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Resumen final sobre el concepto de maldad (5 de 5)

Grok
Grok

Serie "¿Qué es la maldad humana?" que se distribuye en cinco capítulos, este es el acceso a cada uno de ellos:


El concepto de maldad en la tradición cultural occidental resulta ser un prisma de múltiples caras. Ningún enfoque por sí solo agota su significado; más bien, cada perspectiva ilumina un aspecto distinto de este fenómeno complejo. A modo de cierre, recogemos los hilos principales de nuestra discusión:


Desde la filosofía, Occidente ha oscilado entre entender el mal como una carencia de bien (Platón, Agustín, Tomás de Aquino) y concebirlo como una realidad concreta en la acción humana (Kant, Nietzsche, Arendt). La filosofía antigua subrayó la relación entre maldad e ignorancia, mientras la moderna se centró en la voluntad y la libertad: Kant nos alertó de una propensión universal al mal en nuestro fuero interno, pero también de nuestra capacidad racional para sobreponernos a ella; Nietzsche nos invitó a desenmascarar la genealogía de nuestros juicios morales, revelando que “lo malo” a menudo es un constructo histórico invertido. Arendt, por su parte, nos dio la paradójica imagen de la banalidad del mal, recordándonos que el horror puede surgir de la ausencia de pensamiento y de la obediencia rutinaria, no solo de demonios titánicos. En conjunto, la filosofía occidental nos insta a reflexionar críticamente sobre el mal: a no atribuirlo únicamente a factores externos, sino a interpelarnos sobre nuestra responsabilidad ética individual y colectiva.


En el plano religioso, vemos cómo el judeocristianismo personificó el mal en figuras como el Diablo y articuló la narración del pecado original para explicar la inclinación humana a la maldad. Este marco otorgó sentido a la experiencia del mal, pero también guió la respuesta: penitencia, virtud, combate espiritual contra la tentación. La idea de un Dios bueno y un mal derivativo (privación del bien) aportó un optimismo escatológico: al final, el bien triunfará y el mal será derrotado, restaurando el orden quebrantado. Sin embargo, esa cosmovisión también tuvo sombras históricas, como la quema de brujas y la intolerancia, fruto de “demonizar” al diferente. Conforme Occidente se secularizó, las nociones religiosas cedieron terreno a explicaciones naturales, pero permanecen en el trasfondo de nuestro lenguaje (hablamos de “demonios interiores”, “pecados sociales”, etc.). La tradición religiosa, en síntesis, nos legó la idea del libre albedrío moral –que aún laicada sigue viva en nuestras nociones de responsabilidad– y una potente simbolización de la lucha entre bien y mal que nutre la cultura.


La psicología nos traslada del ámbito metafísico al interior de la psique y la conducta observada. Aquí, la maldad se reveló en pulsiones agresivas innatas, en sombras inconscientes que proyectamos en otros, en trastornos de personalidad que anulan la empatía, y en la triste constatación experimental de que la mayoría de las personas puede llegar a dañar a un semejante bajo ciertas condiciones de autoridad o presión grupal. Esta mirada nos enseñó humildad: todos tenemos un lado oscuro, todos podemos ser “banalmente malos” si no cultivamos la conciencia. Pero también aportó pistas para la prevención y la educación: fomentar la empatía, el pensamiento crítico independiente (antídoto contra la obediencia ciega) y entornos sociales saludables puede hacer menos probable la eclosión de la maldad. La psicología, en definitiva, contextualiza la maldad como una posibilidad humana universal —no un rasgo de unos “otros” monstruosos— y como el resultado de interacciones entre nuestro mundo interno y externo.


El enfoque antropológico-histórico amplía nuestro horizonte, mostrando que la noción de mal no es fija, sino que se construye culturalmente. Lo que una época tildó de malvado (por ejemplo, la herejía) otra lo considera derecho legítimo (libertad de creencia); lo que antes era un hecho normal (esclavitud, dominio colonial) hoy es condenado como mal moral y crimen. Este desarrollo indica un progreso moral en ciertos aspectos, aunque la maldad tome nuevas formas. Analizar los mitos, rituales y prácticas sociales alrededor del mal nos hizo ver la función que cumplen: dar sentido al sufrimiento, cohesionar al grupo contra un enemigo común, o canalizar miedos difusos. Occidente pasó de explicaciones teológicas a científicas, pero el mal no desapareció de sus narrativas —se transformó. Aprendimos que para entender el mal en cualquier sociedad debemos atender a sus símbolos y valores: a quién nombra como enemigo, qué acciones considera tabú o imperdonables, cómo trata a sus miembros más vulnerables. La antropología nos alerta contra el etnocentrismo: no hay respuesta única a “¿qué es la maldad?”; incluso dentro de Occidente ha habido pluralidad de visiones, a menudo coexistentes en tensión.


Finalmente, la sociología nos confronta con la dimensión colectiva e impersonal de la maldad. Conceptos como maldad estructural o violencia sistémica nos hicieron conscientes de que a veces el mal no tiene rostro sino forma de estructura: leyes injustas, desigualdades normalizadas, burocracias frías que causan dolor sin odio pero con eficiencia. Aquí la ética se entrelaza con la política: luchar contra el mal ya no es solo un asunto de almas individuales o demonios metafísicos, sino de transformar instituciones, ideologías y relaciones de poder. El mal se ve en la opresión prolongada de un pueblo, en la explotación del planeta, en la indiferencia global ante sufrimientos evitables. Este enfoque puede considerarse una ampliación de nuestra conciencia moral: nos responsabiliza más allá de nuestras intenciones personales, invitándonos a interrogarnos sobre nuestra participación en sistemas que perjudican a otros. A su vez, ofrece esperanza de cambio mediante la acción colectiva: si el mal tiene causas sociales, también puede tener soluciones sociales.


Al integrar todas estas perspectivas, ¿qué conclusión general podemos extraer sobre la maldad en la tradición occidental? Una idea sobresaliente es la dualidad intrínseca de la condición humana: somos capaces del bien más elevado y del mal más abyecto. Occidente lo ha expresado de múltiples modos: la imagen bíblica del árbol del conocimiento del bien y del mal sugiere que desde nuestros orígenes lidiamos con esa dualidad; Kant hablaba del “leño torcido de la humanidad” que nunca se endereza del todo; Freud nos mostró Eros y Thanatos en pugna dentro de cada uno; la literatura ha retratado sin cesar ese conflicto (Dr. Jekyll y Mr. Hyde, por ejemplo, simbolizan literalmente la coexistencia de altruismo y maldad en una persona). Reconocer esta dualidad con realismo —sin ingenuidad pero también sin desesperación— parece clave. Como dijera Hannah Arendt tras observar a Eichmann: “la triste verdad es que la mayor parte del mal la cometen personas que nunca se decidieron a ser malas”. Es decir, el mal muchas veces acontece por falta de reflexión, por complacencia, por mirar al costado. Esta constatación lejos de eximirnos de culpa, nos emplaza a trabajar activamente la dimensión moral de nuestra vida y nuestra sociedad.


Otra constante es que el mal, para prosperar, suele requerir algún grado de justificación o normalización. Rara vez alguien se ve a sí mismo como “malvado” (quizá unos pocos psicópatas conscientes). Las ideologías, religiones o discursos que legitiman actos perjudiciales son peligrosos catalizadores. Por tanto, parte de combatir la maldad es desenmascarar las racionalizaciones (por ejemplo, la idea racista de que el otro no es plenamente humano, o la idea fatalista de que “así es el mundo y nada puede cambiarse”). La tradición occidental nos provee, afortunadamente, también de valores y herramientas para contrarrestar la maldad: la noción de derechos humanos universales, el imperativo kantiano de tratar al prójimo como fin en sí mismo, el mandato evangélico del amor al enemigo, la solidaridad humanista, el imperio de la ley contra la arbitrariedad, la educación para la paz. Estos ideales han nacido precisamente de la confrontación con la maldad histórica y siguen siendo faros orientadores.


En conclusión, el recorrido por las perspectivas filosófica, religiosa, psicológica, antropológica y sociológica sobre la maldad muestra que este concepto es polisémico y profundo en la cultura occidental. No es unívoco ni estático, pero tampoco trivial: refiere a realidades de dolor, injusticia y destrucción que la humanidad ha sufrido y provocado. Entender el mal con rigor conceptual, como hemos intentado, no significa justificarlo, sino situarlo en sus justas causas y contextos para poder prevenirlo o mitigarlo. Quizá nunca logremos erradicar por completo la maldad (pues, como la sombra junguiana, siempre acompañará a la libertad humana), pero sí podemos —y debemos— acotar su reino mediante la reflexión ética, la justicia social y el cultivo de la empatía. En palabras del filósofo Edmund Burke, “para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada”. La tradición occidental, al escrutar la maldad desde todos los ángulos, nos ha dado las alertas y las armas intelectuales para no caer en la inacción ni en la ceguera. Resta a cada generación, y a cada persona, asumir esa herencia de pensamiento crítico y responsabilidad, para elegir el bien en lo cotidiano y en lo colectivo, conscientes de la sombra pero orientados por la luz de la razón y la conciencia.

Serie "¿Qué es la maldad humana?" que se distribuye en cinco capítulos, este es el acceso a cada uno de ellos:


Referencias

  • Arendt, H. (1963). Eichmann en Jerusalén: Un informe sobre la banalidad del mal. Nueva York: Viking Press. (Ed. esp. Barcelona: Lumen, 1999).

  • Bauman, Z. (1989). Modernidad y Holocausto. Madrid: Sequitur. (Original en inglés, 1989).

  • Bauman, Z. & Donskis, L. (2016). Maldad líquida. Vivir sin alternativas. Barcelona: Arcadia.

  • Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. En Obras Completas, vol. 3 (tr. L. López Ballesteros, 1968). Madrid: Biblioteca Nueva.

  • Fromm, E. (1973). Anatomía de la destructividad humana. Madrid: Siglo XXI.

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  • Piñero, A. (2010). “Origen del mal y responsabilidad del hombre.” Tendencias21/Cristianismo e Historia. Disponible en línea.

  • Platón. Diálogos (especialmente La República, Timeo). (Reflexiones sobre el conocimiento del bien y el mal en Platón).

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  • Muy Interesante (2021). “Demonología: el estudio de los demonios...”. (Galería histórica de representaciones del mal).

  • Zimbardo, P. (2007). El efecto Lucifer: el porqué de la maldad. Barcelona: Paidós. (Sobre experimento de la cárcel de Stanford y teoría de la maldad situacional).


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