El pensamiento de Viktor von Weizsäcker: medicina psicosomática y antropología médica
- Alfredo Calcedo
- hace 2 días
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Contexto histórico y biográfico de Weizsäcker
Viktor Freiherr von Weizsäcker (1886-1957) fue un médico alemán, neurólogo y fisiólogo, reconocido como pionero de la medicina psicosomática y fundador de la llamada “medicina antropológica” en Alemania. Nacido en Stuttgart en 1886, provenía de una familia aristocrática (su padre Karl fue ennoblecido con el título de Freiherr o barón en 1916). Realizó sus estudios de medicina en las universidades de Tubinga, Friburgo, Berlín y finalmente Heidelberg, donde obtuvo el doctorado en 1910-1911. En Heidelberg fue alumno del célebre internista Ludolf von Krehl, quien ejerció gran influencia en su formación clínica, y del filósofo Wilhelm Windelband, de quien tomó interés por Kant y la tradición idealista alemana. Esta doble formación científica y filosófica marcó su trayectoria: desde joven alternó el trabajo de laboratorio con la reflexión teórica, participando en seminarios de filosofía e incluso considerando dedicarse a esta disciplina antes de decidirse plenamente por la medicina.
Durante la Primera Guerra Mundial sirvió como médico asistente en hospitales militares. En 1920 asumió la jefatura del departamento neurológico de la clínica de von Krehl en Heidelberg. Continuó su carrera académica siendo nombrado profesor: en 1917 obtuvo la cátedra de Medicina Interna en Heidelberg y en 1930 se convirtió en catedrático de Neurología. También a partir de 1925 amplió sus campos de interés hacia la medicina social, el psicoanálisis freudiano y la psicoterapia, buscando integrar estas perspectivas a la medicina clínica. Durante el periodo nazi, Weizsäcker fue director del Instituto de Investigaciones Neurológicas en Breslau (hoy Wrocław) entre 1941 y 1945 y dirigió allí un hospital militar para heridos cerebrales. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, regresó a Heidelberg como profesor de Medicina Clínica General (Allgemeine Klinische Medizin), posición desde la cual impulsó sus ideas de reforma de la medicina. Se retiró de la vida académica en 1952 debido a una larga enfermedad, y falleció en Heidelberg en enero de 1957.
Weizsäcker publicó importantes obras que reflejan la evolución de su pensamiento. En 1927 dio a conocer una serie de ensayos reunidos luego bajo el título Stücke einer medizinischen Anthropologie (“Fragmentos de una antropología médica”), señalados retrospectivamente como fundacionales de la antropología médica. En 1930 publicó Krankheit und Heilung (traducida al español como Enfermedad y curación social), enfatizando la importancia de la perspectiva psicosomática en la práctica clínica. Su obra mayor Der Gestaltkreis. Theorie der Einheit von Wahrnehmen und Bewegen apareció en 1940, donde expuso su teoría original del círculo de la forma (Gestaltkreis), un pilar epistemológico de su enfoque. Posteriormente, en 1955-56 publicó Pathosophie (a veces traducido como Patofilosofía), su última gran obra, en la que propone una comprensión filosófica del ser humano a través de sus afecciones, conflictos y dolencias. Además de estos trabajos teóricos, Weizsäcker realizó contribuciones en fisiología y neurología pura (por ejemplo, estudios sobre la fisiología y patología del corazón, el sistema nervioso y sobre neurosis) aunque su legado más perdurable reside en su propuesta de considerar la enfermedad y la curación desde una perspectiva global, integrando los aspectos científicos, psicológicos, sociales y éticos.
En la esfera cultural, Weizsäcker también interactuó con intelectuales de la época. A fines de los años 1920 fue coeditor, junto al filósofo Martin Buber y el teólogo Joseph Wittig, de la revista Die Kreatur, un foro interdisciplinario en el que publicó algunas de sus ideas iniciales sobre antropología médica. Este dato ilustra su cercanía con corrientes filosóficas de tono existencial y dialogal. En efecto, Weizsäcker es considerado parte de una generación de médicos-filósofos alemanes, junto a figuras como Viktor von Gebsattel, Ludwig Binswanger o Jürg Zutt, que combinaron la fenomenología existencial con la práctica psiquiátrica y psicoterapéutica. Toda esta trayectoria biográfica y académica sitúa a Weizsäcker en un contexto histórico de entreguerras y posguerra en Alemania, un periodo de crisis del positivismo médico tradicional y de búsqueda de enfoques más humanísticos en la medicina, que él encarnó de manera singular.
El concepto del Gestaltkreis: evolución y relevancia epistemológica
Uno de los aportes teóricos centrales de Weizsäcker es el concepto de Gestaltkreis o “círculo de la forma”. Formulado plenamente en su obra de 1940, el Gestaltkreis describe la unidad dinámica entre la percepción y el movimiento en los seres vivos. Weizsäcker, influido por la psicología de la Gestalt, sostenía que los eventos biológicos no son respuestas fijas y automáticas a estímulos, sino procesos continuos configurados por la experiencia previa del organismo. En otras palabras, la percepción y la acción forman un circuito inseparable: lo que percibimos guía nuestros movimientos, y nuestros movimientos a su vez modifican nuestras percepciones, en una circularidad constante que caracteriza la vida orgánica consciente. A través de este concepto, Weizsäcker intentó representar teóricamente la unidad organismo-entorno, superando la división cartesiana entre un sujeto cognoscente pasivo y un cuerpo reactivo.
Epistemológicamente, el Gestaltkreis supuso una crítica al modelo mecanicista de la fisiología imperante en su época. Frente al esquema reflejo clásico de estímulo-respuesta (que Weizsäcker denomina “principio de conducción”, de causalidad lineal), él propone un “principio de conducta” donde el organismo tiene agencia y su conducta resulta de una transformación funcional de los actos sensorio-motores en función de la experiencia. Así, la relación organismo-medio es de reciprocidad y no de causalidad unidireccional. Weizsäcker afirmaba que en los seres vivos no se puede aislar una causa física única para un acto, porque siempre interviene la totalidad de la Gestalt (figura-fondo) percibida por el sujeto y su intencionalidad al actuar. Por ejemplo, un mismo estímulo puede desencadenar diferentes respuestas motoras según el significado que tenga para el sujeto en su contexto vital. La percepción aporta una figura que orienta la acción, pero mientras actuamos, otros aspectos quedan ocultos como fondo – hay una alternancia constante figura/fondo en la experiencia (tomando términos de la Gestalt). Esta estructura de “mutuo encubrimiento” entre percepción y movimiento, según Weizsäcker, también se manifiesta en relaciones más amplias, incluso en la relación médico-paciente que él interpretaba como un tipo de Gestaltkreis interpersonal.
La relevancia epistemológica del Gestaltkreis es enorme, pues con él Weizsäcker busca “introducir al sujeto en las ciencias biológicas”. Es decir, rompe con la visión de la fisiología como mera suma de reflejos y mecanismos físico-químicos, para incorporar la subjetividad y la experiencia vivida como parte integral de los fenómenos biológicos. La percepción deja de ser un registro pasivo de estímulos y se convierte en un acto intencional del sujeto vivo; el movimiento no es solo una contracción muscular refleja sino una respuesta dirigida con sentido. Weizsäcker consolida así un proyecto epistemológico y metodológico que rechaza la escisión entre lo “psíquico” y lo “somático” explicados causalmente uno por el otro. En vez de preguntar “¿cómo causa la mente un efecto en el cuerpo (o viceversa)?”, el Gestaltkreis plantea una recursividad: mente y cuerpo co-configuran conjuntamente cada acto vital en una totalidad circular. Esta noción anticipa visiones sistémicas y holísticas posteriores, sentando bases para superar la dicotomía sujeto/objeto en la medicina. También conecta con corrientes fenomenológicas, pues enfatiza la experiencia vivida (Erlebnis) del organismo en interacción con su mundo – en palabras de Weizsäcker, “no solo vive y experimenta, sino que experimenta su propio experimentar” (er erlebt sein Erleben).
En la evolución del concepto, cabe mencionar que Weizsäcker lo fue desarrollando desde investigaciones neurofisiológicas concretas. Durante los años 1920 y 30, en sus trabajos sobre actos motores voluntarios y percepción, observó que tras lesiones neurológicas a veces no se perdían funciones de manera localizable, sino que se reorganizaban en la conducta del paciente, sugiriendo una forma de plasticidad y totalidad funcional. Estas observaciones empíricas le llevaron a formular el Gestaltkreis como modelo teórico general en 1939-1940. La primera publicación sistemática de la teoría fue en 1939, basada en experimentos neurológicos, estudios de percepción y movimiento voluntario, como él mismo señala. El libro Der Gestaltkreis sintetiza esos hallazgos con principios de la Gestaltpsychologie. Weizsäcker ampliaría después la idea a otros ámbitos: consideraba que la totalidad circular se repite a diferentes escalas, incluso en las relaciones sociales y la historia. De hecho, sus reflexiones tardías sobre la vida (Das Leben) apuntan a una comprensión de la estructura circular de la existencia en general, aunque no llegó a desarrollar completamente una “biología filosófica” del Lebens (vida en sí) más allá de la vida individual. En resumen, el Gestaltkreis fue no solo un concepto fisiológico, sino un giro epistemológico que abrió la medicina a la complejidad de los fenómenos vitales, integrando perspectiva subjetiva y dinámica en la comprensión científica del cuerpo humano.
Su papel en la fundación de la medicina psicosomática en Alemania
Weizsäcker es ampliamente reconocido como uno de los fundadores de la medicina psicosomática alemana. A inicios del siglo XX, la medicina académica dominante en Alemania era fuertemente positivista y reduccionista, enfocada en bases físico-químicas y pretendidamente “valorativamente neutral”. Frente a esta visión cientificista que separaba radicalmente lo orgánico de lo psíquico, emergieron varias corrientes de reacción. Una de ellas fue la medicina psicosomática, entendida como un esfuerzo por reintegrar la psiquis y el soma en la atención médica, inspirada en la antigua “medicina romántica” que veía al hombre como unidad total. En este contexto, Weizsäcker se destacó como líder de la Escuela de Heidelberg, una de las cunas de la medicina psicosomática. De hecho, ocupó en 1945 la primera cátedra formal de “Medicina Clínica General” en Heidelberg, concebida como un espacio para la aproximación integral al paciente más allá de las especialidades, preludio institucional de la psicosomática clínica.
Ya en los años 1920, Weizsäcker mostraba interés por vincular los descubrimientos del psicoanálisis freudiano con la medicina interna. Apreciaba las teorías de Freud y de otros médicos como Georg Groddeck –pionero en ver lo inconsciente actuando en las dolencias orgánicas– e intentó relacionar las enfermedades orgánicas con conflictos psicológicos subyacentes. Su perspectiva era que todos los fenómenos patológicos tienen a la vez un aspecto somático y uno psíquico, “dos aspectos de un mismo proceso” indivisible. Llegó incluso a afirmar que toda enfermedad es psicosomática, aunque en algunas el componente psicológico sea difícil de identificar o parezca mínimo. Esta afirmación radical refleja su convicción de que la mente y el cuerpo no son esferas separadas en el enfermar humano, sino que cada padecimiento involucra a la persona entera.
En 1930, Weizsäcker publicó Enfermedad y curación social, obra en la que destacó precisamente la importancia de la perspectiva psicosomática para la medicina clínica. Subrayaba que el médico debía atender no solo la lesión o trastorno orgánico, sino comprender la vivencia del enfermo, sus emociones y contexto. Esto influyó en otros clínicos: su maestro Ludolf von Krehl, por ejemplo, también promovía una visión humanista de la medicina donde “el hombre enfermo” es una totalidad. No es casualidad que discípulos de esta escuela (denominada así por el médico-historiador Pedro Laín Entralgo) desarrollaran luego la psicosomática y la psiquiatría fenomenológica: nombres como Alexander Mitscherlich, Viktor von Gebsattel, y psiquiatras como Hubertus Tellenbach se alinearon con la orientación antropológica weizsäckeriana.
Weizsäcker institucionalmente contribuyó a la psicosomática al encabezar proyectos académicos integradores. Bajo su influencia, en Heidelberg se fundó un Instituto de Medicina Psicosomática después de la guerra, dirigido por Alexander Mitscherlich (también psicoanalista). Sin embargo, hubo tensiones: ciertos psiquiatras académicos inicialmente recibieron con frialdad a esta “nueva” medicina que les parecía incursión ajena. Aun así, con el tiempo algunos, como Tellenbach o Blankenburg, se acercaron al movimiento antropológico-psicosomático sin abandonar del todo su escepticismo hacia el psicoanálisis ortodoxo. Esto muestra cómo Weizsäcker catalizó un diálogo interdisciplinario entre internistas, neurólogos, psicoanalistas y psiquiatras. En 1949, en el famoso Congreso de Medicina Interna de Wiesbaden, Weizsäcker defendió la perspectiva psicosomática frente a críticos como el metodólogo Paul Martini, en un debate sobre causalidad y evidencia clínica. Aquella controversia –que enfrentó la noción clásica de causalidad lineal de Martini contra la visión de Weizsäcker de integrar la subjetividad y la multicausalidad en medicina– marcó la aceptación paulatina de la psicosomática en la posguerra alemana.
Es importante señalar que, para Weizsäcker, la psicosomática era un paso necesario pero transitorio dentro de una reforma más amplia de la medicina. Él declaraba que la medicina psicosomática representaba un “estadio intermedio en el camino hacia una medicina antropológica y una antropología médica” integrales. En sus propias palabras, incorporar lo psicológico (por ejemplo, mediante el psicoanálisis) era apenas el comienzo de una transformación profunda, donde la medicina devendría finalmente en una “ciencia moral” o “ciencia de lo humano” completa. Así, valoraba la psicosomática por reintroducir elementos olvidados (las emociones, la biografía, el inconsciente) en el arte de curar, pero no quería limitarse a fundar una subespecialidad más. Su ambición era mayor: refundar la medicina entera sobre bases antropológicas, considerando al ser humano en su unidad biopsicosocial y espiritual. En este sentido, se le puede ver como un visionario que empujó las fronteras de la medicina de su tiempo, inspirando la creación de departamentos, clínicas y cátedras de medicina psicosomática en Alemania durante las décadas de 1950 y 1960. Su influencia llegó también al extranjero: en Estados Unidos la medicina psicosomática “triunfó” en parte gracias a fundamentos sentados por autores europeos como Weizsäcker, y en países como España sus ideas fueron introducidas por médicos humanistas (Laín Entralgo prologó la traducción de El hombre enfermo de Weizsäcker en los 50, y autores como Juan Rof Carballo difundieron creativamente estas nociones en el mundo hispano).
Cuerpo, enfermedad y subjetividad en su obra
En la concepción de Weizsäcker, el cuerpo y la enfermedad están indisolublemente ligados a la subjetividad del ser humano. Para él, la enfermedad no es simplemente un proceso biológico objetivo, sino un suceso que acontece en una persona, con una biografía y una consciencia. En sus escritos insistió en que el padecer humano es siempre biográfico además de biológico. Es decir, cada enfermedad forma parte de la historia de vida del individuo y cobra sentido solo al entenderla en el contexto de esa vida. Este énfasis en la dimensión subjetiva llevó a Weizsäcker a explorar conceptos como la vivencia del cuerpo propio (Leib en la terminología fenomenológica alemana). Hablaba de la “vivencia del cuerpo” (Körpererleben), señalando que nuestro cuerpo no es un objeto más en el mundo, sino aquello a través de lo cual existimos y sentimos. Por tanto, la experiencia de estar enfermo implica transformaciones en la manera en que el sujeto se percibe a sí mismo y percibe su mundo.
Weizsäcker integró en su marco la noción freudiana de inconsciente, pero dándole un giro propio. Argumentaba que en la enfermedad afloran estratos profundos de la persona que la ciencia positivista había dejado de lado. Por ejemplo, síntomas corporales inexplicables pueden ser expresión de conflictos inconscientes o emociones soterradas. Sin reducir todo a lo psicológico, Weizsäcker proponía que lo inconsciente “adquiere sentido y validez al confrontarlo con la consciencia” del paciente. En otras palabras, la enfermedad obliga a un diálogo interno en el individuo entre lo consciente y lo inconsciente, revelando significados ocultos de su existencia. Esta visión, que resuena con el psicoanálisis, se aleja sin embargo del modelo médico tradicional que ve los síntomas solo como disfunciones a corregir. Weizsäcker veía el síntoma también como un “mensajero” con sentido, una manifestación del sujeto total (cuerpo-psique) que hay que interpretar para entender verdaderamente la dolencia.
Un concepto interesante introducido por Weizsäcker es el de lo “patogénico” como vía de conocimiento. En su Pathosophie (1956), trató de elaborar una “filosofía del pathos (sufrimiento)”, explorando cómo las experiencias de dolor, conflicto y enfermedad contribuyen a la comprensión de lo humano. Plantea que el sufrimiento no es meramente algo a erradicar, sino también una forma fundamental de experiencia que revela verdades sobre la condición humana. “La vida no es solo algo que ocurre –sino también algo que se padece”, resumió un comentarista de su obra. Con ello, Weizsäcker elevó el estatus de la experiencia subjetiva del enfermar a un objeto legítimo de estudio filosófico y médico. El cuerpo doliente se convierte en una fuente de significado existencial: a través de la enfermedad, la persona se confronta con sus límites, con su vulnerabilidad, con sus valores y sentido de la vida. Este enfoque prefigura en cierto modo la medicina narrativa y las aproximaciones contemporáneas que enfatizan las historias de enfermedad (illness narratives) como complemento de los datos biomédicos.
Central en Weizsäcker es la idea de reciprocidad y solidaridad entre médico y paciente, ligadas a la subjetividad. Él acuñó el término “bipersonalidad” para describir la relación clínica: dos personas (médico y enfermo) que se encuentran, cada una con su subjetividad, formando una unidad dinámica. Criticó la actitud del médico distante que ve al paciente como objeto; en cambio, propuso que el encuentro terapéutico es dialógico y cada uno transforma al otro. En 1947, después de la guerra, Weizsäcker escribió un ensayo sobre la ética médica (“Eutanasia” y experimentación humana) donde reflexionó sobre cómo médicos supuestamente “racionales y bondadosos” pudieron cometer atrocidades durante el nazismo. En ese texto plantea la importancia de reintroducir una conciencia moral y empática en la medicina para no tratar al sujeto como objeto despersonalizado. Así, su preocupación por la subjetividad abarcaba no solo al paciente sino también al médico como sujeto moral. La enfermedad para Weizsäcker involucra a toda la persona del enfermo y convoca a la persona del médico; es un fenómeno interpersonal y ético, no solo biológico.
En suma, la obra de Weizsäcker redefine la relación entre cuerpo, enfermedad y subjetividad. Propone un cuerpo vivido (Leib) que siente y significa, en lugar de un cuerpo máquina; una enfermedad que es a la vez desequilibrio orgánico y crisis existencial; y una subjetividad que no es opuesta a la ciencia, sino un elemento necesario para comprender la realidad médica. Muchas de estas ideas, innovadoras en su tiempo, se han ido incorporando gradualmente: hoy resulta casi un lugar común afirmar que “no hay enfermedades sino enfermos” –una consigna humanista que precisamente autores como Weizsäcker ayudaron a introducir en el pensamiento médico. Su legado en este ámbito fue humanizar la enfermedad, dándole voz al sujeto que la padece, y dotar de profundidad psicológica y cultural a la práctica clínica.
La medicina como ciencia humanista e interdisciplinaria
Para Viktor von Weizsäcker, la medicina debía concebirse como una ciencia del ser humano integral, de carácter profundamente humanista e interdisciplinario. Él criticó abiertamente el modelo de medicina al que llamaba “científico-natural” (naturwissenschaftliche Medizin) por su tendencia a la objetivación y fragmentación del ser humano. Frente a la figura del médico como técnico neutral aplicando conocimiento científico a un cuerpo considerado como suma de órganos, Weizsäcker propuso recuperar la dimensión moral, personal y social en la medicina. Llegó a hablar de una “ciencia moral” (Moralwissenschaft) aplicada a la medicina, enfatizando que la práctica médica implica inevitablemente valores, decisiones éticas y comprensión del significado humano de la salud y la enfermedad.
Una expresión concreta de esta visión fue su proyecto de Medicina Clínica General en Heidelberg. Bajo esa denominación (Allgemeine klinische Medizin), Weizsäcker no pretendía un simple “holismo” superficial que yuxtaponga factores biológicos, psicológicos y sociales, como quien suma disciplinas independientes. Más bien, buscaba una integración genuina donde lo biológico y lo psicológico sean perspectivas discursivas complementarias más que campos aislados. En la práctica, esto significaba formar médicos capaces de dialogar con la biología, la psicología, la sociología y la filosofía simultáneamente. De hecho, Weizsäcker subrayaba también el factor social: sostuvo que la originalidad de su enfoque antropológico residía en incluir la esfera social junto con el “fisioanálisis” (análisis fisiológico) y el psicoanálisis. Propuso así añadir un “socioanálisis” y un “ecoanálisis” (análisis del entorno) a la caja de herramientas de la medicina. Esta perspectiva anticipa los actuales modelos ecológicos de salud y la preocupación por determinantes sociales: Weizsäcker ya veía al paciente inserto en una trama social cuyo estudio es imprescindible para comprender y tratar la enfermedad.
La interdisciplinariedad en Weizsäcker se manifestó también en su diálogo con las humanidades. Además de su formación filosófica (en Kant, Schelling, fenomenología, etc.), intercambió ideas con teólogos, antropólogos y escritores. Su colaboración con Martin Buber en Die Kreatur reflejó su interés por la dimensión espiritual y dialógica en la experiencia humana. En sus escritos tardíos hizo referencias a la mística y a cuestiones metafísicas, hablando de “lo espiritual en la enfermedad”. Por ejemplo, exploró el significado de la culpa y el perdón en el contexto médico tras la experiencia de la guerra, vinculándolo con la necesidad de una medicina “piadosa” en sentido ético. Todo esto apunta a su concepción de la medicina como ciencia de la persona, donde las fronteras entre disciplinas (medicina, psicología, ética, filosofía) se desdibujan en favor de una comprensión unitaria del ser humano.
Weizsäcker fue precursor así de enfoques que hoy llamaríamos de humanidades médicas o medicina centrada en la persona. Insistió en la importancia de la hermenéutica en medicina: interpretar síntomas y historias como quien interpreta un texto lleno de significados, más que solo medir valores fisiológicos. Cada enfermedad debía ser entendida en el “horizonte de la reflexión” sobre el hombre. En su monografía inacabada Der kranke Mensch (“El hombre enfermo”), bosquejó una concepción de la clínica como un encuentro existencial, no solo técnico, algo que sus seguidores en la Escuela de Heidelberg continuaron desarrollando.
Otra faceta de su humanismo interdisciplinario fue su incursión temprana en la medicina social. Observando el sistema de seguros de salud instaurado en Alemania desde Bismarck, Weizsäcker analizó críticamente cómo la seguridad social influía en la relación médico-paciente y en la vivencia de la enfermedad. Llamó la atención sobre fenómenos como la “neurosis de renta” (cuando el enfermo se centra en obtener beneficios económicos por su enfermedad más que en su recuperación), a la que él rebautizó como “neurosis de derecho” para subrayar que el sistema enfatizaba más los derechos y déficits del paciente que sus posibilidades de recuperación. Este análisis mostraba su preocupación ética y social: la medicina debía ocuparse no solo de curar órganos sino de la reintegración del individuo a la sociedad, evitando dinámicas deshumanizantes ya sea por burocracia o por mercantilización de la salud.
En resumen, la visión weizsäckeriana de la medicina como ciencia humanista e interdisciplinaria anticipó muchos desarrollos posteriores: desde el modelo biopsicosocial (propuesto por G.L. Engel en 1977), hasta la bioética y la medicina narrativa. Weizsäcker incluso ha sido considerado un precursor de la bioética contemporánea, al reflexionar sobre la responsabilidad moral del médico tras las revelaciones de los Juicios de Núremberg. El propio Fernando Lolas Stepke destaca la “incorporación del punto de vista moral en la medicina” que hizo Weizsäcker, denominándola una ciencia “piadosa” en pleno auge de la tecnocracia médica. Sus escritos de posguerra abordan problemas éticos como la eutanasia, la experimentación humana y la dignidad del paciente, temas que hoy son parte fundamental de la bioética médica. Así, la herencia de Weizsäcker reside en haber ampliado los límites de la medicina, mostrándola no solo como Ars curandi (arte de curar) sino también como arte de comprender al ser humano en su padecer, uniendo ciencia y humanismo.
Vínculos con la tradición fenomenológica y filosófica alemana
El pensamiento de Weizsäcker está profundamente enraizado en la tradición filosófica alemana de la primera mitad del siglo XX, especialmente en corrientes fenomenológicas, existenciales y antropológicas. Si bien su formación filosófica inicial fue en el neokantismo de Heinrich Rickert y Wilhelm Windelband, pronto amplió su horizonte hacia la fenomenología y la llamada filosofía de la vida (Lebensphilosophie). Coincidió en Heidelberg con pensadores como Karl Jaspers –quien pasó de la psiquiatría a la filosofía existencial– y con figuras de la psiquiatría fenomenológica como Ludwig Binswanger. De hecho, como señala la historiografía, Weizsäcker, Binswanger, Gebsattel, Zutt y otros forman parte de una generación que aplicó la fenomenología y la antropología filosófica a la psicoterapia y la medicina. A este cruce se le ha llamado la orientación “existencial-antropológica” en medicina.
En términos concretos, la influencia fenomenológica se advierte en la manera en que Weizsäcker adopta la idea de la experiencia vivida y la intencionalidad de la conciencia. Su noción de que percepción y acción forman una Gestalt unitaria puede leerse en sintonía con la fenomenología de Edmund Husserl o Maurice Merleau-Ponty, quienes destacaron la unidad sensorio-motora y el cuerpo como condición de la experiencia. De hecho, algunos intérpretes han empleado categorías husserlianas para explicar el Gestaltkreis: por ejemplo, la mereología (teoría de la parte y el todo) de Husserl ha sido utilizada para esclarecer cómo funcionan las relaciones figura-fondo en la estructura del acto biológico según Weizsäcker. Esto sugiere que, aunque Weizsäcker no citaba extensamente a Husserl, su pensamiento orbitaba problemas similares a los de la fenomenología (como la relación entre la percepción y el mundo, la constitución del sentido, etc.). Asimismo, la descripción weizsäckeriana de la relación médico-paciente como un estar “uno-con-otro” recuerda al concepto heideggeriano de Mitsein (Ser-con) y ha sido analizada en clave fenomenológica por autores posteriores.
Otro nexo filosófico notable es con la filosofía dialógica y religiosa. La colaboración con Martin Buber en Die Kreatur indica afinidad con la idea del Yo-Tú de Buber, enfatizando la relación y el encuentro auténtico. Weizsäcker compartía la preocupación por la deshumanización del prójimo –en su caso del paciente– y buscó restaurar un diálogo genuino en la medicina. También tenía amistad intelectual con Viktor Emil von Gebsattel, psiquiatra católico influido por Max Scheler (uno de los fundadores de la antropología filosófica). Scheler y otros (Helmuth Plessner, Arnold Gehlen) desarrollaron en los años 20-30 una antropología filosófica que exploraba la esencia del ser humano desde una perspectiva interdisciplinaria. Weizsäcker puede considerarse parte de ese clima intelectual: su “antropología médica” pretendía situar el arte médico en el horizonte de una comprensión global del hombre, tal como la antropología filosófica intentaba una visión integradora del ser humano combinando biología, filosofía y ciencias sociales.
Un episodio interesante que ilustra su conexión con círculos filosóficos más amplios es la recepción de su obra en Francia. Michel Foucault, por ejemplo, co-tradujo Der Gestaltkreis al francés en la década de 1950, interesado en las ideas de Weizsäcker y Binswanger para su propia formación (Foucault estudiaba por entonces psicología y filosofía, y estas traducciones fueron parte de su introducción al pensamiento de la subjetividad y la locura). Esto muestra cómo Weizsäcker era leído por filósofos continentales que luego tendrían gran influencia. Merleau-Ponty, en Fenomenología de la percepción (1945), también menciona trabajos de la Gestalt y neurología alemana contemporánea; es muy probable que las teorías de Weizsäcker le fueran conocidas, dada su cercanía temática con las de Kurt Goldstein (otro neurólogo gestaltista). Recordemos que Weizsäcker participó en debates con Goldstein y el neurocirujano Otfrid Foerster sobre la localización cerebral y la teoría del conocimiento neurológico, donde defendió posiciones más holísticas frente al reduccionismo. Goldstein, por su parte, fue un exponente de una neuropsicología holista que influyó directamente en Merleau-Ponty. En suma, podemos situar a Weizsäcker en la constelación de científicos-filósofos que, a partir de la clínica (neurología, psiquiatría), aportaron a la fenomenología del cuerpo y de la salud/enfermedad.
Además de la fenomenología, la ética y filosofía política también tocan su obra. Tras la Segunda Guerra Mundial, su reflexión sobre la culpabilidad de los médicos en el nazismo entronca con la filosofía de Jaspers (Die Schuldfrage, 1946) sobre la culpa colectiva. Weizsäcker analizó el Juicio de Núremberg a los médicos nazis y cuestionó la “neutralidad” de la ciencia médica que permitió esas aberraciones. Planteó que la medicina debía recuperar un fundamento antropológico y moral para no degenerar en “pseudohumanismo” técnico. Esta crítica se alinea con la de pensadores de la Escuela de Frankfurt y otros que, en la posguerra, revisaron críticamente la fe ciega en la ciencia. Si bien Weizsäcker no era propiamente un filósofo académico, su obra inspiró debates filosóficos sobre el naturalismo en medicina. Por ejemplo, Hans-Georg Gadamer, en El enigma de la salud (1993), defiende una visión hermenéutica de la medicina muy deudora de la tradición alemana de Weizsäcker, Plessner, etc., reivindicando la medicina como arte de la comprensión más que como ciencia aplicada puramente técnica. Gadamer incluso contribuyó a conmemorar a Weizsäcker en su centenario, subrayando esa herencia intelectual.
En conclusión, Viktor von Weizsäcker actuó como puente entre la medicina y la gran tradición filosófica alemana. Incorporó a la práctica médica los hallazgos de la fenomenología (la importancia de la experiencia subjetiva), de la filosofía existencial (la noción de responsabilidad, autenticidad y encuentro), y de la antropología filosófica (una visión holística del ser humano). Su pensamiento no surgió en un vacío, sino en diálogo con las corrientes más avanzadas de su época. Esta riqueza filosófica es en parte responsable de la dificultad y densidad de sus textos –llenos de neologismos y referencias conceptuales– pero también de su profundidad única para repensar la medicina desde sus fundamentos epistemológicos y ontológicos.
Impacto de su pensamiento en la antropología médica contemporánea
La influencia de Weizsäcker se hace sentir en diversos ámbitos de la medicina contemporánea, especialmente en lo que podríamos llamar antropología médica y enfoques integradores de la salud. Conviene aclarar, primero, la terminología: antropología médica en el sentido de Weizsäcker se refiere a una concepción global del ser humano aplicada a la medicina, y no debe confundirse con la antropología médica entendida como subdisciplina de la antropología cultural que estudia creencias y prácticas de salud. En efecto, Weizsäcker inauguró en 1927 la idea de una Medizinische Anthropologie que implicaba reformular la medicina desde sus bases antropológicas. Ese movimiento en Alemania fructificó en la llamada Escuela de Heidelberg y tuvo continuidad en varias direcciones.
Uno de los continuadores directos fue Paul Christian, discípulo y sucesor de Weizsäcker en la universidad, quien desarrolló el programa de la Medicina Clínica General inspirada por el maestro. Christian y otros colaboradores (como Wolfgang Jacob y Thure von Uexküll) mantuvieron viva la tradición weizsäckeriana en las décadas posteriores, aunque con adaptaciones. Thure von Uexküll, en particular, se convirtió en figura clave de la medicina psicosomática alemana en la segunda mitad del siglo XX, y reconocía a Weizsäcker como una de sus principales influencias. Von Uexküll amplió el marco incorporando la teoría de sistemas y la semiótica, proponiendo el modelo del “círculo funcional” (Funktionskreis) que retoma la idea de circularidad organismo-entorno de Weizsäcker pero la extiende a la ecología y comunicación (inspirado también en Jakob von Uexküll, biólogo teórico y padre de Thure). Se puede decir que la Escuela de Friburgo de psicosomática encabezada por Thure von Uexküll es heredera directa de la Escuela de Heidelberg de Weizsäcker, continuando su énfasis en la interacción simbólica entre el organismo y su medio.
En el terreno de la psiquiatría y psicoterapia, la impronta de Weizsäcker también fue notable. Sus ideas contribuyeron a la gestación de la Daseinsanalyse (análisis existencial) en psiquiatría: Binswanger, Gebsattel, Viktor Frankl e incluso Medard Boss compartían el ideal de una comprensión existencial del paciente, muy en línea con la antropología médica. Términos que Weizsäcker popularizó como bipersonalidad (relación médico-paciente) o la necesidad de ver al enfermo “como proyecto y destino” fueron asimilados por estos enfoques psicoterapéuticos centrados en el sentido de la enfermedad para la persona. En la psiquiatría alemana de posguerra, autores como Hubertus Tellenbach (que estudió la melancolía desde la fenomenología) o Erwin Straus reconocieron la influencia del clima intelectual creado por Weizsäcker. Incluso Jürg Zutt desarrolló una “antropología comprensiva” en psiquiatría que es tributaria de aquella visión integradora de cuerpo y alma.
En la medicina general y familiar contemporánea, muchos principios suyos son ahora parte del sentido común: por ejemplo, la importancia de la relación médico-paciente como herramienta terapéutica, la atención a los factores psicológicos y sociales (que en la década de 1970 cristalizó en el Modelo Biopsicosocial de Engel), y la idea de centrarse en el paciente, no solo en la enfermedad. Weizsäcker puede verse como un precursor del modelo biopsicosocial, si bien su concepción iba más allá, dotándolo de fundamentos epistemológicos fuertes (no solo sumar “lo bio+lo psico+lo social” sino integrarlos conceptualmente). El modelo biopsicosocial, ampliamente aceptado hoy, en cierta forma popularizó lo que Weizsäcker y colegas plantearon filosóficamente: que la medicina debía atender a la totalidad de la persona. Autores actuales de medicina centrada en la persona, como Kurt Stange o Moira Stewart, insisten en ver al paciente en su contexto vital –una orientación muy weizsäckeriana.
En la antropología médica como disciplina (la perspectiva sociocultural sobre la salud), las conexiones son más indirectas pero existen paralelos interesantes. Los antropólogos médicos contemporáneos (Arthur Kleinman, Byron Good, etc.) han subrayado el componente narrativo y de significado en la enfermedad, criticando la visión biomédica hegemónica. Esas críticas y propuestas tienen un antecedente en Weizsäcker, quien ya denunciaba la cosificación del enfermo por la medicina científica y reivindicaba la subjetividad y la biografía en la comprensión de la enfermedad. Si bien los antropólogos anglosajones quizás no leyeron directamente a Weizsäcker, sus trabajos se suman a la misma corriente de humanización de la medicina. Cabe mencionar que la obra de Weizsäcker ha sido traducida al español (por ejemplo, Escritos de antropología médica) y comentada en Latinoamérica, influyendo en corrientes de pensamiento médico humanístico en países hispanohablantes. En América Latina, pensadores como Luis Justiniano Solari en Perú o Fernando Lolas Stepke en Chile han rescatado la antropología médica de Weizsäcker para aplicarla a temas de bioética y medicina intercultural.
Por otro lado, la Viktor von Weizsäcker Gesellschaft (Sociedad Viktor von Weizsäcker), fundada en 1994 en Alemania, se dedica a estudiar y difundir su legado. A través de congresos y publicaciones, esta sociedad ha mantenido vivo el debate sobre sus conceptos en el mundo germanoparlante. En años recientes, ha habido una suerte de resurgimiento académico del interés por Weizsäcker: por ejemplo, en 2024 se publicaron artículos en revistas de psicología y ética médica analizando su teoría del Gestaltkreis y su noción de “lo patogénico”. También se han revisitado sus ideas a la luz de desafíos actuales, como la atención centrada en el usuario en salud mental, donde se le considera una inspiración temprana para un “giro humanista” en psiquiatría.
En síntesis, el impacto de Viktor von Weizsäcker en la antropología médica contemporánea y en la medicina en general se manifiesta en: (a) la consolidación de la medicina psicosomática y sus evoluciones (psicoterapia médica, atención biopsicosocial), (b) la formación de un pensamiento médico humanista que nutrió la bioética y las humanidades médicas, y (c) la influencia filosófica de sus ideas en abordajes centrados en la experiencia del paciente. Aunque su nombre no siempre se menciona fuera de los círculos especializados, muchos de los principios que él defendió –como la consideración integral de los factores humanos en salud– forman ya parte del paradigma contemporáneo de la medicina centrada en la persona.
Críticas y debates actuales sobre su obra
A pesar de su carácter visionario, la obra de Weizsäcker no ha estado exenta de críticas, tanto en su época como en retrospectiva. Un primer aspecto señalado por comentaristas es la complejidad y estilo hermético de sus escritos. Sus textos abundan en neologismos y reflexiones abstractas que “solo los iniciados” en su estudio comprenden plenamente. Esto hizo que su impacto práctico fuera limitado: muchos clínicos encontraban difícil traducir sus conceptos filosóficos (como Gestaltkreis, bipersonalidad, etc.) en protocolos médicos concretos. De hecho, se reconoce que el impacto directo en la práctica médica y en las instituciones ha sido escaso. Si bien inspiró a un círculo de discípulos, la medicina mainstream continuó por décadas dominada por modelos biomédicos más sencillos. Algunos críticos sugieren que la antropología médica de Weizsäcker careció de un fundamento ontológico claro, lo que dificultó su consolidación y llevó a que con el tiempo “desapareciera” como corriente identificable, quedando sus ideas diluidas en otras aproximaciones más sistemáticas.
Históricamente, hubo debates agudos en torno a sus ideas. Ya mencionamos el debate de 1949 con Paul Martini, quien acusó a la psicosomática weizsäckeriana de falta de rigor metodológico y evidencia científica. Martini, un internista orientado a la investigación clínica cuantitativa, cuestionó las explicaciones psicosomáticas por considerarlas especulativas y no comprobables. Weizsäcker replicó enfatizando que la medicina debía ampliar su concepto de causalidad y evidencia para incluir la singularidad de cada caso y la vivencia subjetiva. Este debate prefiguró discusiones actuales sobre medicina basada en la evidencia vs. medicina centrada en el paciente. Algunos podrían decir que Weizsäcker se adelantó a criticar un exceso de objetividad despersonalizante, pero ciertamente la contraargumentación fue que su enfoque corría el riesgo de ser demasiado cualitativo y personal, dificultando la generalización y el desarrollo de terapéuticas estandarizadas. Hasta hoy, algunos médicos científicos ven con reserva las perspectivas “antropológicas” por temor a que diluyan la precisión científica; este es un debate abierto donde la obra de Weizsäcker suele citarse como referencia histórica.
Otra línea de crítica proviene de análisis éticos e históricos sobre la actitud de Weizsäcker durante el nazismo. Este es un punto controversial: Weizsäcker no estuvo involucrado en crímenes, pero ocupó cargos (como la dirección del instituto en Breslau) bajo el régimen nazi, lo que ha generado escrutinio sobre sus posturas. Su ensayo de 1947 sobre la eutanasia nazi fue recibido de manera ambigua. Algunos intérpretes, sobre todo en décadas pasadas, leyeron en ese texto una posible justificación indirecta de las acciones de los médicos nazis, acusándolo de emplear un lenguaje demasiado abstracto que eludía condenas personales. Weizsäcker hablaba en términos muy generales de cómo personas “en todo razonables y bondadosas” pudieron hacer el mal, y criticaba a la medicina positivista en abstracto más que señalar culpables. Esto llevó a algunos a pensar que se desmarcaba de una denuncia frontal. Por otro lado, hubo quienes elogiaron su fina sensibilidad y rigor analítico al tratar un tema tan complejo sin caer en simplificaciones. El debate gira en torno a si su perspectiva era demasiado filosófica y carente de posicionamiento político claro. Documentos y cartas de la época muestran que Weizsäcker mantuvo una actitud ambivalente: por un lado, no se afilió al partido nazi y buscó preservar cierto humanismo (por ejemplo, formó parte de un círculo intelectual semiclandestino con Viktor von Gebsattel y otros, críticos del régimen); por otro lado, no se opuso públicamente y continuó trabajando bajo ese sistema. Investigaciones históricas recientes, incluyendo las de la Viktor von Weizsäcker Gesellschaft, han aportado matices a esta cuestión, mostrando a un Weizsäcker que tras la guerra se sintió moralmente interpelado por lo ocurrido y trató de extraer lecciones éticas. En cualquier caso, su caso se discute dentro del contexto más amplio de cómo profesionales destacados navegaron las presiones del Tercer Reich.
Finalmente, se puede argumentar que algunas ideas de Weizsäcker han sido superadas o reformuladas por desarrollos posteriores. Por ejemplo, su concepción de la psicosomática estaba muy influida por el psicoanálisis freudiano de su época; hoy disponemos de visiones más amplias de la mente (neurociencia afectiva, psicología cognitiva) que enriquecerían ese marco. Igualmente, su énfasis en la biografía individual puede complementarse con perspectivas comunitarias o interculturales que él no exploró en profundidad. Algunos críticos contemporáneos señalan que la antropología médica de Weizsäcker fue producto de su contexto cultural europeo y que ignora, por ejemplo, la diversidad cultural en las concepciones de enfermedad –tema central de la antropología médica actual. También, su enfoque era muy clínico-individual y quizás subestimó factores macrosociales como la política o la economía en la salud (aunque sí se preocupó por la institución sanitaria, no llegó a un análisis socioestructural de la medicina como lo haría décadas después Ivan Illich o Michel Foucault desde otra óptica).
Con todo, muchas críticas son atenuadas por la vigencia de varias de sus intuiciones. Hoy se reconoce que introducir la subjetividad en la medicina es necesario, pero el desafío sigue siendo cómo hacerlo operativamente sin perder rigor. En esto, la obra de Weizsäcker, con sus luces y sombras, continúa ofreciendo un rico terreno de debate teórico. Su figura representa la tensión entre la ciencia médica y las humanidades, entre la objetividad y la empatía, tensión que está lejos de resolverse. En los últimos años, la necesidad de humanizar la medicina ha cobrado renovada fuerza, y en ese sentido Weizsäcker es reivindicado como un precursor imprescindible. Incluso sus aparentes fracasos (como no haber transformado por completo la educación médica de su tiempo) sirven de lección: muestran las dificultades de cambiar paradigmas arraigados. Estudiosos como Lolas Stepke han preguntado si la medicina antropológica de Weizsäcker fracasó por falta de un sistema teórico robusto o si simplemente fue adelantada a su época. Estas preguntas mantienen viva la discusión académica.
En conclusión, las críticas a la obra de Weizsäcker se centran en su oscuridad estilística, su limitada aplicabilidad práctica, ciertas ambigüedades éticas históricas y las lagunas desde la perspectiva actual. Sin embargo, los debates actuales –ya sea en historia de la medicina, en bioética o en teoría clínica– suelen reconocer que muchas de sus ideas fundacionales han sido integradas al pensamiento médico moderno (a veces sin saberlo), y que revisitar sus escritos puede aportar profundidad teórica a problemas contemporáneos. La medicina del siglo XXI, en su búsqueda de ser más humana sin dejar de ser científica, tiene en Viktor von Weizsäcker un referente que, pese al tiempo transcurrido, sigue invitando a reflexionar sobre qué significa realmente curar a un ser humano.
Referencias
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