normatividad vital. Con su énfasis en la autodirección del usuario, la esperanza, el empoderamiento y la construcción de una "vida significativa" que no depende necesariamente de la remisión total de los síntomas, este modelo parece resonar con la idea de Canguilhem de que la salud es la capacidad de establecer las propias normas vitales. Sin embargo, este mismo modelo ha sido objeto de una crítica foucaultiana desde la perspectiva de la gubernamentalidad. Esta crítica sostiene que el discurso de la "recuperación" puede funcionar como una nueva y sutil forma de normalización neoliberal, que impone al individuo la "responsabilidad" de autogestionarse, de convertirse en un "emprendedor de sí mismo" y de volver a ser un sujeto productivo y funcional para la sociedad.


La tensión entre la perspectiva de Canguilhem y la de Foucault se manifiesta así en el corazón del debate contemporáneo sobre la salud mental. El Modelo de Recuperación puede ser, simultáneamente, una herramienta para potenciar la normatividad vital del individuo (la visión canguilhemiana) y una técnica de normalización biopolítica que lo ajusta a las demandas de la sociedad de mercado (la visión foucaultiana). La filosofía de Canguilhem no solo proporciona el fundamento para la cara más liberadora del modelo de recuperación, sino que también ofrece el criterio para criticar su posible deriva normalizadora. La pregunta crucial que se deriva de su pensamiento es: ¿la "recuperación" que se promueve está ampliando el repertorio de normas de vida posibles para el individuo, o lo está constriñendo a una nueva norma única, la del "ciudadano recuperado, funcional y responsable"?


Finalmente, es importante diferenciar la crítica epistemológica de Canguilhem de la crítica más radical de la antipsiquiatría de figuras como R.D. Laing y David Cooper. La antipsiquiatría, en sus vertientes más conocidas, llevó a cabo una crítica fundamentalmente política y social, llegando a cuestionar o negar la existencia misma de la "enfermedad mental" como categoría médica, viéndola como una etiqueta para el control social, un mito, o una reacción comprensible y hasta "racional" a una familia o una sociedad patógenas. Canguilhem, en cambio, nunca abandona el terreno de la medicina y la biología. Su crítica es epistemológica y se realiza desde dentro de la tradición médica. No niega la realidad biológica del sufrimiento patológico, sino que ataca la insuficiencia de los conceptos que la medicina y la psiquiatría utilizan para aprehender esa realidad. Su objetivo no es abolir la psiquiatría, sino rectificar sus fundamentos conceptuales para hacerla más fiel a la vida que pretende servir.


Conclusión: hacia una clínica de lo normativo

El recorrido por el pensamiento de Georges Canguilhem revela su extraordinaria potencia para fundamentar una crítica rigurosa y profunda de la razón psiquiátrica. Al desplazar el concepto de norma desde el polo estadístico y social hacia el polo vital e individual, su filosofía ofrece una alternativa al paradigma biomédico dominante. La insistencia en la primacía de la normatividad inherente a la vida proporciona una base sólida para cuestionar los fundamentos epistemológicos de una psiquiatría que, a través de manuales como el DSM, tiende a reducir la complejidad del sufrimiento psíquico a listas de criterios cuantitativos, patologizando la diferencia y promoviendo, a menudo de forma implícita, una normalización social. El pensamiento de Canguilhem efectúa un doble desplazamiento crucial: del concepto abstracto de enfermedad al ser concreto del enfermo, y de la norma como un dato externo y coercitivo a la normatividad como una potencia interna y creativa.


El legado de Canguilhem para la psiquiatría no es, por tanto, un rechazo nihilista de la ciencia o de la práctica clínica, sino un llamado urgente a una clínica que sea filosóficamente lúcida y consciente de sus propios axiomas. Una "clínica de lo normativo", inspirada en su obra, sería aquella que entiende su rol no como el de un agente de normalización, sino como el de un auxiliar de la normatividad vital del paciente. En esta perspectiva, el vasto arsenal de conocimientos científicos y técnicos de la psiquiatría —desde la psicofarmacología hasta las diversas formas de psicoterapia— se reorientaría. Dejaría de ser un conjunto de herramientas para corregir una desviación y se convertiría en un conjunto de recursos puestos a disposición del individuo para ayudarle a ampliar su margen de tolerancia a las "infidelidades del medio", para enriquecer su repertorio de respuestas y, en última instancia, para inventar sus propias soluciones vitales. En la estela de Canguilhem, la pregunta fundamental que debería guiar toda práctica en salud mental se transforma. Ya no se trata de "¿cómo podemos hacer que este paciente vuelva a ser normal?", sino de una interrogación más humilde, más respetuosa y, en definitiva, más terapéutica: "¿cómo podemos ayudar a este individuo a expandir su capacidad de crear nuevas y más viables normas para su existencia?".

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