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Michel Foucault: de la psiquiatría de ayer a la de hoy

Actualizado: 2 oct

Michel Foucault
Michel Foucault

Introducción

Michel Foucault (1926–1984) fue un filósofo e historiador francés cuyo trabajo ha ejercido enorme influencia en la forma de entender las instituciones modernas, especialmente las relacionadas con la salud mental, la medicina y el sistema penal. En varias de sus obras fundamentales —entre las que destacan Historia de la locura en la época clásica (1961), El nacimiento de la clínica (1963) y Vigilar y castigar: Nacimiento de la prisión (1975)— Foucault analiza la evolución de la psiquiatría y de otras disciplinas médicas, revelando las conexiones profundas entre saber y poder en el seno de las instituciones sociales. Este ensayo académico explora las teorías de Foucault sobre la psiquiatría desde cuatro enfoques interrelacionados:


  1. Enfoque histórico: cómo Foucault rastrea genealógicamente la evolución de la psiquiatría desde la Edad Media hasta la modernidad y su relación con el poder y las instituciones sociales.


  2. Enfoque filosófico: análisis de conceptos foucaultianos como saber-poder, biopoder, normalización y exclusión, y su pertinencia para comprender el fenómeno psiquiátrico.


  3. Enfoque crítico: evaluación de la crítica de Foucault a la medicina mental, a la noción misma de locura y a los mecanismos de control social implicados en la práctica psiquiátrica.


  4. Enfoque contemporáneo: examen de las aplicaciones e influencias del pensamiento de Foucault en las prácticas y teorías actuales sobre salud mental y la crítica institucional.


A lo largo del texto se empleará un estilo académico formal, estructurando la discusión en secciones claras y aportando argumentos fundamentados con citas de fuentes primarias (obras de Foucault) y fuentes secundarias (estudios y comentarios de especialistas sobre su obra). De este modo, se buscará ofrecer una visión exhaustiva y crítica de las contribuciones foucaultianas al entendimiento de la psiquiatría, destacando tanto su contexto histórico-filosófico como su vigencia analítica en el presente.


Enfoque histórico: genealogía de la psiquiatría y poder institucional

Foucault aborda la historia de la psiquiatría no como una simple sucesión lineal de descubrimientos médicos, sino como una genealogía de prácticas sociales y regímenes de poder-saber que definieron qué se entiende por locura en cada época. En Historia de la locura en la época clásica, su tesis doctoral, Foucault traza la transformación radical de la actitud de la sociedad occidental hacia la locura desde el final de la Edad Media hasta el siglo XIX. Un punto de partida simbólico es la comparación con la lepra medieval: una vez desaparecida la lepra en Europa, las estructuras sociales de exclusión que habían servido para confinar a los leprosos permanecieron y fueron reutilizadas para otros grupos marginados. Como señala Foucault, tras la erradicación de la lepra “se mantienen las mismas estructuras” y “en los mismos lugares a menudo la exclusión se repetiría, extrañamente similar dos o tres siglos más tarde”. En efecto, a partir del siglo XVII el vacío dejado por el leproso fue ocupado por el loco, el delincuente y otros “apestados sociales”, lo que llevó al aumento de las prisiones y casas de internamiento en la Europa clásica.


Uno de los hitos históricos centrales que identifica Foucault es el Gran Encierro de la época clásica. En Francia, por ejemplo, el Edicto Real de 1656 estableció el Hôpital Général de París, institución destinada a internar no solo a enfermos mentales sino a pobres, vagabundos y criminales por igual. Esta política inauguró una era en la que la respuesta social a la locura fue su reclusión masiva junto con otras formas de desviación. Foucault destaca la dimensión moral y racionalista de este proceso: el internamiento de los “irracionales” se constituyó en un acto de represión de todo lo que la razón ilustrada consideraba irracional o incompatible con el orden social emergente. En palabras de un comentarista: “El lugar [el Hospital General] será a la vez centro de represión de lo considerado por la racionalidad como irracional, y que no tiene cabida en el mundo planteado por el pensamiento racionalista de la Ilustración”. En suma, la modernidad temprana abordó la locura ante todo mediante la exclusión institucional: se separó a los locos de la sociedad activa confinándolos bajo custodia.


Sin embargo, Foucault muestra que esta exclusión clásica fue seguida, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, por una aparente inclusión terapéutica: el surgimiento del manicomio moderno bajo la égida de la medicina mental. Figuras emblemáticas como Philippe Pinel en Francia (quien supuestamente “liberó” a los alienados de sus cadenas en 1793) y William Tuke en Inglaterra introdujeron las llamadas reformas humanitarias, reemplazando los calabozos insalubres por instituciones médicas especializadas (asilos) y un tratamiento moral de los pacientes. 


Tradicionalmente, la historiografía psiquiátrica presentaba a Pinel y Tuke como héroes ilustrados que transformaron la custodia brutal en cuidado médico. No obstante, Foucault reinterpreta críticamente esta “Reforma psiquiátrica” como una gran falacia: a su juicio, no se buscaba realmente liberar a los locos de un trato inhumano, sino dominarlos de manera más eficaz bajo nuevas racionalidades. El lenguaje humanista de la medicina sustituyó al lenguaje punitivo religioso o judicial, pero las prácticas institucionales básicas (reclusión, vigilancia, trabajo obligatorio, coerción moral) apenas cambiaron. Como sintetizan Juan Pastor y Anastasio Ovejero en su lectura de Foucault, “se sigue encerrando desorden moral, pero se dice que se tratan desórdenes mentales”. La figura del psiquiatra nace en este momento, reemplazando en autoridad al juez o al carcelero: la anormalidad pasa a definirse como patología y el desorden moral es reinterpretado como enfermedad natural que requiere terapia en vez de castigo. Esta medicalización de la locura produjo un giro discursivo fundamental: qué tranquilizador resulta saber que, finalmente, aquellos que encerrábamos estaban enfermos… –ironiza Foucault– enfatizando la función ideológica de la etiología médica para justificar el encierro.


Foucault analiza con detalle las dinámicas de poder en los asilos del siglo XIX. En Historia de la locura documenta que bajo la dirección de médicos alienistas como Pinel, el asilo imponía a los internos un régimen autoritario pero invisible, fundamentado en la razón burguesa y la norma del trabajo. El tratamiento moral en la institución de Tuke, por ejemplo, “consistía principalmente en el castigo de los individuos reconocidos como ‘locos’ hasta que aprendieran a actuar con normalidad”, produciendo individuos sumisos y adaptados a las normas sociales. Igualmente, las terapias de Pinel incluían medidas hoy consideradas brutales (duchas de agua helada, camisas de fuerza, aislamiento) cuyo fin era doblegar al paciente para reintegrarlo al juicio y al castigo (es decir, a la autodisciplina y al reconocimiento de la autoridad de la razón). Foucault concluye que la aparente humanización de la psiquiatría decimonónica ocultaba un mecanismo disciplinario refinado: “no pretende liberar a los locos de un tratamiento inhumano, sino dominarlos mejor (más refinada y sutilmente; por ello, más eficazmente) a través de un nuevo discurso más acorde con el nuevo discurso humanista ilustrado”. La ciencia psiquiátrica naciente se erigió así como un monólogo de la razón sobre la sinrazón, y la voz del loco quedó silenciada bajo la autoridad médica.


Es importante destacar que Foucault no hace “historia de la psiquiatría” en el sentido convencional, sino lo que él llama una arqueología/genealogía del saber psiquiátrico. Esto implica escudriñar las condiciones históricas de posibilidad de ciertos discursos y prácticas. En la segunda edición de Historia de la locura, Foucault retiró el prefacio original y se distanció de cualquier tono romántico o fenomenológico inicial, enfocándose más en las discontinuidades históricas que marcaron la constitución de la locura como objeto científico. Su análisis muestra que lo que contamos como “locura” o “enfermedad mental” no es una realidad natural eterna, sino una construcción histórica que emergió en un momento dado. Conceptos médicos que hoy nos parecen obvios (esquizofrenia, histeria, etc.) sustituyeron nociones previas (posesión demoníaca, melancolía, imbecilidad) cuando cambiaron las estructuras sociales y epistémicas. En otras palabras, la historia de la psiquiatría es la historia de cómo el saber y el poder dictan la pertinencia o caducidad de ciertos conceptos a lo largo del tiempo.


En El nacimiento de la clínica, aunque enfocado en la medicina general de fines del siglo XVIII, Foucault complementa esta perspectiva histórica mostrando cómo surgió la mirada clínica moderna. La Revolución Francesa trajo reformas en la enseñanza y práctica médica: se reorganizaron los hospitales y se impuso un nuevo modo de observar al paciente, integrando la anatomía patológica con la clínica junto a la cama del enfermo. La consecuencia fue una transformación del estatuto del paciente: de sujeto con el que el médico dialoga, pasó a ser un cuerpo observado minuciosamente en busca de signos de enfermedad. Foucault describe esta mirada médica como un instrumento de poder, pues “mirar para saber, mostrar para enseñar” conlleva una objetivación del paciente que puede devenir en una “violencia muda” cuando la preocupación por acumular conocimiento eclipsa la atención al sufrimiento del enfermo. El hospital clínico decimonónico, bajo la idea de utilidad social, se convirtió en un lugar donde se formaban médicos y se clasificaban patologías, reforzando la autoridad del discurso médico sobre la población. Si trasladamos esta idea a la psiquiatría, el manicomio del siglo XIX no solo encerraba locos; también funcionaba como un laboratorio donde se definieron y catalogaron las enfermedades mentales, se reforzó la posición del experto psiquiatra y se legitimó la intervención sobre los individuos desviados en nombre de la ciencia médica.


Hacia mediados y finales del siglo XX, muchos de los sistemas asilares que analizaba Foucault comenzaron a desmantelarse en numerosos países (el llamado movimiento de desinstitucionalización o antipsiquiatría). Aunque estos desarrollos históricos posteriores no fueron estudiados directamente por Foucault (quien centró su atención en los orígenes de las instituciones), su esquema analítico permite comprenderlos. Historiadores y sociólogos señalan que la “metamorfosis que dio lugar al fin del orden asilar” en la segunda mitad del siglo XX no refuta las tesis foucaultianas, sino que más bien se interpreta a través de ellas. La transición hacia formas “flexibles” de atención en salud mental (hospitales de día, unidades en hospitales generales, atención comunitaria) fue documentada empleando justamente categorías foucaultianas como medicalización, poder disciplinario y biopolítica. En la última parte de este ensayo retomaremos esta cuestión contemporánea. Por ahora, resumiendo el enfoque histórico: Foucault nos mostró que la psiquiatría nació inserta en un engranaje de poder, primero excluyendo a los locos de la sociedad y luego re-incluyéndolos bajo vigilancia médica, y que esta transformación estuvo guiada no solo por avances humanitarios o científicos sino por cambios en las estrategias de control social y en las formas de saber legítimo sobre la conducta humana.


Enfoque filosófico: saber-poder, biopoder, normalización y exclusión

Las investigaciones históricas de Foucault están íntimamente ligadas a sus aportes filosóficos. A través de estudios como Historia de la locura, El nacimiento de la clínica y Vigilar y castigar, Foucault fue elaborando una novedosa teoría del poder y del conocimiento que resulta crucial para comprender la psiquiatría. Uno de sus conceptos centrales es la imbricación de saber y poder (conocido frecuentemente como saber-poder): la idea de que no existe saber neutro desvinculado del poder, y que a la vez todo ejercicio de poder produce saber. En el contexto psiquiátrico, esto significa que la definición misma de locura o enfermedad mental y las prácticas para tratarla son indisociables de relaciones de poder históricas. La psiquiatría se constituyó como campo científico acumulando un cuerpo de conocimientos (síntomas, diagnósticos, clasificaciones), pero esa producción de saber ocurrió en instituciones (manicomios, laboratorios, cátedras universitarias) atravesadas por relaciones de dominación (médico-paciente, sociedad-normal vs. loco-anormal). Como dice Foucault, “la constitución de la locura como enfermedad mental, a finales del siglo XVIII, levanta acta de un diálogo roto... El lenguaje de la psiquiatría, que es un monólogo de la razón sobre la locura, sólo ha podido establecerse sobre un silencio como éste”. Es decir, el surgimiento del discurso psiquiátrico científico implicó silenciar la voz del loco (su propia “verdad” subjetiva) e imponer sobre él la verdad elaborada por la razón médica. Aquí la razón (poder) y la verdad psiquiátrica (saber) se entrelazan: la autoridad social de la institución médica le permite definir qué es la locura, y esa definición a su vez justifica la autoridad del médico sobre el paciente. Saber es poder.


Foucault concibe el poder no como una sustancia que alguien posee, sino como un conjunto de relaciones estratégicas difundidas por todo el cuerpo social. En Vigilar y castigar y en sus cursos del Collège de France, argumenta que el poder moderno opera a través de mecanismos “microfísicos” más que por la fuerza bruta: se ejerce mediante técnicas, prácticas discursivas, normas y vigilancia. Uno de los conceptos filosóficos más influyentes que introduce es el de poder disciplinario y, asociado a él, el concepto de normalización. El poder disciplinario se desarrolló en los siglos XVII–XVIII en diversas instituciones (ejércitos, escuelas, fábricas, prisiones, hospitales) y se caracteriza por centrarse en el cuerpo individual: aislarlo, observarlo, entrenarlo y corregirlo para volverlo dócil y útil. Su objetivo no es destruir al individuo sino moldearlo. La disciplina funciona mediante una vigilancia continua, jerarquías, exámenes y registros – una verdadera tecnología de poder que Foucault denominó la anatomopolítica del cuerpo humano. Dentro de esta lógica disciplinaria, la normalización juega un papel crucial: se establecen criterios de normalidad (conductual, física, moral) y se castiga o corrige lo que se desvía de la norma. Foucault señala en Vigilar y castigar que instrumentos como el examen combinan la vigilancia con la evaluación, permitiendo “una mirada normalizadora, una vigilancia que permite calificar, clasificar y castigar”. La psiquiatría, desde sus orígenes, participó de este poder normalizador: definió estándares de conducta racional, productiva y “sana”, y buscó reeducar o excluir a quienes no se adecuaban. En el asilo, por ejemplo, los pacientes eran continuamente observados y juzgados en función de su conformidad con ciertas normas de cordura, higiene, disciplina laboral, etc. El fin último era inculcar la norma en el individuo, de manera que este se autorregulara.


La noción foucaultiana de exclusión complementa la de normalización. Para que la norma exista, debe delimitarse lo anormal, lo otro que queda fuera. Foucault mostró que la cultura occidental ha definido su identidad racional a través de experiencias límite en las que expulsa aquello que teme o no comprende. La locura es precisamente una de esas categorías de exclusión constitutivas: “hay que hacer una historia de esos gestos oscuros... por los cuales una cultura rechaza algo que será para ella lo Exterior”. En la Edad Media tardía y la era clásica, la locura fue ese exterior radical (equiparada a la sinrazón, la animalidad o el pecado) frente al cual la razón se afirmaba. Pero la exclusión no siempre significa literalmente expulsar fuera de la sociedad; puede significar también encerrar en un interior segregado (el manicomio) donde los locos quedan invisibles y sin voz. Foucault distingue dos modelos históricos de tratar la desviación: el modelo de la lepra (exclusión pura: se expulsa al leproso fuera de la ciudad) y el modelo de la peste (cuarentena y vigilancia interna: se aísla pero dentro de muros, con control permanente). La locura, según Foucault, pasó de un tratamiento tipo “lepra” (expulsión en las Naves de los locos del Renacimiento, o confinamiento en lugares lejanos) a un tratamiento tipo “peste” (disciplinamiento interno en el asilo con vigilancia continua). En ambos casos hay exclusión: bien sea exclusión espacial o exclusión simbólica (los locos están en la sociedad pero marcados como otros, apartados por muros y diagnósticos). De esta manera, exclusión y normalización son dos caras de la gestión del anormal: se excluye al desviarse de la norma, y a la vez se intenta normalizar al excluido mediante técnicas de poder.


Un punto álgido de la filosofía foucaultiana del poder, posterior a sus análisis disciplinarios, es la introducción del concepto de biopoder (y su correlato la biopolítica). En la década de 1970 Foucault advierte que el poder sobre la vida no se limita a entrenar cuerpos individualmente, sino que desde el siglo XVIII aparece una nueva tecnología de poder dirigida a la población como conjunto biológico. El biopoder se enfoca en el hombre como ser vivo, en la especie humana, gestionando procesos colectivos como la natalidad, la mortalidad, la salud pública, la higiene, la sexualidad y, por supuesto, la morbilidad mental. Foucault define el biopoder como “el conjunto de mecanismos por medio de los cuales aquello que, en la especie humana, constituye sus rasgos biológicos fundamentales, podrá ser parte de una política, una estrategia general de poder”. A diferencia del poder disciplinario (que no desaparece, sino que es subsumido), el biopoder opera a nivel de poblaciones con instrumentos como la estadística, la previsión y la regulación de procesos generales. Por ejemplo, las autoridades comienzan a llevar registros demográficos, índices de enfermedad, curvas epidemiológicas, etc., y a diseñar intervenciones para “hacer vivir y dejar morir” a las poblaciones. La famosa fórmula de Foucault contrasta el antiguo derecho de soberanía (poder de “hacer morir o dejar vivir”) con el biopoder moderno (poder de “hacer vivir y dejar morir”): ahora el poder se legitima por su capacidad de fomentar la vida, de garantizar la salud y el bienestar de la población, aunque esto conlleve decidir quiénes reciben protección intensiva y quiénes pueden ser abandonados a su suerte.


En relación con la psiquiatría, el biopoder se manifiesta en la progresiva medicalización de la sociedad y en la creación de políticas públicas de salud mental. Durante el siglo XIX y XX, además de internar y tratar individuos, la psiquiatría pasó a formar parte de estrategias estatales más amplias para gestionar a ciertos grupos “peligrosos” o “débiles” dentro del cuerpo social. Por ejemplo, las teorías de la degeneración en el siglo XIX consideraban la locura (y la criminalidad, la pobreza, etc.) como taras hereditarias que amenazaban la salud del cuerpo social, lo que llevó a medidas eugenésicas y preventivas a nivel poblacional. 

En el siglo XX, con el auge del Estado de bienestar, el biopoder tomó formas asistenciales: se introdujeron instituciones de seguridad social y salud pública que, desde la perspectiva foucaultiana, son mecanismos biopolíticos para manejar las “anomalías” (ancianos, discapacitados, enfermos crónicos, enfermos mentales) de forma económicamente racional.


Así, en lugar de relegar a los enfermos mentales a la caridad religiosa o al encierro perpetuo, la biopolítica implementó sistemas de seguros, pensiones por invalidez, tratamientos ambulatorios y campañas de higiene mental. Esto coincide con una función clave que Foucault atribuye a la medicina en general: la medicina moderna (incluyendo la psiquiatría) opera como brazo de la biopolítica al velar por la salubridad pública y al categorizar a individuos según su capacidad o incapacidad para contribuir al cuerpo social.

En síntesis, desde el enfoque filosófico foucaultiano, la psiquiatría aparece como un dispositivo (en francés, dispositif) complejo en el que saber y poder se unen: es un corpus de conocimiento científico-técnico que simultáneamente ejerce poder normativo sobre las vidas individuales y colectivas. Sus prácticas disciplinarias (observación clínica, diagnóstico, terapia, hospitalización) producen sujetos normalizados, mientras que sus extensiones biopolíticas (políticas de salud mental, campañas de prevención, criterios estadísticos de “normalidad” psicológica) gestionan la población en términos de riesgo y salud. Y todo ello sobre el trasfondo de una operación excluyente originaria: la partición entre razón y locura que instauró un desequilibrio de voz (la psiquiatría habla por el loco) y una asimetría fundamental en el diálogo. Como reflexiona Foucault, esa partición inicial implicó que “el hombre moderno ya no se comunica con el loco” si no es a través de la mediación del médico y el lenguaje abstracto de la enfermedad mental. Sus conceptos —saber-poder, normalización, exclusión, biopoder— proporcionan las herramientas para desentrañar las lógicas que han subyacido a la psiquiatría desde su constitución hasta sus formas actuales.



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Figura: Diseño del panóptico de Jeremy Bentham (1791). Foucault emplea el panóptico como metáfora arquitectónica del poder disciplinario moderno: una torre central de vigilancia y una serie de celdas periféricas permiten al vigilante observar a todos los internados sin ser visto. El efecto es inducir en los observados una conciencia permanente de visibilidad que los lleva a autorregularse. Foucault sostiene que este principio “panóptico” se generaliza en la sociedad disciplinaria, impregnando instituciones como prisiones, fábricas, escuelas e incluso hospitales psiquiátricos, donde la vigilancia continua y la incertidumbre de ser observado garantizan la docilidad y la normalización de las conductas.


Enfoque crítico: la crítica foucaultiana a la psiquiatría y los mecanismos de control social

La obra de Foucault supone, de hecho, una profunda crítica a la psiquiatría tradicional y a sus pretensiones de objetividad y neutralidad. Aunque Foucault no fue clínico ni activista antipsiquiátrico en sentido estricto, sus análisis históricos y filosóficos desembocan en una desnaturalización radical de la noción de enfermedad mental y en una denuncia de los efectos de poder ligados al saber psiquiátrico. En este sentido, puede decirse que Foucault “acusaba a la psiquiatría de ser un ‘monólogo de la razón sobre la locura’”, es decir, un discurso donde solo habla la racionalidad normal (representada por el médico) y la voz del loco es anulada o reinterpretada dentro de los parámetros de la enfermedad. Esta idea, ya citada de su Prólogo de 1961, condensa la crítica epistemológica: la psiquiatría no descubre simplemente una verdad preexistente sobre la locura, sino que impone su propio lenguaje, clasificando y redefiniendo la experiencia del loco bajo términos médicos. Así, lo que entendemos por “locura” es en gran medida un producto de la psiquiatría misma, de ese lenguaje especializado que habló por el loco en lugar de permitirle articular su mundo. Frente a la imagen habitual de la psiquiatría como ciencia benevolente que progresivamente esclareció los misterios de la mente y liberó a los enfermos de la ignorancia y el maltrato, Foucault arroja una sombra de duda: ¿no será que bajo el ropaje de la ciencia se instauró un nuevo régimen de poder aún más insidioso?


Un aspecto central de la crítica foucaultiana es la revelación de los mecanismos de control social encubiertos en la práctica psiquiátrica. Como vimos en el enfoque histórico, Foucault reinterpretó la reforma de Pinel y Tuke no como una simple humanización, sino como una transfiguración del control: del control abierto por la violencia al control “suave” por la razón y la interiorización de la norma. El concepto de tratamiento moral fue desenmascarado como una forma de castigo moral: al loco se le castigaba no tanto físicamente (aunque también hubiera coerción física) sino mediante la presión psicológica y social para hacerlo reconocer su desviación. El asilo se parece en esto al modelo penitenciario: ya no se trata de infligir dolor corporal, sino de reformar el alma. En Vigilar y castigar, Foucault señala explícitamente la convergencia de los discursos penal y psiquiátrico en el siglo XIX: “Lo penal y lo psiquiátrico se entremezclan. La delincuencia se va a considerar como una desviación patológica que puede analizarse como otro tipo de enfermedades”. En los tribunales aparecieron los peritos psiquiatras y se empezó a juzgar al criminal no solo por sus actos, sino por su “peligrosidad” intrínseca, sus pasiones, sus instintos supuestamente anormales. Este es un punto crucial: la psiquiatría legitimó la noción de delincuente nato o personalidad criminal, haciendo del delincuente un “monstruo moral” que debía ser a la vez castigado y tratado. Se crea así toda una constelación de expertos (médicos, psicólogos, educadores, trabajadores sociales) en torno al individuo desviado para corregirlo. Foucault critica cómo este entramado de saber-poder extiende los alcances del control social bajo la bandera de la ciencia y la filantropía.


Otro blanco de la crítica de Foucault es la medicalización de la vida cotidiana y la expansión indefinida de la categoría de lo patológico. En la modernidad, cada vez más comportamientos, rasgos de personalidad o sufrimientos humanos han sido redefinidos como enfermedades que requieren intervención técnica. Foucault menciona (en sintonía con pensadores afines) que conceptos antes considerados dentro del ámbito moral o jurídico pasaron al ámbito médico. Por ejemplo, la melancolía devino depresión clínica; la debilidad moral se tradujo en diagnóstico de psicopatía; ciertos delitos sexuales o “perversiones” pasaron a entenderse como trastornos mentales, etc. Este proceso de medicalización funciona como un sofisticado mecanismo de control: al patologizar una conducta se descalifica su significado propio y se somete al individuo al dictamen del experto y al tratamiento. Como nota un autor comentando a Foucault, “los conceptos que actualmente alienta el reduccionismo de la psiquiatría biológica y la psicofarmacología” deben ser mirados con suspicacia histórica, pues “en cuyo devenir se hace evidente el peso de la historia, el saber y el poder” para dictar qué es un trastorno y qué no. En otras palabras, la crítica foucaultiana nos insta a preguntarnos: ¿los crecientes diagnósticos del DSM (el manual de desórdenes mentales) son descubrimientos objetivos de nuevas enfermedades o son nuevas etiquetas que reflejan normas sociales cambiantes y conveniencias institucionales? La publicación del DSM-V en 2013, con su proliferación de categorías diagnósticas, fue citada por analistas contemporáneos como señal de esa continua patologización de la existencia. Desde una perspectiva foucaultiana, la psiquiatría puede volverse un dispositivo que extiende los alcances del control social al etiquetar desviaciones menores (timidez extrema, duelo prolongado, rebeldía adolescente, etc.) como condiciones médicas que requieren corrección profesional.


Foucault también dirigió su crítica hacia la institución total del manicomio y la violencia simbólica en su interior. En sus lecciones de 1973–74 recopiladas bajo el título El poder psiquiátrico, examinó con detalle la cotidianeidad del asilo decimonónico: la distribución del espacio, las rutinas de los médicos y pacientes, las ceremonias de autoridad, etc. Allí muestra cómo el psiquiatra obtenía su poder de cura a condición de ejercer un poder de ordeno: la cura se confundía con la obediencia del paciente. Un caso paradigmático era la “petición de salida”: solo se consideraba recuperado el loco que asimilaba el discurso médico al punto de pedir él mismo su liberación admitiendo su enfermedad. De esta manera, la psiquiatría asilar operaba haciendo que el propio sujeto corroborase el diagnóstico del médico y se sometiera voluntariamente. Es un ejemplo de sujeción (asujetissement) en términos foucaultianos: el individuo se transforma en sujeto de la psiquiatría al interiorizar su etiqueta de enfermo mental y autorregular su conducta según las expectativas del médico. La crítica de Foucault apunta a esta dinámica sutil: la psiquiatría produce “verdades” sobre el individuo (eres esquizofrénico, histérica, psicópata, etc.) que el individuo termina incorporando como parte de sí, modulando su identidad y comportamiento conforme a ellas. Así, el poder se hace productivo más que represivo: produce identidades patológicas que luego gestiona.


Cabe mencionar que Foucault se distinguió de los antipsiquiatras clásicos (como R. D. Laing, David Cooper, Thomas Szasz) en algunos aspectos, aunque sus ideas a menudo se asocian a ese movimiento. Mientras que la antipsiquiatría de los años 60–70 tendía a criticar principalmente la ineficacia científica de la psiquiatría (su falta de base biológica sólida, la arbitrariedad de sus diagnósticos) o a reivindicar perspectivas existenciales/psicoanalíticas alternas, Foucault dirigió su crítica a un nivel más profundo: el de las condiciones históricas que hicieron posible la psiquiatría misma. No se limitó a decir que la psiquiatría se equivoca en tal o cual diagnóstico, sino que mostró cómo todo su lenguaje y su práctica están atravesados por el poder. Esto no implica que niegue la realidad del sufrimiento mental, sino que cuestiona que la enfermedad mental sea un hecho objetivo independiente de contextos culturales. De hecho, Foucault llegó a afirmar que “la locura sólo existe en una sociedad, no existe fuera de las formas de sensibilidad que la aíslan y de las formas de repulsión que la excluyen” (parafraseando de Historia de la locura). Según esta postura, la locura no es una entidad natural como un virus; es una construcción relacional: uno está loco en relación a un orden que lo declara loco.


La recepción de esta crítica foucaultiana en la propia disciplina psiquiátrica fue inicialmente fría o incluso hostil. Durante años Historia de la locura pasó inadvertida en círculos médicos, y solo tras las revueltas de Mayo del 68 en Francia la obra cobró notoriedad política. Paradójicamente, algunos profesionales e instituciones intentaron digerir a Foucault a su manera; se cuenta que funcionarios penitenciarios y psiquiatras leyeron a Foucault buscando cómo “perfeccionar” sus sistemas de control, aunque el resultado fue más bien hacerles tomar conciencia de la fragilidad de su saber y su poder. La comunidad psiquiátrica progresista (sobre todo en Italia, España y Latinoamérica en los 70) sí encontró en Foucault un aliado intelectual para impulsar reformas antiinstitucionales. Su obra se convirtió en referente junto a la de Erving Goffman (Internados, 1961) y Franco Basaglia (líder de la reforma psiquiátrica italiana) para cuestionar el manicomio como institución opresiva. Foucault participó directamente en ese clima crítico impartiendo seminarios como Los anormales (1974–75) y colaborando con escritos denunciando la violencia institucional en psiquiatría.


Antes de pasar al siguiente apartado, podemos recapitular la esencia del enfoque crítico: Foucault desmitifica la psiquiatría mostrando su complicidad con el poder, su rol en la marginación de ciertos sujetos y la imposición de una norma social bajo la máscara de la ciencia. Su crítica no propone una solución terapéutica alternativa (él mismo decía que su trabajo era “historia crítica”, no un programa de reforma clínica), pero sienta las bases para una actitud de sospecha y vigilancia epistemológica: nos insta a estar alerta frente al poder psiquiátrico —título elocuente de uno de sus cursos— que permea las prácticas de salud mental. Esta actitud crítica ha inspirado a posteriores generaciones a cuestionar, por ejemplo, el abuso de la medicación psicotrópica como camisa de fuerza química, las internaciones forzosas arbitrarias, la confusión entre disidencia y enfermedad, o la colonización médica de problemas que quizá requieran enfoques sociales. En definitiva, la psiquiatría para Foucault es un caso concreto de cómo la sociedad moderna normaliza y controla a sus miembros, y por ello debe someterse ella misma a examen y crítica permanente.


Enfoque contemporáneo: influencias y vigencia de Foucault en la salud mental actual

Las ideas de Foucault sobre la psiquiatría, surgidas hace décadas, continúan ejerciendo una influencia notable en el pensamiento crítico contemporáneo sobre la salud mental y las instituciones. Aunque el paisaje psiquiátrico ha cambiado desde los tiempos que Foucault estudió (por ejemplo, con la clausura de muchos manicomios tradicionales, los avances farmacológicos y la consolidación de modelos comunitarios), sus conceptos siguen proporcionando un marco analítico valioso para interpretar esas transformaciones. En este apartado examinaremos cómo el legado foucaultiano se aplica o se refleja en algunas prácticas y teorías actuales, y cómo contribuye a entender los desafíos contemporáneos de la psiquiatría.


a) Influencia en la reforma psiquiátrica y movimientos antipsiquiátricos: Foucault no fue directamente un activista político en psiquiatría (como sí lo fueron Basaglia en Italia o Cooper en Reino Unido), pero su obra nutrió ideológicamente las corrientes de reforma. Por ejemplo, en Italia, la Ley 180 de 1978 que cerró los hospitales psiquiátricos estuvo precedida de un ambiente intelectual donde Historia de la locura circulaba ampliamente, traducida y comentada por psiquiatras radicales. En el Reino Unido y EE. UU., la antipsiquiatría se apropió de Foucault como soporte teórico: Laing y Cooper incluyeron la traducción inglesa de Madness and Civilization en una colección académica con clara intención subversiva. Estos movimientos compartían con Foucault la idea de que el manicomio era una institución fundamentalmente política, más orientada a segregar y controlar que a curar. Incluso en España, durante la Transición democrática (años 70–80), un grupo de psiquiatras “progresistas” encontró en Foucault inspiración para modernizar la salud mental pública, desmontando el modelo asilar franquista. La recepción extraacadémica de Foucault en la lucha psiquiátrica se vio como un acicate para denunciar la “violencia institucional” en manicomios y presionar por un giro hacia la atención comunitaria. En suma, su obra ayudó a legitimar las demandas de trato más digno para los pacientes y de comprensión de la locura desde perspectivas sociales, no solo biologicistas.


b) El análisis de la medicalización y la gobernanza de la salud mental. Actualmente, los sistemas de salud mental se enmarcan en políticas sanitarias amplias, sujetas a criterios de costo-beneficio, evidencia científica y gestión poblacional. Autores contemporáneos como Nikolas Rose (en Governing the Soul o The Politics of Life Itself) han aplicado los conceptos de Foucault para estudiar cómo gobiernan los estados neoliberales la salud mental de los ciudadanos. Rose, por ejemplo, describe la era del “psiquiatría comunitaria” y la psicofarmacología masiva como parte de una estrategia biopolítica donde los individuos son instados a autorregularse (tomar su medicación, buscar terapia, ser “resilientes”) en pro de la productividad y la estabilidad social. Aquí vemos claramente la noción de Foucault de que el poder moderno “hace vivir”: en vez de excluir totalmente al enfermo mental, se le trata ambulatoriamente, con la expectativa de reintegrarlo como sujeto funcional, aunque sea bajo vigilancia médica periódica. Sin embargo, esta integración viene condicionada: quien no coopera (no toma el tratamiento, no acepta el diagnóstico) puede ser objeto de coerción jurídica o abandono. La pregunta foucaultiana sería si hemos abolido realmente el control o solo lo hemos desplazado a formas más sutiles. Por ejemplo, el discurso de la “psicoeducación” y la adhesión terapéutica en psiquiatría actual enfatiza la responsabilidad individual del paciente en monitorizar su salud mental; esto empodera al paciente en cierto sentido, pero también implica una normalización donde el ideal es el paciente conforme y autovigilante.


c) Crítica de la psiquiatría biológica y el DSM. En años recientes ha habido debates encendidos en torno a la creciente influencia de la neurociencia y la industria farmacéutica en la psiquiatría. La quinta edición del DSM (2013) fue criticada incluso desde dentro de la profesión por expandir diagnósticos hasta el punto de patologizar rasgos comunes (por ejemplo, considerando trastorno la timidez extrema o el duelo de ciertas duraciones). Estas críticas encuentran apoyo en la perspectiva foucaultiana: autores como Miguel Foucault (sic) —bromeando con la coincidencia de nombre de un crítico contemporáneo— o otras voces en congresos de antipsiquiatría han llamado al DSM-V “El libro negro de la psicopatología contemporánea”, argumentando que codifica normas culturales bajo apariencia científica. Foucault hubiera interpretado esto como un fenómeno de poder-saber: la Asociación Psiquiátrica Americana (productora del DSM) actúa casi como un “clero” técnico con autoridad para decretar qué es normal o anormal, y sus decisiones (influenciadas posiblemente por intereses económicos y sociales) tienen efectos reales de poder en millones de personas (deciden quién recibe medicación, seguros, estigma, exención legal, etc.). La genealogía foucaultiana es invocada por historiadores para contextualizar críticamente este proceso: recordarnos que, así como la noción de “histeria” reinó en el siglo XIX y luego desapareció, algunas categorías actuales podrían ser artefactos temporales de nuestra época. Esta actitud previene contra un dogmatismo biologicista ingenuo.


d) Reformulación de la relación clínico-paciente y los derechos. Otro impacto contemporáneo es en la esfera ética y legal. El énfasis foucaultiano en la exclusión y la voz del loco ha resonado en movimientos de usuarios y sobrevivientes de la psiquiatría (el llamado movimiento de “expacientes” o Mad Pride). Estos activistas abogan porque se escuche la experiencia subjetiva del trastorno mental, por alternativas al paradigma médico tradicional y por derechos civiles plenos de las personas con discapacidad psicosocial. Foucault, al visibilizar cómo históricamente se les negó la palabra a los locos, proporciona una narrativa que legitima estas demandas: si la psiquiatría fue un monólogo de la razón, ha llegado la hora de un diálogo con quienes encarnan la “sinrazón”. En la praxis clínica actual se promueve más la toma de decisiones compartida, los planes de tratamiento colaborativos y el consentimiento informado. Si bien esto forma parte de una evolución general de la medicina, también puede leerse a la luz de Foucault como un intento (no exento de tensiones) de equilibrar la asimetría de poder inherente a la relación psiquiatra-paciente. Por ejemplo, las directrices modernas exigen que toda hospitalización involuntaria sea revisada judicialmente y justificada estrictamente por riesgo inminente, reconociendo implícitamente que internar a alguien contra su voluntad es un acto de fuerza que solo circunstancias extraordinarias avalan. Esta sensibilización hacia el potencial abusivo de la institución es fruto, en parte, de la labor intelectual de Foucault y otros que nos hicieron conscientes de esos abusos en el pasado.


e) Herramientas foucaultianas en la investigación actual: finalmente, es notorio que muchos investigadores en ciencias sociales de la salud utilizan explícitamente los conceptos foucaultianos como “caja de herramientas” para sus análisis. La noción de dispositivo (assemblage institucional-discursivo) se emplea para estudiar las redes de actores en salud mental (clínicas, farmacéuticas, medios de comunicación, organizaciones de pacientes) y cómo producen realidades como “la epidemia de depresión” o “el trastorno por déficit de atención” en determinadas sociedades. La idea de gubernamentalidad (otra aportación tardía de Foucault) ayuda a entender las estrategias políticas que alientan a los ciudadanos a gestionarse a sí mismos, por ejemplo a través de la terapia cognitivo-conductual popularizada como técnica de autoayuda, encarnando un ideal de “ciudadano psicológicamente saludable” funcional al sistema económico. Investigaciones sobre políticas de salud mental global (OMS, etc.) apuntan que tras los programas de detección masiva de depresión o de estrés postraumático en realidad operan valores culturales particulares y ejercicios de biopoder (estandarización de criterios diagnósticos, difusión de cierta farmacología, etc.). Así, conceptos como biopolítica, poder disciplinario, subjetivación, etc., siguen siendo instrumentos teóricos potentes para diseccionar las prácticas contemporáneas.


En conclusión de este enfoque contemporáneo, podemos afirmar que el pensamiento de Foucault mantiene una vigencia sorprendente. No porque las condiciones no hayan cambiado —de hecho muchas cambiaron para bien gracias a las críticas como las suyas— sino porque supo captar dinámicas profundas que siguen adaptándose. Tanto en la celebración de ciertos logros (mayor humanidad en el trato, derechos reconocidos, diversificación de enfoques) como en la denuncia de nuevos problemas (sobre-medicalización, influencia del mercado, diagnósticos dudosos), la voz de Foucault resuena como referencia obligada. Sus ideas nos recuerdan que la psiquiatría, pese a sus avances, nunca deja de ser un campo donde se juegan cuestiones políticas, éticas y filosóficas de primer orden: la definición de la normalidad, la libertad individual versus la tutela, el peso de la ciencia frente a la vivencia personal, y la fina línea entre curar y controlar.


Conclusión

Las teorías de Michel Foucault sobre la psiquiatría nos ofrecen una mirada compleja, crítica y profundamente reveladora de un campo que tradicionalmente se presentaba a sí mismo bajo la luz benévola de la ciencia y el humanitarismo. A través del enfoque histórico, Foucault expuso la genealogía de la psiquiatría mostrando sus raíces en actos de exclusión social y su consolidación en instituciones disciplinares al servicio de un determinado orden (el de la razón burguesa ilustrada). Con el enfoque filosófico, desarrolló herramientas conceptuales —saber-poder, normalización, biopoder, exclusión— que desnudan las condiciones de posibilidad de ese saber psiquiátrico y sus imbricaciones con las estrategias de poder sobre cuerpos y poblaciones. Mediante el enfoque crítico, subvirtió las narrativas oficiales evidenciando que la psiquiatría, lejos de ser un conocimiento neutral, ha operado históricamente como mecanismo de control social, patologizando la desviación y silenciando al sujeto en nombre de su propio bien. Y al considerar el enfoque contemporáneo, constatamos que las intuiciones de Foucault siguen iluminando debates actuales, desde la reforma de las políticas de salud mental hasta la cautela ante una medicina excesivamente normativizadora.


Importa subrayar que la intención de Foucault no fue “abolir” la psiquiatría ni negar la realidad del sufrimiento mental, sino historicizarla y problematizarla. Al hacerlo, nos incita a pensar: ¿Qué entendemos por locura y por cordura, y quién tiene el poder de dibujar esa frontera? ¿Cómo han cambiado —y cómo podrían seguir cambiando— nuestras prácticas de cuidado mental si las liberamos de ataduras coercitivas y las abrimos a la voz del sujeto? En definitiva, la obra foucaultiana nos urge a mantener una conciencia crítica respecto de cualquier discurso que pretenda definir la verdad sobre el individuo, más aún cuando ese discurso tiene el poder de encerrar, medicar o estigmatizar.

En la actualidad, la psiquiatría se debate entre su aspiración científica (cada vez más apoyada en neurobiología y genética) y su inevitable rol sociocultural (gestiona valores, normalidad, conductas). Este ensayo ha mostrado que las teorías de Foucault siguen siendo un faro para navegar esas aguas: nos advierten de los escollos del autoritarismo médico y nos animan a imaginar una relación con la locura menos centrada en la dominación y más en la comprensión y el diálogo. Como “ontología histórica de nosotros mismos”, el pensamiento de Foucault nos devuelve la capacidad de interrogarnos sobre los límites y las decisiones fundacionales de nuestra cultura. Aplicado a la psiquiatría, ello significa repensar continuamente qué tipo de experiencia humana traducimos en términos clínicos y con qué efectos. En esa tarea de reflexión y transformación permanente, la caja de herramientas foucaultiana —con su mezcla de historia, filosofía y crítica— permanece abierta y vigente, invitándonos a usarla con rigor y creatividad para seguir mejorando tanto el saber como la ética de la salud mental en nuestra sociedad.


Referencias

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  • Foucault, M. (1963). Naissance de la clinique (tr. esp. El nacimiento de la clínica). París: PUF.

  • Foucault, M. (1975). Surveiller et punir: Naissance de la prison (tr. esp. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión). París: Gallimard.

  • Foucault, M. (1976). Histoire de la sexualité, vol. 1: La volonté de savoir (tr. esp. Historia de la sexualidad I: La voluntad de saber). París: Gallimard.

  • Foucault, M. (2003). “Le pouvoir psychiatrique”, Curso en el Collège de France 1973–1974 (tr. esp. El poder psiquiátrico, Fondo de Cultura Económica, 2013).

  • Foucault, M. (2003). “Les Anormaux”, Curso en el Collège de France 1974–1975 (tr. esp. Los anormales, Fondo de Cultura Económica, 2015).

  • García, E. (2018). “Experiencia e historia crítica de la locura en Michel Foucault”. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 38(134), 99–118.

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  • Psicopsi. “El vocabulario de Michel Foucault: Locura”. (Recuperado de Psicopsi.com)



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